sábado, 10 de diciembre de 2022

 Poema del Abuelo.

No me quites la ilusión. Mis años finales 

quiero vivirlos en paz, 

con mis buenos recuerdos 

y mis muchas tristezas....


No, no se trata de bienes o dinero...

se trata de sentirme vivo entre los míos y 

con quiénes quiero...


No me abandones...

protejeme de la hipocresia de muchos

de la codicia de algunos...


A cambio

prometo partir en silencio,

sin molestar mucho,

lleno de gratitud 

y de esa callada Dignidad de los Abuelos.


De Pedro Halley Merlo , hijo de Don Mario Halley Mora

viernes, 25 de noviembre de 2022

Cuento SEÑALES

CUENTO : Señales. Ella no creía en nada, menos en señales. Su vida había sido pálida, porque su amor nunca llegó, a causa de albergar un exigente corazón. Pensaba que todo el mundo equivocado estaba, no creía en las personas, tampoco en el destino ni en el azar, no tenía religión ni a nadie a quien rezar. Si, creía en su Lolita, compañera incondicional. Caniche blanco, ya media sorda, que sólo respondía a la voz de su dueña, cuando a lo lejos la oía gritar. Un nublado viernes, Lolita siguió a la Doña, cuando a la despensa galletas iba a comprar. Cruzó elegante aquel camino, más no escuchó la bocina de la moto de Don Balbino, y mal herida a la veterinaria fue a parar. Tanto tiempo parada y preocupada, ya la Doña acalambrada, luego de una larga espera, el Doctor la hizo pasar. Lolita, sufría tratando de respirar. -La vamos a dejar acá- dijo el Doctor. -vaya a casa Doña, vaya a rezar- -está viejita su perrita, no sabemos que puede pasar- Angustiada y sola volvió caminando a su hogar. Se sentó en el mismo lugar, donde con ella miraba la luna, en una silla de mimbre, que al mecerse parecía llorar. Se sintió muy sola, a sus pies no estaba Lola. -No tengo nada que perder- se dijo. Y derramando lágrimas, recordando a su cachorra, entabló sincera y profunda charla, esperando que alguien la escuchara ahí arriba, susurrando triste por la salud de Lola, para que se recupere, para que viva. Cielo negro y oscuro, como ella sentía su alma, había mucho viento, los grillos del patio cantaban. De hombros contraídos y el pecho chiquito de angustia, pidió mil veces por ella. Cansada de llorar, llorar por Lola, y por miles de otras penas, levanta al cielo la frente, y descubre una luz, fuerte, grande y brillante, que por primera vez aparece. ¿Es una señal?-se pregunta. La Doña se aferra y se agarra fuerte a la idea. Que alguien desde lo alto, le había regalado una pizca de esperanza, y con ojitos llorosos, relaja un poquito su frente arrugada, se acuesta y descansa. Hoy la Doña está contenta. Lola volvió a la casa, por supuesto un poco más sorda, y con un nuevo andar medio chueco, por la casa alegría desborda. Y al salir las estrellas se sientan juntas, y la vieja mecedora de mimbre canta. En silencio ella agradece mirando fijo a su lucero, con ojitos cansados más nunca tan felices, ya que para las dos a cambiado el mundo entero. Este astro, descubierto por ella, en un momento de desespero y pena, no era otra cosa, que una nueva antena de la compañía telefónica, que ampliaba su área de cobertura, cruzando el camino, recientemente instalada en el pueblo vecino. Más cuando esta Señora se enteró, no le importó. Ella decidió creer, en las personas, en las señales, y todas las noches juntas, Lola y la Doña esperan su aparecer. Fin . DE JAZMIN BARRAIL MURCIA NIETA DE MARIO HALLEY MORA

miércoles, 9 de noviembre de 2022

CUENTO : Falta Poco

Cuento “Falta Poco” de Jazmín Resulta que estaba un poco cansada, agotada física y mentalmente de buscar el mejor camino para subir. Mi mochilita estaba un poco pesada. Cómo nos costaba pisar esos cantorodados chiquitos! hacían que sea muy difícil pisar firme y avanzar ! Tropezamos mucho. Entonces dijimos... basta!!...y nos sentamos bajo un mango. Decidimos dejar de mirar para adelante, aquella cumbre que parecía lejana, en ese momento nos pareció imposible. Al apoyar nuestras espaldas por aquel gran tronco, respiramos profundo tratando de aprovechar el aire fresco . Fue en el mismo instante que los dos quedamos maravillados, desde esa altura podíamos ver todo lo que habíamos recorrido. Era muchísimo! Tanto caminar mirando derechito al futuro, nos dejó sin tiempo de poder ver lo recorrido. Se veían terrenos arenosos, otros más verdes y algunos bien pedregosos. Lo que tenían en común todos, eran nuestras pisadas, bien fuertes, bien marcadas, bien juntas. Recordamos lugares y personas maravillosas que conocimos desde el día que partimos, y después de mucho marchar sin parar, el descanso nos permitió sentirnos orgullosos y agradecidos. Aprovechamos para alivianar la mochilita sacando lo que no servía. Esa sensación de que estábamos en buen camino y que nuestra travesía se volvía cada vez más rica a medida que avanzábamos, nos cargó con energía pura para levantarnos y continuar. Cuando volvíamos al camino, sacó un papelito donde con sus manitos escribió DESCANSAR, Y me pidió guardarlo en la mochilita, como ingrediente principal de la fórmula para esa píldora Mágica que salimos a buscar. Chau mango, dijo él. de JAZMIN BARRAL HALLEY DE MURCIA -NIETA DE MARIO HALLEY MORA

miércoles, 6 de enero de 2021

CUENTO : Recuerdo de Reyes ✨Mario Halley Mora Pasó hace mucho tiempo. Cuando mis noches de Reyes eran noches de insomnio. Cuando toda la felicidad humana se centraba en la respuesta que recibiría la blanca interrogación de mis zapatos, mojados de luna y rocío, que velaban sobre la ventana. Cuando yo era niño, y sabía que bastaba serlo para creer. Yo creía en los Reyes. Pero en el barrio éramos muchos. Y otros no creían. Como Robertí. Cuando hablábamos, aquella noche del 4 de enero de un año lejano, de la próxima venida de los Reyes, surgía Robertí como un pequeño demonio de la negación, y riéndose con su boca fea y sus ojos bizcos, atropellaba: -¡Pero qué zonzos son! Lo Reye no hay. Lo Reye son tu papá que te pone en tu zapato mientra vó dormí. Le pedíamos una prueba. Y él nos replicaba que su papá «le había contado todo». Entre otras cosas, que «lo Reye son una macana inventada por lo juguetero para vender». Entonces, yo dudaba un poco, porque lo había dicho un papá, es decir, un ejemplar semi-divino (pero no tanto como el mío) que generalmente tiene una respuesta sabia para todas las preguntas. Claro es que en aquella edad no sabía que el amor de los padres, de la misma manera que ponía en sus bocas mentiras dulces, también sabía poner verdades amargas. Que era el caso, hoy lo comprendo, del papá de Robertí, a quien, en el recuerdo, vuelvo a ver desmedrado y flaco, trabajando mucho y ganando poco, sin darse tregua en el trabajo, tanto como lo exigía el pan para sus seis o siete chiquillos enfermizos. Felizmente para mí, formaba parte de aquella «barra» infantil Juan Carlos, que tenía mi misma edad, pero un millón de años de experiencia. Juan Carlos era impecable en todo. Era el mejor jugando al fútbol, pero nunca destrozaba su ropa. En la Escuela cada año se llevaba, con sonrisa señorial, el premio en «aplicación y conducta». Su padre era un brillante abogado. Y su madre había muerto precisamente un 5 de enero. Sobre esa casualidad triste él solía darme la explicación que a él le había dado su padre. Por eso, la negación que Robertí nos lanzaba al rostro como una pedrada cruel hería con mucha más intensidad a Juan Carlos. Y aquel 4 de enero, Robertí colmó la medida y tuvo lo suyo. Juan Carlos, para nuestro asombro, perdió su invulnerable compostura, y, como el mejor «moquetero» del barrio, propinó a Robertí la más grande paliza que yo había visto en mi vida. Lo golpeó concienzudamente, casi con saña. Recién ahora comprendo a Juan Carlos, porque comprendo hasta qué punto necesitamos volvernos guerreros para defender lo que creemos, o por lo menos lo que necesitamos creer. El epílogo de aquella pelea fue extraño. Robertí lloró, pero Juan Carlos, un poco ídolo caído ese día, lloró más. Entonces creía yo que por sí mismo. Hoy creo que por Robertí. Hubo después una explicación entre los respectivos padres. Y cuando Juan Carlos tuvo que rendir cuentas al suyo, acudí de testigo. Conté todo al padre de Juan Carlos, y salí pensando después que el papá de mi amigo era bastante raro, porque en vez de «retarle», le abrazó y le dijo: -Mirá, mi hijo. A los que no creen no se les pega. Se les enseña o se les perdona. Y había cuatro lagrimones. Dos en los ojos del hijo, dos en los ojos del padre. Llegó la noche soñada del cinco de enero. Yo había pedido un trencito «con vía y todo», pero recibí, como todos los años, una bolsita de caramelos, que eran dulces, pero me sabían amargos. Salimos después a la calle a intercambiar noticias. Y aquello fue la sensación. A Juan Carlos, el hijo del abogado próspero, los Reyes no le trajeron nada. A Robertí, el hijo del empleaducho en crisis, le trajeron lo que es la suma de todos los sueños, una bicicleta. Y Juan Carlos no estaba triste. Miraba a su papá y sonreía. Y su papá lo miraba a él y sonreía también. Irradiaban felicidad. Hoy comprendo la razón. Robertí creía. La mamá de Juan Carlos seguía caminando por los caminos del cielo, detrás de los Reyes Magos .

domingo, 10 de febrero de 2019

CUENTO: CINTA GRABADA


Cinta grabada
-Yo no soy güeno para contar caso y sucedido, don...
-Y má toavía, cuando hablo castellano me parece que voy arrastrando la palabra, medio a remolque del guaraní que tengo en mi cabeza.
-...Sí, es cierto que hace mucho yo era maestro de Escuela, pero eso era ante, cuando para ser maestro no se necesitaba ser má leído, sino meno ignorante que el prójimo...
-...por lo demá, ese su aparatito me pone un poco nervioso don, porque parece cosa de payé.
-Sí, ya tengo sabido que vino por acá un gringo loco que andaba por el monte apuntando la cosa esa hacia el canto de lo pajarito. Y el canto se quedaba enrollado allí en esa cinta. Igualito que el verdadero. Me parece nomás, don, que lo gringo andan tan encimado por allá por su tierra, que ya no hay lugar para lo pájaro. Y entonce enlatan y llevan en esa cinta lo ruido del monte, como la leche que traía el gringo que te digo que era una cosa seca, pero le ponía agua y salía leche de vera, y le repartía a lo mita-í que venían de la Escuela...
-...medio me da miedo nomá que lo que sale de mi boca se quede enriedado allí, don. Parece una payesería, le digo. Se me hace que el buen Ñandeyara quiere que lo que el prójimo dice má bien se quede en el corazón ajeno, y si se queda ajuera un restito, que se lleve el viento. Pero en ese su carretel se queda todo, hasta un pedazo de yo mismo porque yo es cierto que soy un viejo ya bien arrugado, don, pero yo también soy mi recuerdo y mi ahora.
-...Soy del 904. Bastante viejo ya, o sea que vine cuando el Partido Colorado se cayó del poder. Allá por el 22, ya me peleaba en Ca-í Puente, con mi pañuelo por mi  cuello. Mucha gente se murió allí caraí. Me jui en el Chaco en el 32, con uniforme y sin pañuelo. No le quiero ni contar eso.
-Lo hombre moruno y bajito venían y se metían en el monte, a pelear con nosotro, pero era gente que venía de la montaña de pura piedra, y no conocía el monte que siempre es traicionero. Alguno de ellos se moría de sé, porque nosotro no aposicionábamo en lo pozo de agua y defendíamos tal como si era la teta de nuestra tierra. Suelo soñar que estoy otra vé allí, en la trinchera, haciendo centinela de retén, oyendo toda la noche la lamentación de algún boliviano perdido por el monte:
-«¡Agüita, paraguayito!» gritaba, pero no había nada que hacer y era mejor dejarle que se muera, y que no pase lo que le pasó al Cabo Lesme, que se puso cristiano y le dio agua a un boliviano que ya estaba seco como una raja, y el hombre tomó su agua y encima le metió una bala en la barriga a Lesme, en puro descuido nomá. Después, en la Revolución del 47 yo ya no estaba má para pelea, y sabía que en la guerra hay má sujrimiento que ventaja. Entonce dije que no nomá cuando vinieron para reclutarme. Me pegaron con arreador hasta que mi carne dijo basta, pero no era yo, sino mi carne, y me caí medio muerto y sin sentir má nada. Me jugaron mucho, pero igual no me jui. Sabía lo que era la Revolución, peor que con los bolivianos, porque uno le puede matar a su pariente sin saber nada, y cuando uno sabe eso, el corazón se descolorea, igualito que mi pañuelo viejo del 22. Y no me jui nomá...
-...qué quiere que le diga, caraí. Usted me paga para que diga casos y sucedidos. Yo soy un caso. Un caso largo. Y no tengo la culpa de que mi vida venga caminando por encima de pelea y sujrimiento. Uno vive asegún dispone Nuestro Señor o la política, y quién soy yo para ponerme a hacer un camión para mí solo. La cosa son como son y hay que aguantarse y acomodarse y andar como lo lo otro quieren, con la esperanza de salir vivo o con el miedo de quedarse muerto. Así es, señor...
-...me recuerdo de mucha cosa, pero me cuesta un poco sacar todo ajuera. Y encima, me parece un poco forzado andar diciendo lo que le sucedió a la gente que ya no está má. Es como usar la palabra para desenterrar a lo finado.
-...eso dice Usté, que viene de la Capital, y porque no tiene lo año que yo tengo. La muerte es el fin natural, dice Usté. Eso sé bien, pero acá es otra cosa. Mire un poco el valle, parece poca cosa. Mire, el camino de tierra, que viene de no sé de adónde, parece que quiere agarrarse un ratito a nuestro poblado, pero se va siguiendo hasta lejo, cortando monte que ya no me acuerdo y bañado que ya no sé má. Parece poca cosa el valle, don, pero tiene gente que no piensa como Usté, con el debido respeto. Nosotro sabemo aquí que la muerte no es el fin natural, sino que es parte de la vida. Así es. Se acuesta con las mujeres y anda escondida abajo de lo poncho de los arribeño. La muerte, como el camino, se aposenta de noche en el poblado, y de día sigue hacia adelante, para venir otra vé de noche. Se va y viene, y para que no se pierde puntea el borde del camino con la crucita de alguno que se descuidó demasiado, y se quedó finado allí mismo para su mal...
-...es como si la muerte vive con nosotro. Y de tanta costumbre se hace amiga, un poco que se le mira de reojo, pero amiga. Y si le digo que alguna vece se siente madre, no me va a creer. Sí, señor se siente madre y lleva un mita-í, liado en su rebozo negro. Un angelito para el cielo, don. Por eso en lo velorio de lo angelito la mujere lloran y lo hombre traen su arpa y su guitarra y aperitan toda la noche. Así es el valle, caraí guazú... Buscamo en nuestro sujrimiento un motivo de guitarra para lo hombre y de alegría para el cielo. Al meno...
-...y ya que hablamo de eso, caraí, ahora me recuerda de la Aparicia Peña, que era la má linda cuñataí  del valle. Era linda y decente hasta má no poder, y eso amerito yo mismo porque en aquel tiempo yo era mozo como ella, y me entreveraba un poco también con lo embobado que salían de siesta a buscar la huella de su pie en la arena, para recoger un puñadito y hacer un escapulario que mientra se tiene abajo de la camisa, le obliga a la moza a pensar por uno.
-Vivía con su mamá, solita, lado en un rancho que toavía se ve por allá por el borde de la Isla Guazú. De su papá no había noticia que se tenga que creer, aunque me recuerdo que la vieja del valle decían que el hombre era uno de eso de después de la Guerra grande recorrían la campaña sembrando hijo.
-...y no me ponga esa cara, don. Así era, de seguro te digo.
-La guerra terminó con lo hombre, y lo pueblo y poblado como éste eran todo de mujere. Entonce venía el hombre, venía de lejo y se iba lejo, pero se quedaba un día apena, dejaba un hijo y llevaba para su bastimento y ya se iba. De eso ahora no se habla mucho, tal como si el silencio puede borrar el pecado, pero a mí se me hace nomás que pecado por pecado, má grande pecado hacía la mujere que no encargaba, ma que sea para tener alguien para ponerle el nombre de tanto de la familia que se murió en la Guerra. Así nació la Aparicia Peña. Peña por parte de su mamá, y nada má...
-¿La cuñataí? Güeno, era cosa para no terminar de ponderar. Ya no me recuerdo cómo era su cara, pero cuando pienso por ella, todavía se me despereza aquí en mi corazón la brasita que todavía me queda de mi año de mitä-ruzú...
-Lo domingo, cuando se iba ella en la misa del pueblo, sabía llevar como nadie su rosario de coral y filigrana encima de su typoi almidonado, y su zarcillo de tre pendiete y su anillo de ramale como sólo la gente de ante sabía hacer allá por Luque. Ella mostraba con orgullo esa  su prenda, que hasta ahora no sé cómo su mamá salvó de lo cambá de don Pedro II, que padeciendo ha de estar en el Purgatorio como decía mi mamá, y se hacía la señal de la crú para sacarse la suciedá de la boca y de la cabeza.
-Ella ya andaba por la época de ayuntarse, y má toavía asegún lo linda que era. Y se puso de novio por ella el hijo de don Calaíto Florentín, o sea Celso, que era un muchacho guapo y trabajador, sin má vicio que su gallo de riña, que él sabía manejar para que siempre gane honradamente, o sea sin veneno en la espuela.
-...por aquel tiempo, llegó recién un curita italiano, pa-í Yobani, que por su propia mano arregló la Iglesia del pueblo que se caía y andaba loco procurando aprender un poco de guaraní, seguro que para entenderse con la gente, el pobrecito. Pa-í Yobani, aparte de ser pa-í, asegún se decía escribía libros. No tengo sabido de qué clase, pero preguntaba mucho de todo, y siempre estaba apuntando alguna cosa en su libretita que sabía tener siempre en la borsiquera de su sotana. Así andando el pa-í Yobani, le conoció a la mamá de Aparicia Peña, que según se sabía, era hija de una familia de categoría de Ybytimí, que se quedó sola y desamparada por la guerra, y el pa-í le visitaba y no terminaban de hablar y recordar y de apuntar en la libreta, sino cuando empezaba a ser de noche, y el pa-í Yobani se iba...
-Güeno. Así la cosa, la Aparicia que ya estaba anoviada del todo con Celso, empezó a tener barriga grande. Como usté oye, don, se le abultaba la barriga tal como si encargaba un mita-í. Celso, con el cuchillo en la cintura, andaba loco preguntando por el nombre del desgraciado que le hizo el hijo a su novia. Pero nadie sabía dar noticia, ni ella misma, que juraba por todo lo santo que era Mita-cuña toavía. Pero nadie podía creer eso, mirando su barriga. Ni su mamá, que le mandó salir de su casa, a la vista de todo el vecindario de nuestro poblado...
-Me recuerdo bien de ese día. Ella gritaba que era  inocente, y su mamá que le rempujaba ajuera, llorando ella también, seguro que de penar por su hija y también por su orgullo herido. La Aparicia agarró entonce el camino. Y la vecindá decía: «ahora que no tiene casa, de seguro tiene que ir a pedirle protección al hombre que le perjudicó», y le siguieron en bandada por el camino, como perro que siguen al güey que llevan a la carneada. Ella se jue derecho a la Iglesia. Y entonce la gente se miraba, se hacía la señal de la cruz y decía: «Había sido el pa-í Yobani». Y encima, todo empezaban a calcular la barbaridá de tiempo en tiempo que el pa-í sabía estar en la casa de la Aparicia.
-...no faltó el güey corneta que se jue corriendo para llevarle la noticia a Celso. Y cuando era ya tardecita, se le vio a Celso que se iba cruzando por la plazoleta de la Iglesia, arrastrando a su mamá vieja que se colgaba de su ropa y le lloraba que no haga eso que iba a hacer. Entonce él le rempujó a su mamá y siguió su camino. Y la vieja se quedó allí tirada y arrancando a puñado su cabello y gritando que el que le mata a un pa-í está condenado a siete eternidade en el infierno del Demonio. Celso llegó a la iglesia y llamó al pa-í, y con el cuchillo en la mano tal parecía a uno de su gallo tan mentado, todo temblando de gana de matar. Pa-í Yobani salió y caminó hacia Celso, con lo brazo abierto, no sé si para mostrar que estaba desarmado, o para ser una crú viva para apagar la maldá de Celso. Pero de nada le valió al pa-í Yobani su brazo abierto en crú a no ser para acomodar mejor su corazón para recibir la puñalada. El pa-í se cayó en el suelo, y Celso, gritando como loco que era ya, corrió y se metió por el monte. Le encontraron un mé despué. Pero nunca se ha de saber si se murió por su propia mano, o de arrepentido, porque cuando le encontraron estaba casi todo comido por la hormiga.
-Pa-í Yobani no se murió enseguida, y siete día pasó en agonía. Vino el Obispo de Villarrica para verle, y trajo  un doctor suizo que andaba por la Cordillera del Ybytu-ruzú apuntando lo nombre de la planta del monte. Pero pa-í Yobani se murió nomás del todo luego.
-La noche que se murió el pa-í Yobani, le encontraron a la Aparicia muerta por su propia mano colgada de la viga mayor de la sacristía.
-Mucho tiempo se quedó má el Obispo y el doctor. Le llamaba a la gente en la Iglesia y preguntaba y apuntaba todo. Siempre así, don, y despué, un domingo hizo misa, y le habló a la gente. El pa-í Yobani era inocente -dijo el Obispo-. Y lo mismo Aparicia, porque el doctor revisó su cuerpo que ya estaba finado y allí no encontró un mita-í, sino una enfermedá que yo no me recuerdo su nombre, y es un tumor con una bolsa de agua que crece en la barriga, y tal parece un cosa de mujer que está encargando...
-Como le digo, cara-í, la muerte y la vida son tan juntita que parece que camina sobre lo mismo pieces.
-Así es desde siempre. Usté dice que la muerte es el fin. Cierto es eso, pero también la muerte es el comienzo y el medio, todo junto de una vé. Nadie no quiere nacer para morirse, pero desde que uno es parido el ángel de la guarda ya viene de luto, por si acaso nomás. La muerte está en todo, don. En la espuela del gallo y en el corazón inocente que guarda su amor bajo el typoi. Galopea encima del pingo del caudillo y forma fila entre la gente en lo día de votación. Nunca se duerme, porque siempre está alerta y manotea y agarra apena la caña se sube en la cabeza, o el pie retobado pisa el fleco del poncho del semejante. La muerte siempre ronda cerquita de la gente, como perro que espera una sobra de la vianda de la vida, o sino como arribeño pendenciero que llega a un baile y pide para bailar una polka partidaria, que es la polka de la muerte, porque pone miedo en el corazón de lo músico y afila el cuchillo de lo contrario...
-Y así es, caraí. Yo sé otro sucedido de este valle, si me quiere oír.
-Pero si ya está bien nomás, me voy a mi rancho, y si usté es generoso como me dijo, me da lo que me corresponde, que me está haciendo falta un poco de yerba para el mate y alguna fariña para el pirón-kyrá...

miércoles, 1 de agosto de 2018

Carta al lector: GENOCIDIO


El Genocidio parece ser la maldad de moda en nuestro tiempo, y como gente servil de aquí adentro, y gente mercenaria de allá afuera necesitan de un argumento para herir a nuestro país, han reavivado de nuevo la especie del “Genocidio de Indígenas en el Paraguay”. 
En nuestro diario, dicha mentira está recibiendo cumplida respuesta. Pero al margen de la importancia local de este nuevo episodio, nos preguntamos nosotros si aquellos que en Estados Unidos proclaman que ya no quieren ser “gendarmes del mundo”, pero se han convertido en “Jueces (gratuitos) del Mundo”, qué han dicho de los otros genocidios que en el cercano pasado y en el presente se están produciendo. 
Genocidio perpetraron, en escalofriante escala, los rusos después de la II Guerra Mundial con los pueblos de origen germánico que Vivian en sus fronteras. Y contra los ucranianos que saludaron como libertadoras a las tropas alemanas, y contra los lituanos que no querían perder su independencia. Genocidio contra indios han cometido los mismos americanos exterminando las tribus aborígenes y apropiándose de sus tierras. Genocidio contra blancos perpetraron las guerrillas rojas la semana pasada en el Zaire. Genocidio contra 3 millones de amarillos el año pasado en Camboya, caído bajo el poder rojo, y genocidio contra negros está cometiendo hoy mismo Fidel Castro, a quien en México, toda la prensa está acusando de formar sus fuerzas expedicionarias al África con los cubanos de raza negra, mayoría molesta a la que se está enviando al matadero africano, mientras que, según comprueba el Instituto Anticomunista Latinoamericano, cien mil negros están concentrados en Camagüey, a 20 millas de La Habana, en Pinar del Rio, Isla de Pinos, Matanzas y Sacti Espíritu, listos para servir de carne de cañón a la aventura comunista en África. 
Estos son hechos comprobados de genocidio, ante los cuales, los “jueces” radicalizados (?) de Washington callan, mientras por otro lado, aferrándose a escurridizos “testimonios” de enemigos del Paraguay, provocan un “lata parara mundial” sobre el “Genocidio en nuestro país”. Mientras tanto, como diría el Ministro Samaniego, aquí, en el Paraguay, “los muertos que ellos matan, gozan de buena salud”.
Mario Halley Mora - MHM

Carta 30 mayo 1978


martes, 20 de marzo de 2018

Comentario i: Inspiracion

Inspirarse en una obra ajena, no es copiarla, ni sacarle un vestido de época original y vestirla con otro. 
Inspirarse quiere decir, a lo sumo, tomar la idea central y el ahora en torno a ella la versión de que la propia imaginación es capaz. 
Grandes amores, terribles dramas, tremebundas angustias existenciales como las que aflora en Hamlet y la calavera, han sido asentados como momentos clásicos y cumbres del Teatro universal, y han servido a la inspiración ajena para que a lo largo de los siglos los autores vengan elaborando variantes de aquellas mismas ideas centrales. 
Los amores de Romeo y Julieta, los terribles celos de Otelo, la doblez de Tartufo, el torturado destino de Edipo, la gula de Pantagruel, la retorcida pasión de Electra. 
INSPIRARON miles de variantes, ofreciendo un nudo, un punto de partida para que otros autores den rienda suelta a su imaginación y a su pasión creadora y enfrenten con sus propias armas su propia responsabilidad de crear y enfrentar al público con algo que es original, hasta donde es posible serlo en esta etapa en que según dicen, ya no pueden existir situaciones, argumentos, ideas nitramas que ya no se hayan tratado alguna vez. 
De modo que mientras, revelan solamente pereza mental aquellos que dicen INSPIRARSE en una obra importante, y no hacen otra cosa que copiarla y disfrazarla.
Mario Halley Mora
(Publicado el 7 de junio de 1978)