Llevaba ocho días de enterrado. Al noveno,
su viuda se decidió a abrir las ventanas de la casa y entró el sol con un
brillo casi irreverente. Por la tarde ella se miro al espejo, se vio pálida y
se permitió un toquecito de maquillaje. Un poco después, su hija regreso del
Colegio, puso un disco en el combinado y la música saco como a empujones a la
tristeza que había estado fermentando en la obscuridad de la casa cerrada. Más
tarde, sonó el teléfono y el hijo atendió la llamada de una chica y hubo risas.
El olvido había empezado.
Mario Halley Mora – MHM