Hay una lucha silenciosa e intensa
de todos los días cuyo escenario tiene mil frentes. Sobre ella nada dicen los periódicos,
las emisoras y las agencias informativas. Usted es, a lo mejor, uno de los
combatientes que, hablando en términos de prensa, casi nunca hace noticia.
Decimos casi nunca porque esta vez
uno de aquellos ha ganado el primer plano de la información. Hasta hoy, Ricardo
Ramírez era un simple soldado de esa guerra sin condecoraciones. A diario salía
de su casa en su modesto vehículo de reparto y dejaba en su hogar de los suburbios
un niñito y una esposa, cuyas despedidas eran quizás una oración.
Ricardo Ramírez, soldado anónimo del
trabajo, fue hoy noticia porque la muerte se arrojo a su paso con sus
descarnadas manos. Y cayo, humilde luchador del pan, destrozado, con el vehículo
que fue su caballo de batalla en el combate de ganar el sustento para sí y los
suyos. Los poetas están siempre listos para cantar a los héroes de la guerra, a
los genios de las batallas sangrientas y a quienes luchan, vencen o caen en las
aventuras bélicas.
Las plazas públicas suelen ostentar
la efigie ecuestre de los titanes de la guerra. Nunca, casi nunca por lo menos,
ostentan el monumento al hombre caído en las escaramuzas del trabajo, en las
que las armas son las herramientas o los instrumentos de la creación
intelectual.
Ricardo Ramírez perteneció a esa legión
humilde cuyos miembros quizás jamás tendrán su monumento, a pesar de que él,
como otros muchos para quienes el diario sudor y la angustia, y la dureza de la
vida fueron las trincheras para batirse valiente, anónimo y silencioso y buscar
una victoria hermosa, cuyo trofeo era el pan.
En Ricardo Ramírez que hoy temprano salió
de su casa con un beso para un niño, con otro beso para la compañera de su vida
y sus sueños, en Ricardo Ramírez que solo con la muerte pudo saltar de su oscuro anonimato para transformarse en
noticia, rendimos homenaje a todos los trabajadores humildes, hombres, mujeres
y niños a quienes vemos todos los días en la lucha del pan por calles, caminos,
fabricas, oficinas y mercados. Para los héroes humildes del trabajo que quizás,
nunca, o muy pocas veces tendrán su monumento.
Gerardo Halley Mora
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