Generalmente,
la esposa, cuando descubre que comparte el amor del marido con la “otra” reacciona
en forma furibunda. Algunas no perdonan y se mandan mudar “a casa de mamá.” y
desde allí inician el juicio por adulterio, separación de cuerpos y de bienes. Otras,
de las que piensan dos veces antes de dar un paso irreversible, ofrecen una
alternativa: "¡Elegí, desgraciado, o ella o yo!". En este caso,
generalmente el marido opta por volver humildemente al redil de la normalidad conyugal,
y olvidarse al menos por algún tiempo de devaneos extraconyugales. Esta situación
suele tener una infinidad de variantes, pero la más insólita, es lo que le pasa
a nuestro buen amigo Néstor, que en estos momentos está enfrentando la
disyuntiva de hierro planteada por la esposa. Pero lo curioso, es que en la
tercera punta del triangulo no existe ninguna rubia ampulosa, divorciada desinhibida
o aspirante a modelo, sino. . . un caballo. Un caballo de carreras del cual Néstor
es dueño. “¡Tu caballo o yo!", es el terminante ultimátum de la señora de
Néstor. Y no es que la buena señora sufriera de alguna extraña equino-fobia, sino
que realmente, Néstor “se pasa" a juicio de la esposa, en el cuidado y
mimos al caballo de marras. Cuando ella despierta a las siete, haría ya dos horas
que Néstor se había levantado sigilosamente y marchado al “Stud” a ver como había
amanecido su amado caballo, si tenía buena provisión de alfalfa vitaminada, si
el veterinario vendría a mirar aquella pata un poquito hinchada. De siesta se
repite la historia, y hasta de noche, Néstor, que se niega a llevar a su esposa
a visitar a mama para no "malgastar nafta", la malgasta igual yendo a
ver si le habían puesto la manta contra el rocío a su adorado animal. Antes,
los sábados por la tarde, iban ella y el al cine, y a la salida, cenaban en un
restaurant de los buenos. Ahora Néstor se va a las dos de la tarde a ver su
caballo, y no vuelve sino a las nueve de la noche, cansado, sucio y oliendo a establo,
después de asegurarse que el bendito animal ha quedado bien cuidado, alimentado
y arropado, y después, claro, de tomarle el tiempo para la carrera del día
siguiente. El estallido inevitable, se produjo en estos días. y el pobre Néstor
se enfrenta al curioso problema de elegir entre su mujer y su caballo, como uno
de esos charros de opereta que nos cuentan los corridos mejicanos.
Mario
Halley Mora. MHM