Es desde todo punto
de vista claro que quisieron imitar al cine o a la televisión, y de esto surge
nuevamente la "influencia" que estos medios de comunicación ejercen, y
que resulta negativa cuando ejemplifica y enseña cómo se realizan actos
delictivos. Nos referimos a los tres ingenuos de que nos habla la crónica policial,
y que "planearon" ramplonamente un secuestro nada menos que para
cobrar un rescate de 200 millones. Leyendo la crónica policial publicada por
los diarios, se nota la "influencia" de la TV o el cine. Ahí están
los elementos clásicos, el auto con chapa robada, las máscaras, las cuerdas,
las cadenas, la casa alquilada para "prisión del secuestrado"; las
cartas pidiendo rescate y amenazando la vida del secuestrado y las
instrucciones de que el pagador vaya en auto, "con la ventanilla
baja" y cuidadito de que no vaya seguido por otro coche sospechoso, todo,
copiado de los films policiales. Lástima para tan torpes personajes, que no
tuvieron en cuenta una diferencia fundamental: la realidad es siempre distinta
a la ficción, de modo que cometieron errores que parecen cosa de comedia desde
el principio mismo de la "operación", como el "acecho de la
víctima", tan poco cauteloso que bastó que una inocente ama de casa, que
no sabe nada de secuestros, se diera cuenta de la actitud sospechosa e
informara a la policía, que no tardó en aparecer para desbaratar el plan antes
de que comenzara siquiera. Mucho más inteligente que estos tres, es un vivaracho
muchachito con quien vivimos un episodio. Resulta que somos dueños de un pekinés
tuerto, amable y juguetón, anciano ya, que para nuestra desesperación
desapareció un día. Como el barrio está plagado de "yaguá salida"
pensamos que se sintió tentado de "probar suerte" y lograr algo a
pesar de su condición de enano y de lo literalmente, bravo de la competencia,
pero se extravió. Hicimos correr la voz entre los muchachos del barrio de una
recompensa de diez mil guaraníes y para nuestra alegría, al dia siguiente vino
llegando un chiquilín flaco, y astroso, con nuestro amado pekinés tuerto en
brazos. Pagamos la recompensa, y el chico se fue muy contento. Entonces se
acerco una vecina nuestra y refiriéndose al chico nos pregunto “Se arrepintió
el muchachito?” “ De que habría de arrepentirse?”, le preguntamos a nuestra
vez, y nos contestó: “Pero si fue el mismo quien se lo llevó, yo lo ví”. Estábamos
pues, en presencia de un aprendiz de secuestrador, que como Dios manda se
inicia practicando con los perros. Y puede tener un buen porvenir en el oficio.
Mario Halley Mora -
MHM
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