Cada persona,
tiene su propio concepto de la felicidad, y la cosa tiene matices: el inquilino
sueña con la casa propia; el propietario sueña con otra casa, de descanso, a la
orilla de un rio o al pie de un cerro. El peatón sueña con el coche, la modista
con una máquina de coser eléctrica, de esas tan milagrosas que hacen todo con
solo mover una palanquita. En ordenes menos materiales hay personas que sueñan
con la paz de otra vida, la felicidad eterna a la sombra del Señor, otras no
conciben la felicidad como resultado de la posesión de bienes, de la comodidad
y del confort, sino de la paz del espíritu, la libertad de hacer lo que a ellas
les gusta sin tener patrones que les dicten horas de trabajo ni jefes que les impongan
códigos de conducta. Todo, en cuanto a aspiración, depende de la individualidad
y de la cultura de cada persona.
Lo que puede
aplicarse también a los pueblos, que tienen, en tanto a conjunto, individualidad
y cultura, y buscan dentro de ellas, su patrón de felicidad, el cumplimiento
del propósito existencial que los lleve al exaltado cumplimiento del deseo de vivir
bien, en paz, en tranquilidad, dentro de lo que en su concepto significan esos
bienes.
Lo que
equivale a que cada pueblo tiene un “estilo de vida” en cuyo marco esta la
formula de su felicidad, que es distinta de pueblo a pueblo, de cultura a
cultura, por cuanto para el esquimal, por ejemplo, la suma de la felicidad es que
en los campos helados no falten las focas para cazar, y en el “iglú” durante el
largo invierno, no falten la carne v la luz, aspiración distinta a la del
yanqui, cuya felicidad esta remitida a la posesión en su hogar de todos los adelantos
de la electrónica, desde el horno de microondas hasta la música funcional, y desde
luego, el auto en el garaje, y la casa rodante para las vacaciones, y el
televisor en colores en la sala. Lo que es distinto a su vez a lo que el
paraguayo medio considera como felicidad, que en el mejor de los casos, consiste
en sentirse en paz (porque ya sufrió mucho en la guerra) trabajar y cobrar bien
por su trabajo, venerar al Dios de sus mayores, tener una exacta dimensión de
su importancia como persona y de su orgullo como hombre y de su libertad como ciudadano,
y en la hora del reposo, buscar la sombra del árbol amigo y pulsar la guitarra,
dueño, en fin, totalmente, de su “estilo de Vida” que no esta dispuesto a
cambiar, y menos, de permitir que lo cambien.
Mario Halley Mora
- MHM