No fue culpa de nadie que don
Fausto ya estuviera harto de que le entraran ladrones en su casa. Tampoco nadie
es culpable de que don Fausto fuera el padre de la bella Rosita. Y mucho menos
podría encontrarse culpa alguna en Ramón, que se enamoro de Rosita, y que fuera
romántico, y que decidiera llevarle una serenata, y que don Fausto estuviera
esperando al Ladrón con una escopeta y . . .
Mario Halley Mora - MHM
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