Realmente el
reloj aquel, de pie, era precioso. Y antiguo. De los que dan la hora con
solemnes y puros sonidos de bronce, haciendo recordar salones de antaño, horas
contadas regustando cada minuto, sin la prisa que nos las hacen devorarlas. Cuando
el rematador los señalo, la pareja de viejecitos, que por nada había pujado
anteriormente, se puso tensa. Habían venido por aquel reloj antiguo, que quizás
tenia la misma edad o más que cada uno de ellos. Lo querían para renovar quien
sabe qué recuerdos, en qué salón añoso perdido en el pasado de los dos.
El rematador
urgía. Una voz ofreció una cifra, el viejecito, con voz temblorosa la supero.
Otra voz oferto más alto y nuevamente el viejo ofreció más. El otro, un señor
coloradote, con aire de comerciante prospero iba a decir nuevamente una cifra
mas elevada, cuando miro a la pareja. A él, que le miraba con reproche, como si
se estuviera llevando algo suyo, y a ella, que tenía una súplica en los ojos
viejos y apagados. Y se callo. Y el rematador dejo caer el martillo adjudicando
el reloj, no a quien podía pagarlo más, sino a quienes lo deseaban más.
Mario Halley
Mora - MHM
No hay comentarios:
Publicar un comentario