Miembros de una entidad dedicada en nuestro país al
vuelo sin motor, cosa por cierto para gente de temple bien probado, organizaron
una curiosa competencia entre un caballo, una motocicleta, un automóvil y un avión.
Naturalmente, este último debía carretear sobre la pista. El animal se asusto
del ruido de los motores y no pudo participar.
Actualiza esto el tema del caballo, abordado alguna
vez en el curso de nuestros comentarios. En el folclore y en la literatura del
Paraguay campea constantemente el noble bruto. En los cuentos de aparecidos se
mencionan caballos blancos o negros y jinetes cruzando al galope los desiertos,
rumbo a las batallas del pasado. Son los guardianes de los tesoros ocultos,
integrantes de otra veta del folclore nativo, tan rico en leyendas sombrías
dignas de la pluma de un Allan Poe o Ambrose Bierce.
Por desventura, nuestro país parece tender al olvido
de sus más bellas tradiciones, muchas de las cuales están entroncadas con el
caballo. La Argentina, nación cosmopolita creada por el aluvión de las razas más
dispares, conserva con casi religioso fervor la tradición del jinete de las
pampas y practica el llamado juego del pato, del que participan dos equipos
montados. Los mexicanos hacen deslumbrantes desfiles de charros para delicia y atracción
de los turistas. Otro pueblo cosmopolita, el norteamericano, cultiva con amor entrañable
las tradiciones de sus rodeos y domas, espectáculos llevados alas grandes
ciudades. El cowboy y el caballo integran en la literatura norteamericana un
enorme volumen hasta ahora no agotado. La leyenda del vaquero defensor de la
justicia se parece mucho a las historias quijotescas del caballero andante de
Europa, defensor de huérfanos y viudas, fiel a su palabra y leal adversario. De
paso, los filmes del oeste tienen una irresistible atracción para niños y
grandes. El caballo de Tom Mix, “Malacara”, hizo las delicias de la infancia de
muchos. Llena, pues, el caballo, toda una literatura trasladada intensamente al
filme.
Mientras nosotros abandonamos la tradición ecuestre
de nuestro pueblo, y aún en el campo la motorización del transporte es el
anhelo de todos, pueblos mucho más evolucionados se aferran a la afición
caballista en forma rayana en cierta exageración, creando mitos en los que el
animal y el hombre que lo jinetea son los ejes. El cowboy, por ejemplo, que el
cine nos presenta como hombre típico norteamericano, no era exactamente así. El
cowboy era por lo general un inmigrante europeo: alemán, polaco, frecuentemente
español o simplemente indio. Nada de esto quita a los repetidos romances del
oeste ese sabor cautivante para millones de personas. Muchos paraguayos vibran
de emoción al presenciar las domas de potros o toros en la pantalla, pero
ignoran la emoción auténtica ofrecida en las estancias de nuestro país por los
intrépidos vaqueros paraguayos cuyo arrojo y temeridad son insuperables y
dejarían bizcos a los productores de películas.
Mientras olvidamos nuestra tradición de pueblo
caballista, en cambio, siguen siendo frecuentes los desfiles militares de
caballería. El jinete, el caballo y la lanza, tres símbolos de un pasado
heroico se presentan de pronto ante los ojos de la multitud. Hay como una
visión remota de las cargas de caballería de los gigantes de nuestra historia.
En la época del tanque, del vehículo blindado y del helicóptero sigue teniendo
vigencia, de esta forma, la estampa ágil del caballito criollo, descendiente de
aquellos primeros equinos traídos por los españoles, animales que causaban pavor
a los indios al confundir a jinete y cabalgadura en una sola entidad mítica y
terrible.
Así, Hernán Cortes no necesito sino unos pequeños
cañones primitivos y un escuadrón de caballería para someter al imperio azteca.
Pizarro, el mozo criador de cerdos en España, se apodero del vasto feudo Inca
gracias a su implacable y cruel valor y al temor inspirado por sus jinetes. Por
algo Germán Arciniegas menciona dos cosas cuya influencia permitió a los
españoles la conquista de América. Dios y el caballo. Arciniegas agrega la
dureza y temple de la estirpe ibérica, influida también por la ruda raza
conquistadora de Tarik, el moro.
La ternura del hombre hacia sus animales favoritos
es también notoria. Van Loon, hace arrancar la civilización humana del momento
cuando el primer perro se aproximo a la hoguera del hombre y luego troto detrás
de él. Perro y hombre son seres históricamente ligados en una simbiosis
curiosa. Hay quien sostiene que la ciencia humana transformara al perro para
hacerlo más apto, ¿Fantasías? Puede ser. Pero el mutuo afecto del hombre y el
canido asume formas a veces extravagantes, como Ios cementerios de perros de
Estados Unidos, los alimentos para perros, los hospitales para ellos, las
herencias dejadas a los fieles amigos del hombre. Rin Tin Tin, un animal adorado
por los niños de varias generaciones, tiene su tumba en Hollywood. Y un epitafio
así más o menos: “Como perro, fue el mejor de los perros. Como actor, fue mejor
que muchos hombres...” El caballo, factor en las luchas de la libertad
americana, pudiera merecer también, alguna vez, un homenaje tan conmovedor.
Gerardo Halley Mora
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