La profesión médica estuvo siempre rodeada do
prestigio. Y en nuestro país, en épocas pasadas todavía cercanas, el médico do
la familia constituía una consular figura que gozaba del respeto y de la
amistad del clan al que prodigaba sus cuidados.
Ese médico de la familia do estampa clásica era un
caballero correctamente vestido, con reloj en el chaleco cruzado por una cadena
de oro, bastón de puño do plata y un señorío sin igual. El abarcaba toda la ciencia
médica posible, era clínico y era cirujano, pues no existía la especialización
que hoy día hace mucho mas eficaz, mas compleja y algo menos consular la profesión
de los discípulos de Hipócrates.
El médico de la familia operaba cuando había
necesidad, asistía a los nacimientos y trataba las mas diversas enfermedades.
De paso, era un consejero, se interesaba por los niños que eran como sus hijos
en la ciencia, vivía los dramas grandes o menudos de la familia y daba sus
buenas y severas observaciones que, desde luego, eran respetuosamente
aceptadas.
Era algo así como un sacerdocio laico ejercido con
dignidad y autoridad. Alguna vez se ha de trazar la semblanza de los antiguos médicos
paraguayos. Constituye una galería de personajes llenos do humanidad y simpatía
cálida y generosa.
En la sociedad moderna el médico sigue siendo un
elemento que actúa en los primeros planos del drama y de la felicidad humanos.
Una filosofía moderna incorporada a la ciencia, la posesión de maravillosas armas
para luchar por la salud del prójimo y una cultivada sicología hacen hoy dia
del médico un valor social positivo que sigue gozando de la confianza do la
humanidad. Hasta cierto punto, la profesión ha cobrado agilidad y una mayor dispersión
de la personalidad del médico al ocurrir la especialización, pero es indudable
que los profesionales paraguayos han logrado conservar esa esencial tradición
de simpatía, que en el pasado fue un hecho que rodeo al servicial doctor de la
familia. Se dice que la ingratitud y la critica suelen perseguir a los hombres
que se dedican a curar. Cristo, que fue también a su manera, médico, curo una
vez a diez leprosos, como se consigna en el libro de San Lucas. De ellos
solamente uno se volvió a agradecerle al Maestro. Grandes escritores se han complacido
en formular las mas hirientes burlas sobre los médicos. Les ocurre a éstos lo
que al periodismo le ha pasado también. Según el eminente escritor católico
Hilaire Belloc, el periodismo es la profesión mas ruin y soez que pueda
pedirse. Moliere, el gran dramaturgo francés recibió un día el consejo de su
médico de que no bebiera mas café, porque era un veneno lento. A lo que el
genial escritor replico “Muy lento, pues hace 80 afios que lo tomo...” Bernard
Shaw fue todavía mas mordaz al decir que si todos los libros de medicina fuesen
arrojados al mar seria una felicidad para la humanidad, pero una tremenda
calamidad para los peces. Y el emperador Adriano hizo inscribir sobre su tumba
esta leyenda insólita: “Morí a manos de una multitud de médicos”
Pero la cosa tiene su contraparte. También la sátira
se ha referido al enfermo y su manera de actuar frente al médico al cual a
veces ridiculiza. Cuando la persona se encuentra en peligro de perder la vida
ve en el discípulo de Hipócrates que lo va a tratar, una especie de ser divino.
Cuando el paciente se cura, el médico baja un peldaño en la clasificacion. Ya no
es un dios, sino un ángel.
De acuerdo a la hiriente fabula, el médico llega a
ser para el paciente un simple ser humano durante el periodo de la convalecencia.
Y cuando el hombre ya esta curado y pasado un tiempo el médico le envía discretamente
la cuenta de sus justos honorarios, entonces el doctor asume la figura de
Satanás para aquel.
Se dirá a qué viene todo esto. Es simplemente para
destacar en el tinglado de la vida a un personaje central, que es el médico.
Luego iremos enfocando otras figuras y su papel en la existencia.
El hombre dedicado a curar es eso, el hombre con
todas sus perfecciones y sus imperfecciones. Lucha, se esfuerza, triunfa y a
veces no. Necesita comprensión. El médico tiene grabado en su mente el lema de Hipócrates,
que dice así: “Si podéis curar, curad. Si no podéis curar, calmad. Si no podéis
calmar, consolad...” que él, quizás melancólicamente, quizás irónicamente,
analiza en sus momentos de reflexión.
Gerardo Halley Mora
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