Una de las profesiones con mas personalidad, sin duda, es la del
rematador. El origen de esta actividad se pierde en la "noche de los
tiempos", como se dice cuando uno quiere salir del paso. Pero es indudable
el fuerte matiz impreso también en nuestro medio por el gremio de quienes usan
al dictar su veredicto el clásico martillo. Ir a un salón de remate es siempre
una experiencia interesante. Da un poco la impresión de un mercado persa con la
infinita variedad de objetos allí acumulados. El antiguo mueble, quizás de las
antañonas y cada vez mas demolidas casas grandes. El piano vetusto que fue en
la sala de la mansión antigua como una joya, y ante el cual la niña de la casa
se sentaba para extraer las notas de una romanza o de un vals, cuyas melodías
se derramaban por las abiertas ventanas hacia las calles silenciosas de la
armoniosa aldea asuncena de años atrás. Los anchos divanes, las viejas
alfombras desteñidas sobre las cuales discurrió alguna vez el ir y venir de las
pisadas señoriales. Los cuadros de borrosas firmas, los retratos familiares de
marcos dorados, los espejos en cuya luna se habrán reflejado tantas escenas de
la vida de personas que ya no existen o quizás sigan existiendo. En fin, los
salones de remate nos parecen siempre un universo perdido y dislocado y asumen
cierta atmósfera de evocaciones de gente cuya vida fue feliz en su momento.
Los salones en donde se exponen los artículos destinados a la subasta
se nos antojan también playas en cuyas arenas vienen a descansar los restos de
un naufragio.
Días pasados vimos en una sala de esas, en medio de la mescolanza de
objetos de lo mas diversos, un busto de bronce. Una inscripción decía un
nombre. El de una persona cuya trascendencia en el país fue notoria. Nos
preguntamos: ¿quién comprara ese busto, a no ser algún descendiente respetuoso
y provisto de dinero? Desde luego, quien lo adquiriese podría ser también
alguna persona cuyo trabajo es la fundición o la metalúrgica, para aprovechar
el material. Aquello de la transitoriedad de las glorias del mundo era
patentemente demostrado por ese bronce con la efigie de alguien cuyo paso quedo
marcado aunque mas no fuese en la pequeña historia de los teje manejes
políticos. Hasta nos pareció notar en los rasgos del rostro metálico, debajo
del varonil bigote retorcido, una sonrisa suave y triste.
Conocemos rematadores amenos, simpáticos, de palabra galana y
afortunada, capaces de convencer al mas duro comprador para adquirir cualquier
cosa. Nos agradaría oír la elocuente palabra de convicción de uno de ellos para
vender el busto de ese personaje de tiempos idos.
Gerardo Halley
Mora
No hay comentarios:
Publicar un comentario