Hay
una bella canción nativa cuyo título es “Paraguay-pe”, en Asunción, en el
elegante idioma de señores que es nuestro castellano. La misma es original del
vate de los cantos sentidos, Manuel Ortiz Guerrero, en música de Flores. En sus
letras que se prenden a la cadenciosa y nostálgica melodía se arrastra una
lenta y desvaída postal del pasado, una imagen de la ciudad, seguramente la que
fue allá por el año 30, en que se incluyen la Escalinata, que por aquella
época, cuentan los papás, mamas y abuelos, era el asombro de todos; la Plaza
Uruguaya, el “mangrullo” o sea el actual Parque Carlos Antonio López y otros
puntos de nuestra entonces un tanto mística urbe.
La
canción, bonita y dulce, es como una antigua y un tanto borrosa evocación,
porque, sin duda, la ciudad ha ido perdiendo sus tipos y costumbres, sus
edificios de antaño al correr de la transformación que impone el tiempo.
Otra
estampa típica y querida que se aleja son las burreras, cada día más escasas.
Las vendedoras se han motorizado, sobre la base de los llamados camiones mixtos
que las traen y llevan desde los pueblos vecinos hasta el mercado, y do
regreso. Tampoco es ya muy común ver a la vendedora que lleva sobre su cabeza,
en raro equilibrio, la canasta llena de frutos. Pero éstos son temas para otros
comentarios.
Queremos
mencionar mas bien, como decíamos, otros motivos dela ciudad que se van
perdiendo a influjos de la evolución de las costumbres y hasta por fenómenos de transformación
económica.
Por
ejemplo, el almacén de barrio, ubicado estratégicamente en la esquina, con su
variedad de sencillos artículos. Hoy lo reemplaza el “Supermercado” de luces
fluorescentes y provisto de grandes refrigeradores. El clásico papel de estraza
del envoltorio ha sido suplantado por los envases de polietileno. Y últimamente,
el humilde y desnudo pan ha comenzado a vestirse con un atildado impermeable.
Sin
embargo, el tradicional almacén subsiste en algunas esquinas con sus antiguos
estantes, su vetusto mostrador y su viejo almacenero. Pero ira cediendo más y más
posiciones.
Mientras tanto, en los
viejos almacenes que subsisten se puede ver todavía la balanza antigua con sus
platos abollados y, a lo mejor, una caja registradora de principios de siglo y
cuyo funcionamiento es como el de nuestras provectas pero heroicas locomotoras,
y hasta puede verse también ese letrerito que vaya a saber quién invento, y constituía
como una burlona advertencia para los clientes morosos con aquello de “hoy no
se fía... mañana sí”. Un mañana siempre postergado por la vigencia diaria del
letrerito de marras.
Estas
cosas y muchas más las ve el ciudadano que dejando de lado el apuro con que hoy
se vive decide ir a pie hasta el centro o venir desde allí hasta la periferia
urbana. Porque no hay nada más agradable ni más revelador y usted puede
probarlo, que dejar en casa el automóvil, si lo tiene, o resolver no utilizar
el vehículo colectivo, para ir caminando.
Usted
se dará cuenta de que comienza a descubrir su ciudad, a pesar de que esté
viviendo en ella desde hace tiempo. Notaré que por pasar a 60 kilómetros por
hora, ignora prácticamente ese barrio nuevo, esa curiosa construcción, ese
notable jardín, esa calle evocadora o ese hermoso edificio antiguo tan familiar
pero que hace tiempo no ve...
Los
asuncenos tienen mucho que redescubrir o mucho que ver otra vez para evocar
amables momentos. Por eso, caminar, especialmente en los días soleados del
invierno es pasatiempo favorito de quien quiere disfrutar un sencillo goce y
permite percatarse andando a pie de lo realmente bella, dulce y cautivante que
es esta nuestra Asunción, en donde discurrió nuestra infancia.
Haga
usted la prueba, amiga, amigo lector. Camine y visite barrios o, en su propio
barrio, vea las estampas del pasado como el viejo y cordial almacén que daba
caramelos de “yapa” y agua fría gratis.
Gerardo Halley Mora
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