Veni,
veni, que te muestro", me dijo mi entusiasmado amigo, me tomó del brazo y
me llevó al jardín. Bueno, a lo que fue jardín, porque aquel hermoso espacio
donde crecían glicinias, florecían camelias, rosas, claveles, margaritas, sinesias,
y basta donde habla un estanque bordeado de lirios y narcisos, aquel espacio
fértil de 5 metros por diez, repito, dejó de ser jardín para convertirse en
huerta. "Es increíble la cantidad de
verduras y hortalizas que se puede cosechar en un espacio así" me
dijo, y efectivamente, en pequeños "tablones" (como él llamaba a
bloques de tierra, verdeaban airosas las lechugas, los repollos y coliflores
prometían golosas sopas, los tomates tenían que ser sostenidos por soportes de
tacuaritas por el peso de sus frutos, y había cebollas, locotes, nabos,
zanahorias y hasta berros en la parte barrosa que antes había sido el estanque.
Desde luego, el jardinero que antes cuidaba las flores y los canteros, había
sido substituido por un ceñudo y silencioso viejito campesino, artista de la
horticultura que trabajaba allí dos horas al día, y otras dos en el vecino, y
otras dos en el otro vecino, pues el "hobby" se había propagado. Como
mi amigo era un hombre de desahogados recursos económicos, se me ocurrió pensar
que su entusiasmo por "tener una huerta" era más bien "deportivo",
una novedad, algo lindo para contar y mostrar, y así, cuando le felicité por su
linda huerta, y le dije “qué bueno, había
encontrado un juguete nuevo”, me miró serio y me dijo “que nó, viejo. . . lo que me entusiasma es el valor práctico de la
cosa, la cantidad de alimento que se puede producir en 50 metros cuadrados, o
en 30 o en 20 a un costo bajísimo y con una utilidad que ni te imaginás, a
juzgar por el entusiasmo de la vieja". Me llevó a la casa de los
vecinos que también habían sacrificado la belleza de las flores por la utilidad
de los coliflores, y estos me confirmaron la esencia eminentemente práctica del
asunto. Además, las respectivas señoras no cesaban de mostrar que "en este pedacito se dan como cincuenta lechugas
frescas que en el "súper" no consigo nunca por menos de 100 ó 120
guaraníes cada una". O sea, finalmente, que estamos ante una interesante
corriente en que miles y miles de metros cuadrados de buena y fértil tierra, destinada
a jardines, por la presión de circunstancias de fuerte incidencia económica, están
en camino a convertirse en prolíficas huertas. Lo que no está mal, y si otros
blasonan de tener un “ciudad –jardín”, nosotros podemos tener el orgullo de
tener una “ciudad – huerta”.
Mario
Halley Mora - MHM
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