Un gran amigo, a
quien, por otra parte, le avisé lealmente que utilizaría nuestro en encuentro
para comentario - í, me invitó a "comer un venadito". Fui al convite
y llegué cuando en la parrilla se doraba la tierna carne del venado y expandía
por el contorno un delicioso perfume. Sobre la mesa tendida, la vieja cocinera
había depositado además, una enorme fuente con la mandioca más tierna, blanca y
humeante que viera en mi vida. Aquello iba a ser lo que se dice, un banquete en
el que uno se olvida de su gastritis, de su hígado y de su vesícula. Pero
nuestra alma sensiblera nos jugó de nuevo una mala pasada, pues ocurrió que mi
amigo, durante el aperitivo, no tuvo mejor ocurrencia que contarnos cómo cazó
al venado que allí se estaba asando. “Lo
vi al "bicho" que cruzaba tranquilamente un cañadón y se metía en el
monte espinoso - dijo - preparé el
rifle y lo seguí, tengo un Winchester 22 flamante, mortífero. Entré en el monte
(era en el Chaco) sin hacer caso de los yatebú que se me prendían por docenas,
hasta que lo divisé ramoneando. Apunté y disparé, pero me apuré un poco y sólo
le di en la cadera, creo que le rompí un hueso y salió huyendo, sangrando y
arrastrando una pata. Le seguí el rastro por la sangre, y enseguida le encontré
con la lengua afuera y los ojos extraviados, recostado contra un árbol. Ahora
lo remato, me dije, y volví a disparar. Procuré darle en el corazón pero le di
en el cuello, de donde salió un chorro de sangre. El "bicho" era
valiente, todavía tuvo fuerzas para correr unos 20 metros, pero no pudo más y
cayó. Entonces me acerqué y para no malgastar un proyectil, lo degollé con mi
cuchillo”. Después de oír semejante episodio, y de mirar los restos de
aquel martirizado animal que se doraba sobre el fuego, ya no me pareció
apetitoso ni nada. Mi mecanismo mental que genera el hambre quedó
definitivamente bloqueado, y ni con un revolver apuntándome a la nuca hubiera
comido aquella carne tan salvajemente conquistada al monte. Yo respeto mucho a
los cazadores, pero no comparto nada de su vicio de matar. Y menos aún ahora,
en que miles de especies de animales van camino a la extinción y empobreciendo
cada vez más a la naturaleza. Y que no me repliquen por favor aquello de la
"caza deportiva", que ya no tiene razón de ser porque deporte y
muerte jamás estarán armonizados, y porque semejante "caza deportiva"
no tiene ni siquiera como justificación la necesidad alimentarse porque la practica
gente que puede comprar una “mamona” y hacer un asado, sin necesidad de
arruinar el mecanismo gástrico de los invitados con historias espeluznantes.-
Mario Halley Mora
- MHM
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