No
es nada extraño que el hombre sea una pieza de caza. Es mas, en muchas novelas,
filmes y cuentos, los cazadores apasionados que han probado todas las emociones
de ese “deporte", enfrentarse al tigre de Bengala, al poderoso, torpe y
asesino rinoceronte, a la veloz pantera, al valiente león, no deja de soñar con
la presa superior a todas esas fieras, una presa que tenga inteligencia y no
solo instinto, y que es capaz de volverse cazador de su propio perseguidor: el hombre.
Y
allí, en ese estadio de la pasión de perseguir y de matar, el cazador entra en
el territorio de la locura, de la obsesión enfermiza, y ya no tendrá paz hasta que tenga en la mira del
fusil la presa humana, y apriete el gatillo con el mismo placer con que contrae
todo su cuerpo en el clímax sexual.
Al
ubicuo Dr. Mengele, autor de horribles crímenes contra la humanidad, le
corresponde el triste honor de ser la presa humana más codiciada del mundo. Ha
cometido actos innombrables y quienes lo persiguen son la civilización, la justicia,
las leyes, los jueces ante los que debe rendir cuenta de sus atrocidades.
Pero
al margen de esta justa persecución, su nombre, sus actos, su condición
bestial, ha detonado la locura, el complejo de “Diana Cazadora", en una
mujer que ha hecho la razón de su vida el capturar la codiciada presa. La hemos
mirado de cerca, y tiene en los ojos esa luz fija, fanática, de la obsesiva. incluso se ve que ha apostado su propio juicio
contra el éxito de la caza del hombre, porque en el fondo debe saber que una frustración,
su derrota ante la presa que se escondió en las montañas, o entre las multitudes
de las grandes ciudades, o en el refugio total de una sepultura, la llevara al
delirio y a su destrucción mental, que no esté muy lejos, desde el momento que
ya ha transitado dos tercios del camino hacia la camisa de fuerza: un tercio,
ha perdido la paz interior, otro tercio, su raciocinio ha sido borrado por la obsesión
fanática, solo falta la frustración para que su mundo interior estalle y se sumerja
en las horridas sombras de la locura.
El
odio que le sale por todos los poros se justifica en sí mismo por la calidad de
su presa, pero se sabe que el odio controlado es motivación y pasión todavía de
signo positivo, pero el odio desatado e irracional es como montar la propia razón
en un potro loco. Y cuando el odio es así, no hay ni siquiera un justificable sentimiento
de venganza, o un noble sentimiento de hacer justicia, sino una irrefrenable compulsión
de capturar la presa, clavarle las uñas y devorar sus entrañas.
Caso
típico del cazador enfermizo que se vuelve tan brutal como su presa. Lo mas
triste del caso, como ya lo narro Hemingway; es que el cazador enceguecido por
su obsesión, poco a poco se va identificando con su presa. Se lo va pareciendo
cada vez mas, porque, explica el gran escritor, si el amor es una comunión de
la ternura, el odio es una comunión de la ferocidad, une un vinculo terrible a
perseguidor y perseguido, y muerto el perseguido, la sangre no se borra de las
manos del cazador, ni deja de instalar para siempre en su lengua el gusto de la
sangre.
Muerto
Mengele la bestia, quedara en el repertorio humano Beate, su cazadora. Ambos,
para sembrar escalofríos en el mundo. Así es la cosa. Y no nos debería importar,
si esta señora, fanática de la saña, no de la justicia, no hubiera elegido
nuestro inocente país, como coto de su alucinante cacería.
Mario
Halley Mora - MHM
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