En realidad, nuestro titulo
no es nada agresivo, porque no se trata de desafiar como personas a los
arquitectos, sino a su ciencia, a sus conocimientos profesionales, a su
creatividad, a su imaginación, y alla en el fondo. a su sensibilidad social.
Pero primero hablemos de la palma del caranda'y, una de las nobles especies
vegetales de nuestro país, tan abundante, que muchos no vacilan en calificar de
“plaga”, sin entrar en consideración de su gran utilidad, y de su enorme
versatilidad, y de su notoria economía, pues basta cortarla y ya está, no
necesita de aserraderos, de cepilladas, nada. Del árbol a la obra, y punto.
Entramos en una casa centenaria y miramos el techo, y allí están los
irreductibles tirantes de palmas, inmunes a la pudrición, victoriosos contra el
cupi'i, vencedores del tiempo, duros y eficaces como el primer día, mientras
los adobes se derriten y las tacuaras puestas a modo de alfajías ceden. Después
vamos a un embarcadero menor, y vemos esas mismas palmas, sin breas
protectoras, sin pinturas aislantes, clavarse en el fango del rio para soportar
airosamente pontones sin ser atacados por el agua, sin ser deteriorados por la
humedad. En la ciudad, soportan por años los cables telefónicos y eléctricos.
En el campo, soportan la estructura de puentes; partidos por el medio. estos
palos forman las “murallas” de las canchas de fútbol, son pilares del rancho, o
del galpón, son vigas, son tirantes, son el soporte de los corrales, recios,
permanentes, reacios al fuego. Es la madera ideal, abundante, barata, fea pero
tremendamente eficaz.
Y después de decir todo
esto, pasemos a los problemas de los
inundados, los fugitivos del rio, las víctimas de los caprichos de la
Naturaleza que cada vez que suben las aguas cargan al hombro sus bártulos y van
a apiñarse en los bordes de la ciudad, configurando un espectáculo de
angustia y desesperanza, que desaparece cuando el río baja y los inundados
vuelven, pero reaparecen cuando las aguas vuelven a subir. De ahí nuestro
desafío: los arquitectos saben que las poblaciones ribereñas son inevitables,
porque son de gente humilde que viven de la ayudita del rio y del trabajo en la
ciudad. No se pueden alejar ni del río que alimenta ni de la ciudad que
proporciona trabajo. Entonces, que venga el proyecto, con la palma caranda'y
como protagonista. Un proyecto de “urbanización” peculiar, lacustre, es decir
con casas sostenidas por palmas a la mayor altura de las inundaciones, como se
ven en poblaciones en los extensos litorales fluviales de Sud América. Pequeñas
casas de las que en la sequía se baja por escaleras. y en las inundaciones, se
moviliza la gente con botes, pero permanecen allí, esas casas, y no insumen más
espacios que los improvisados ranchos posados en la tierra caprichosa y
anegadiza. El material ideal está dado: la palma de caranda'y, nada más que
cuatro palos recios para soportar una plataforma. Lo que no es inventar la
pólvora, sino aprovechar experiencias centenarias de las poblaciones ribereñas,
como las que vieron en las costas del Pacifico los primeros conquistadores
españoles, con sus casas indígenas instaladas sobre altas plataformas, y
debajo, el agua impotente e incapaz de hacer daño. Pequeña Venecia, dijeron los
españoles al ver esos pueblos y villorrios lacustres, y de allí viene el nombre
de Venezuela, para lo que hoy es un gran país. Cuestión entonces, que es mejor:
la cíclica y desesperada fuga de los inundados, o caseríos estables y fuera del
castigo de las aguas. Solución casi permanente, porque la famosa remodelación
de la bahía, es cuestión de nunca acabar.
Mario Halley Mora - MHM
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