Su manía eran los velorios. Gustaba
del morboso placer de dar las condolencias. Envidiaba el dolor de los parientes
y hasta la triste majestad del cadáver yacente entre maderos lustrosos y raso.
Vivía soñando en su propio velorio como el pobre sueña en su casita propia, y
se pasaba horas de insomnio imaginando su ataúd, la montaña de coronas y las
frases patéticas estampadas en el álbum a la luz de los cirios. Tanto esperó
que al fin se cumplió el sueño de su vida: Morir. Pero al único velorio al que
no pudo asistir fue al suyo, porque murió ahogado y se lo llevo el río.
Mario Halley Mora – MHM
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