En estos días, estamos pasando unos
momentos tristes, porque de alguna manera, hemos perdido un amigo. No ocurre
que murió, sino, dicho casi crípticamente, dejó de ser él, esto, para no decir
que cayó en una especie de manía que raya en las fronteras de la pérdida del
juicio. Hasta hace un mes, era un hombre normal, trabajador, feliz en su
matrimonio, laborioso en su trabajo, orgulloso de su única hija, arquitecta, casada,
que le ha dado un nieto, a quien el hombre adora como sólo saben querer los
abuelos. Sin apremios económicos, con un
trabajo seguro y la promesa formal de una jubilación satisfactoria, no era lo
que se dice un hombre angustiado, víctima propicia de alguna sicosis, o en un
caso peor, de algún accidente vascular. Pero la desagradable sorpresa cayó
sobre la familia una mañana, cuando después de afeitarse para ir al trabajo, se
sentó en la mesa del desayuno, y anunció repentinamente a su esposa que ese día
no iría a trabajar. La esposa le preguntó por qué, y recibió la sorprendente respuesta
de que "perdí mi alma, y no vale la
pena que un hombre sin alma vaya a trabajar, o vaya a ninguna parte". Al
principio, la esposa creyó en una broma, pero más tarde, empezó a preocuparse
cuando el marido se desvistió, volvió al dormitorio, lo cerró con llave y
volvió a acostarse. La esposa llamó a la hija y le contó el extraño episodio.
La hija se trasladó enseguida a la casa paterna, y con ruegos, logró que el
hombre abriera la puerta del dormitorio. Conversó con toda normalidad con la
hija, pero volvió a afirmar que su alma se le había escapado y estaba aposentado
en una estrella, y que el problema era saber en cuál de ellas estaba, pues
había tantas en el cielo. Los días siguientes persistió en su fantasía, y dejó
de ir al trabajo. Sus patrones se preocuparon y le enviaron a un sanatorio
donde un examen clínico completo no reveló nada. Tampoco un siquiatra pudo dar razón
de aquella extraña, anuladora fantasía, ni su tratamiento dio resultado, porque
cada vez con mayor fuerza, el hombre se aferraba a la inutilidad de vivir, trabajar
y amar cuando no tenia alma. Un medico esbozo la teoría de que nuestro amigo
habría sufrido algún minúsculo accidente cerebral, algún tipo de hemorragia
interna imposible de detectar con los recursos existentes aquí, de modo que
hace dos días, su hija lo traslado a San Pablo, donde lo vería un neurólogo de
fama mundial. Y nuestro amigo se dejo llevar dócilmente, pedido de si mismo,
naufrago en el mar brumoso de una mansa y anuladora de locura, acompañado por
la fe de la hija en la ciencia, y por la fe de la esposa en la Providencia.
Mario
Halley Mora - MHM
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