Quiso impresionarnos, pobrecito, y se equivoco. Nos
referimos a un amigo, casi diríamos vecino, que se entusiasmó con nuestros
comentarios sobre el obscuro, pero dulce origen del amor a las cosas viejas, y quiso
demostrarnos que él también era un alma sensible (y lo era, a su manera) capaz
de arrebatar al tiempo objetos, rescatarlos del olvido y tenerlos siempre a la
vista, para seguir generando cariño y recuerdos. Con el propósito de demostrárnoslo,
nos invitó a su casa para exhibimos su tesoro personal. Fuimos con la creencia
de que iba a mostrarnos, alguna vieja Victrola a cuerda y una colección de
discos de foxtrots o de tangos de los nostálgicos tiempos de ayer, o el uniforme
de rala de su padre, que fue coronel, perfectamente conservado y con los
bronces pulidos, o quizás la carpeta conteniendo las cartas de amor de sus
padres cuando eran novios, o algo parecido. Pero nos llevamos un desencanto,
porque lo que él nos exhibió con orgullo fue un perro embalsamado. Titán, que
fue su compañero durante quince años, Y que cuando murió entregó al taxidermista para
que lo rellenara de paja, le pusiera ojos de vidrio, y lo sentara para toda la eternidad
sobre este mundo que ya no vé, ni siente ni huele, ni será capaz de arrancarle
por siempre jamás un ladrido. Nos cayó mal. Tenemos la obscura convicción de
que embalsamar un animal querido, como un perro (y dicen que lo hacen hasta con
los caballos) es un insulto al animal, y una retorcida, macabra, corrupción del
amor. Porque no existe nada mas triste que un animal embalsamado. Por mas
imaginación que uno ponga en la contemplación, no se vé al perro, sino se ve a
la muerte, porque justamente lo que hace "querible" al animal, es la
exultante sensación de vida, de alegría y de movimiento que desparrama, y que
los sentimos cuando llegamos a casa y nos recibe con un festival de rabos; cuando
desde nuestra cama oímos que persigue a los gatos que merodean por la cocina,
cuando para nuestra preocupación desaparece dos o tres días, al cabo de los
cuales regresa sucio, herido, maltratado, pero en el fondo feliz de haber participado
tras una perra en su obligación de propagar la especie. Nada de eso tiene el
pobre animal embalsamado, triste cadáver obligado a posar de vivo, con polillas
que le salen de las orejas y con un indefinible, enfermizo olor a muerte. No,
nuestro amigo se equivoco.
Mario Halley
Mora - MHM
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