Ahora que, Dios y
las empresas editoriales mediante, florece el gremio de escritores, y desde
luego, florece la cultura literaria en el país, tema estimulante es hablar
precisamente, de los escritores, que ya son numerosos, valorados, aplaudidos o
criticados, pero están vigentes, y lo que es mejor, por fin sus propios
compatriotas los editan, los leen y los conocen. Sin embargo, el tema no es el
de los escritores que ya son, sino de aquellos que deben ser. Que deben ser por
su capacidad intelectual demostrada en trabajos de corto aliento, por su manejo
del idioma, por la claridad de sus ideas. Tienen todas las condiciones, incluso
un nombre ya "vendedor" pero se mantienen en un silencio que resulta
inexplicable. O más bien, que resulta explicable si prestamos atención a un par
de pretextos que siempre están a flor de labios. Uno, que "no tengo tiempo
por mis obligaciones". Otro, no dicho, pero real, es el hecho insólito de
que en nuestro medio, el talento, salvo algunos casos, va de la mano de la
pereza, lo que constituye un desperdicio que suena a pecado. Es más, hay otros
que tienen la intención de arremeter con la realización del libro soñado,
incluso ya tienen el tema, un esbozo mental, pero lo van postergando
indefinidamente, a la espera de una "oportunidad" que va saltando de plazo
en plazo, sin concretarse nunca. En todos los casos, la que está ofreciendo el
medio editorial y el interés superlativo del mercado lector, el apoyo de la
prensa, el ojo avisor de la crítica, es una brillante oportunidad que ha roto y
condenado al desván la clásica figura del creador que escribe y ve morirse, de
viejo su original guardado en un cajón, sin posibilidad alguna de edición, a no
ser la costosa "edición propia" que generalmente muere al nacer por
la desconfianza de libreros y de público, y también de la crítica de los libros
editados sin el sello de una Editorial. Lo dicho, pues, los amigos motivemos a
quienes conocemos como aportadores en potencia, y con potencia intelectual de
la cultura del país. Estamos viviendo una primavera bibliográfica, pero dentro
de esa primavera, para no ser monótona y fatigosa a la larga, las flores deben
multiplicarse. No se puede sostener ni proyectar hacia mayores alturas un movimiento
a base de los mismos nombres.Todo debe enriquecerse y renovarse, sin olvidar
que el mayor placer del lector, no es leer repetidamente los mismos autores,
sino descubrir otros nuevos.
Mario Halley Mora –
MHM
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