Aunque
tardío, queremos rendirle hoy un homenaje a un ilustre profesor de castellano, recientemente
fallecido. El Dr. Gustavo Lezcano, cuya memoria resplandece, en la misma medida
en que hoy, desde diversos sectores, se pone el acento sobre “lo mal que
hablamos el castellano”, y cuando esta falencia se detecta hasta en los ámbitos
universitarios, produce la justificada alarma. El Dr. Gustavo Lezcano,
siguiendo una tradición familiar que se inicia con su ilustre padre y la siguen
también sus hermanos, hizo un apostolado de la enseñanza del castellano. Adheridos
- apasionadamente a las enseñanzas de Andrés Bello, tanto don J. Inocencio Lezcano
como sus hijos, y entre ellos, Gustavo, lo dieron todo por la enseñanza del
buen decir castellano en nuestro país, ilustrando a generaciones de estudiantes,
tanto desde la cátedra donde hacían gala de la puntualidad y la austeridad de
los auténticos maestros, hasta en los libros de texto que, a nuestro juicio,
quizás hayan sido reemplazados, pero no superados hasta ahora. Al recordar
especialmente al recientemente fallecido Dr. Gustavo Lezcano, esa frase que
estampamos más arriba: “lo dieron todo”, no es la hueca fórmula de un cumplido
al maestro que se ha marchado para siempre, sino el reflejo de una realidad admirable,
reconocimiento de una conducta de “las que ya no se ven” o se ven muy poco en
esta época materialista, concretada en la imagen del maestro de severo porte,
de austera existencia, mas digno cuanto peor pagado, esclavo de un apretado
horario que lo lleva siempre de prisa, siempre puntual, de clase en clase, de
colegio en colegio, dando a su apostolado ese toque de humildad, casi de pobreza,
que mas que amenguar, enriquece la personalidad del maestro, del auténtico
maestro. De esa madera antigua y señorial era el Profesor Gustavo Lezcano. Un
maestro completo, porque al señorío de su porte, unía la calidad de su enseñanza
y la formalidad de su conducta profesional que lo hacía un maestro severo, hasta
temido, pero esencialmente justo, con los méritos propios de quien dá a la cátedra
un carácter misional que se cumplimenta hasta con el sacrificio de esperar de
la enseñanza todas las satisfacciones, menos, la recompensa material que nunca
se da al silencioso denuedo del apóstol. Que en paz descanse aquel profesor sin
tacha, y que sirva de inspiración a quienes hoy, se sienten llamados a devolver
el arte del bien pensar y del buen decir a nuestra juventud.
Mario
Halley Mora - MHM (escrito el 2 de setiembre de 1983)
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