Era en la guerra
del Chaco, yo tenía apenas cinco años. Todo lo que sabía de la guerra era que
mis dos hermanos mayores, Antonio y Pedro, estaban combatiendo allá, y la costumbre
de mi madre de encender cada noche una vela frente a la hornacina familiar de
la Virgen de las Mercedes, y rezar implorando el divino amparo para sus hijos.
Fue por aquel tiempo también que sucedió un episodio imborrable. Ocurría que
circulaba el rumor que los bolivianos tenían una poderosa aviación y pensaban
bombardear Asunción. Se creía tanto en eso, que la gente de la vecindad se
cruzaba recomendaciones de como cavar refugios en el patio, meterse en él y
ponerse encima un colchón. Pues bien, ocurrió que un día, un solitario avión
(que al final resultó nuestro) sobrevoló la zona de nuestra ciudad donde
vivíamos. El susto fue general. ¡Vienen
los bolivianos!. El recuerdo que no se me borra, es el de una señora,
vecina nuestra, muy religiosa que salió disparada de su casa, enarbolando un
inmenso cuadro del Corazón de Jesús, alzado hacia el cielo la imagen y rezando
a gritos para que el Hijo de Dios nos salvara de aquel maligno portador de
muerte y destrucción. Fue tanta la mezcla de angustia, fe y pánico, que su pobre
corazón de señora gorda no soporto, y cayó fulminada en la calle por un ataque
cardiaco. Curiosamente, aquella señora fue la primera y única víctima de un
ataque aéreo . . . que nunca se produjo. Otro recuerdo inolvidable, de esos que
se fijan en la memoria en la infancia y perduran por siempre, es el de una
luminosa mañana de setiembre en que el día pareció estallar. Las sirenas
atronaban el espacio, tanto la del diario La Tribuna como los silbatos de los
trenes y de los barcos. La gente salía a la calle y lloraba y se abrazaba el
vecindario invadió la austera casa del usurero del barrio, don Toribio, que
tenia una radio Philco donde podía escucharse el boletín de la única emisora
que había entonces en la Capital, si mal no recuerdo, Radio El País, y la sensacional
noticia era que Boquerón había sido conquistado. Aunque pesaba en el corazón la
lista de muertos en los días previos que figuraban en los lóbregos pizarrones
de La Tribuna, ese día el corazón del pueblo se abrió para la alegría y el
orgullo. Se estaba demostrando, lo comprendí mas tarde, que el pueblo adquirió
con Boquerón, la conciencia de que la guerra iba a ganarse. Aquella noche, la
vela que ardía frente a la Virgen me pareció más viva y luminosa, y la oración
de mi madre tenía una resonancia de himno, porque salía del corazón de una
madre para guaya, que no sabía si sus hijos estaban vivos o muertos, pero tenía
la certeza de ser ella, hija de una Patria victoriosa.
Mario Halley Mora
- MHM
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