“Ibamos
por el herradero de novillos. El patio empedrado, sombrío bajo el inmenso y
ardiente cielo azul de la tardecita, vibraba sonoro del relinchar de los
caballos pujantes, del reir fresco de las mujeres, de los afilados ladridos
inquietos de los perros. Platero, en un rincón, se impacientaba". Este es un texto de Juan
Ramón Jiménez, premio Nóbel de 1956, que encontramos reproducido en el libro
"Idioma Español", de la profesora doña Aida Lezcano de Trigo Báez. Su
reproducción, obedece a nuestra creencia de que el idioma existe como algo
concreto, pero el "buen decir" es el producto de una elaboración
excelsa, en el marco del idioma, claro está. Ratifica también nuestra opinión
de que la buena prosa castellana tiene musicalidad, un ritmo cadencioso, atractivo,
casi mágico, que precisamente están presentes en el breve trozo del autor de
"Platero y yo" que invitamos al lector a volver a leer, cuidando la
modulación, el acento y las pausas de la puntuación, para darse cuenta de que
esta prosa "canta" en cierto sentido. Todo lo cual viene a cuento por
gracia de una lección que allá en nuestra juventud, recibimos justamente del hermano
de la autora del libro, el Profesor Gustavo Lezcano, a quien una vez nos
atrevimos a preguntarle cuál era el camino para hacerse escritor. Recordamos
que nos miró con el ceño severo de siempre, desde su inalcanzable altura física
y mental, y por fin, condescendió a darnos una respuesta: "Leer mucho a los clásicos de la literatura castellana y leer en
voz alta". Solo mucho tiempo después, descubrimos el motivo de la
condición de leer en voz alta, que no es otra que fijar en la memoria la
"música de la prosa" es decir, la cadencia armoniosa de las palabras
bien usadas y gentilmente insertadas en el contexto de una frase o de un
pensamiento. La cosa no es difícil, sino más bien elemental, porque la memoria
sigue el mismo mecanismo que utiliza para saturamos de esas melodías musicales
que tienen la cualidad de ser "pegadizas", como aquellas que casi inconscientemente
silbamos o canturreamos mientras nos afeitamos o vamos manejando el automóvil. La
prosa bien escrita, tiene también esa misma condición de alimentar a la memoria
de cadencias que asoman sin que nos demos cuenta, cuando a nuestra vez,
acometemos el difícil compromiso de escribir. Eso, en cuanto a lo de leer en
voz alta, pues en cuanto a lo de simplemente “leer”, el propósito esta en
enriquecer el vocabulario, condición insoslayable para el que ejercita el “arte
de la escritura”
Mario Halley Mora - MHM
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