Pedimos al lector que recuerde la lectura de nuestro comentario
- i de ayer domingo un poco lúgubre. . . .
pero basado en un hecho real, la muerte en accidente de tránsito de un
amigo nuestro, la mañana de un jueves, cuando se dirigía al trabajo. Lo que
corresponde a la imaginación, es solamente la reconstrucción, tal vez
fantasiosa, de los últimos minutos de un hombre sano y vital. La muerte es
real. El ómnibus que lo llevó por delante real. Y el luto que basta hoy guarda
su joven viuda, también es real, como real la orfandad de su hija, hoy
estudiante del secundario. Pero lo inesperado, fue que el tema provocó un
debate general entre los compañeros de redacción. Y el debate se inició cuando
uno de ellos dijo: "Después de todo, ya que la muerte es inevitablemente,
es mejor morir así, de repente y con poco sufrimiento". En seguida le
surgió, un oponente: "Dios debe darnos el derecho y el tiempo para decir
nuestro adiós a los que amamos” dijo. Y en seguida surgió un tercero, que se
explayó así: “Lo quiso decir Fulano (por el primero) es lo razonable, porque
debe ser triste pasar meses y meses acostado en una cama, robando tiempo, y
sosiego a la familia, ocasionando gastos y angustias, desterrando la alegría de
la casa". Inmediatamente le salió al paso nuestra combativa redactora de
Sociales que le acusó de “Presuponer que en el cuidado que merece el enfermo,
el egoísmo se sobrepone al amor. Y la gente no es así de cruel y de desalmada,
para pensar solamente en el gasto y en la pérdida de tiempo. Conozco esposas,
hijos, que han pasado meses, a veces años, a la cabecera de un padre enfermo,
con ejemplar cariño y abnegación, con total generosidad”. A ésta, le respondió
uno de nuestros redactores más veteranos, que nunca arriesga una opinión sin pensarla mucho, que dijo: “Una vez fui a
visitar a un querido amigo que se estaba muriendo y lo sabía. Me dijo algo que
nunca olvide. Que al principio, estuvo rodeado del cariño de los suyos,
sentimiento que se fue esfumando en el tiempo, y con los gastos, y con
molestias. Ahora- le dijo el enfermo - siento flotar una callada hostilidad, de
reproche. Y me espanto pensando que me culpan de estar vivo . . . de no irme de
una vez por todas”. Fue impresionante el silencio que cayó sobre la ruidosa
asamblea. Es que de repente, no hay palabras para hacer frente a las crudezas
de la vida, que nos golpea en el momento menos esperado.
Mario Halley Mora - MHM
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