Eran las 6.50 de la
mañana, y a esa hora, Aurelio tenía nada más que 5 minutos de vida. No estaba
agonizando, sino todo lo contrario, pues fresco, bien afeitado y al volante de
su automóvil, había parado frente a la Escuela para que su hija descendiera y
entrara al edificio. Encendió la radio de su automóvil y se puso en marcha
rumbo a su oficina, escuchando entre divertido e irritado las quejas de una
señora contra los precios abusivos de un almacenero coreano. Enfiló por una ancha
avenida rumbo al centro de la ciudad, sin saber que apenas le quedaban cuatro
minutos de vida, y sin que ni remotamente, pensara en la muerte que se acercaba.
Cambió de emisora y escuchó sin oír una noticia deportiva. Aquello le hizo pensar
en el próximo partido de su club, que hubiera querido ir a ver, pero no podía
defraudar a su amigo Arsenio, el pescador fanático, que le había convidado a un
pacú asado para el domingo. Mientras pensaba si invitaría o no a su señora al
asado, otro minuto se había consumido, y le quedaban sólo tres, de los cuales
consumió 30 segundos en pensar por enésima vez en las serias alergias que acometía
a su esposa, cuando consumía pescado, y si no sería conveniente cambiar de médico.
El recuerdo del médico de su esposa lo llevó, mientras conducía, al recuerdo de
su propio médico, que sólo la semana pasada le había hecho un examen completo y
le había dicho con tono de contenta complicidad: "estás hecho un toro, viejo".
Se detuvo obedientemente frente a un semáforo, sin tener conciencia de que los segundos
iban pasando, y que sólo le quedaban dos minutos de vida. Vio la luz verde y siguió
adelante, frenando con prudencia en una esquina para dar paso a una mujer
campesina que desmañadamente trataba de cruzar la calzada. Detrás suyo, sintió
un bocinazo irritado del conductor que se había visto obligado a frenar
bruscamente. Simplemente sonrió, tolerante a las debilidades ajenas . . . y le quedaba sólo un minuto de vida. Miró la
hora: Llegaría a tiempo al trabajo, o por lo menos, antes de que el Viejo
llegara. Sonrió pensando en el Jefe gruñón y buenazo al mismo tiempo, y sólo tenía
30 Segundos. Vio aproximarse una esquina conflictiva, y como siempre lo hacía,
coloco los pies sobre el freno. Que apretó demasiado tarde, porque el
enloquecido ómnibus que marchaba por la calle lateral, se le vino encima. Sintió tal vez el ruido del impacto. Después
nada. Los cinco minutos se había cumplido
Mario Halley Mora
- MHM
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