Nuestro tema de ayer, fué nuestro
dominical hallazgo de un novelista de 12 años, que como todo escriba primerizo,
en este caso precoz, encaró su obra en forma autobiográfica, y comenzó contando
que era huérfano desde que era un bebé de un año, a causa de un accidente
sufrido por sus padres, y que fue criado por su abuela. La "novela"
escrita por el niño, tiene naturalmente todos los defectos del caso. El chico sólo
tiene doce años, y sin embargo, ha sido capaz
de llenar un cuaderno de cien páginas, con letra menuda y buena ortografía.
Pero por encima de un juzgamiento superficial de su escrito, lo dijimos ayer,
sobrecoge y emociona la carga de inocencia de un niño que experimenta y cuenta,
el peso de la orfandad en estado puro, es decir, sufrida personalmente. Sobre el punto, tiene frases
simples pero de un contenido enternecedor, como cuando cuenta (lo decimos con
nuestras palabras, en gimnasia interpretativa) que jamás pudo establecer una
comunicación completa con su abuelita, madre de su madre, que culpaba a su
padre del accidente (manejaba el coche) mortal. Allí, en esa reacción de su
abuela, el chico encuentra un motivo de su angustia, porque según dice:
"yo siempre estoy esperando que recuerden a mis padres con amor, pero mi
abuelita recuerda a mi padre con rabia y a mi madre con amor'. Más adelante, en
una reflexión de rara madurez, escribe que "los muertos deben ser
perdonados de todas sus faltas; porque es el ejemplo que nos dejó Jesucristo, y a El no le
podemos fallar". Se aferra a este temas y continúa una narración un poco
confusa, de la que surge a poco que se analice, un conflicto interior demasiado
árido, duro, para un chico de doce años, que se siente llamado a ejercitar un culto total, cariñoso,
nostálgico, a esos padres ausentes que idealiza, pero choca con su abuela, no
puede realizar esa necesidad de su alma, porque la abuela "desacraliza"
mancha con reproches el recuerdo de su padre. Al menos eso es lo que surge de
la narración. Blandos como somos de sentimientos, sentimos hacia ese muchacho
profunda lástima, pero al mismo tiempo, una genuina admiración. Quizás él no
sepa que toda angustia necesita escape una válvula de descompresión y él, Dios
mediante, lo ha hallado escribiendo, y lo hace tan bien como puede hacerlo un
chico de doce años. Sin saber que ese trabajo de volcar en una páginas en
blanco la carga de su dolor, es la garantía para su salud mental y para el
equilibrio de su espíritu
Mario Halley Mora - MHM
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