En una reunión social, me toco la fortuna de conocer de
cerca a un escritor. Siempre he admirado a los escritores porque desde mi
llanura de ignorante ilustrado, los considero algo así como embajadores del
Olimpo. Estaba compartiendo un grupo selecto y me lo presentaron, y cuando me
paso la mano con la displicencia con que Luis XIV pasaría la mano al cochero de
María Antonieta no me ofendí. Los grandes tienen derecho a su propia majestad,
y quien era yo para reclamar algún rayo de luz exclusivo de semejante astro. Me
quedé parado humildemente en la periferia del grupo, como un cometita de
modesta cola sobrevolando el Sistema Solar, donde con toda justicia, mi
personaje fungía de Sol. Los planetas, perdón, los componentes del grupo, devotos
y atentos, (aunque no tenían cara de haber leído un libro completo) bebían sus palabras
y yo tendía las orejas como antenas parabólicas para captar ese momento histórico
en mi vida, sobre todo, porque el Escritor hablaba con tono magistral sobre la
narrativa, terreno en el que con terquedad de mula y talento de su papa (de la
mula), yo desperdiciaba mi tiempo haciendo unos desmañados intentos, en vez de
hacer algo mas útil como ser transportista o acopiar tabaco.
- Existe un componente en la narrativa - decía el
Escritor - que yo como resultado de un largo transito por los misterios de las
letras defino como la substancia inmanente de la elaboración de la otra
realidad arrancada de mis vísceras que no es subyacente ni soterrada sino
difusa pero perceptible a la cosmovisión a veces platónica y a veces cartesiana
que la escritura provee a la disposición lúdica del lector medio generalmente
embebido en una cotidianeidad insalvable terrestre pédica bípeda e irremediable
que dispara la alternativa shakesperiana y agónica del autor que debe debatirse
entre entregarse a la hedonística de la pereza mental o remover todo el potencial
del barro primordial de su mundo interior fabulador fantasioso y creador hasta
el desplome explosivo del clímax creador planteando así al mismo tiempo la liberación
de Tántalo y la solución del teorema del ego desdoblado que se ofrece como carnero
del sacrificio en el altar de la mediocridad.
- ¡Aijuepete!—me dije interiormente, abrumado por
aquella sabiduría. En rigor, no había entendido un cuerno, pero memoricé todo
palabra por palabra para repetírselo a mi nieto, mas no sea como prueba de que había
estado cerca de un hombre de tamaña magnitud, y dudando de que el también lo
entendiera a pesar de ser primer alumno y abanderado del Colegio, pero
irremediablemente inficionado por mi linaje de bruto. Pero tuve que poner
puntos suspensivos a mi admiración porque el Escritor seguía con su Magisterio.
- En la agonía del desprendimiento del ego inmediato
porque el mediato permanece hibernado en el subconsciente que suele alcanzar el
cero absoluto la escritura llega a ser una hemorragia habitada de luz
incoherente que tiene un aura de dadiva ofertada en la excelsitud de la misión.
- ¡Nde rasore !
- me dije ante el tamaño
himalayico (se me estaba contagiando) de las cosas que yo ignoraba, y fue tanta
mi admiración que le perdoné que me confundiera con el mozo y me pidiera un
vaso de vino que fui volando a traérselo, con el contento de poder contarle también
a mi nieto que había servido vino al Grande.
Mientras El seguía hablando y los demás abrevaban como bueyes
sedientos (se me está contagiando, caramba) en las torrenciales cataratas de su
sabiduría, junto a mi admiración surgía la envidia, corrosiva y amargante, de
esas que emanan de las honduras de la mediocridad iluminada en toda su crudeza
por los resplandores del genio inalcanzable. Su estampa paseada por Europa, su participación
en seminarios, conferencias, paneles, simposios, congresos, honrado, admirado y
aplaudido en las ilustres craneotecas de la cultura mundial, según contaba él
mismo y sus amigos en los diarios y no hay por qué no creerlos, todo me parecía
una ingratitud de Dios, mal repartidor de la riqueza celestial, que había
derramado tanta iluminación sobre uno solo olvidando a los demás mortales, y
hasta donde se oportunidad de ilustrarse en 'La Soborna“ como decía mi tocayo Mario.
Rumiando estaba el alfalfa acido de mi envidia (me
contagié definitivamente) cuando se acerco al Maestro una joven periodista, de
esas de pantalón vaquero, grabador en ristre y con dos grandes auriculares en
las orejas que le hacía parecer al Ratón Atómico, a hacerle un reportaje.
Preguntas inteligentes van, respuestas luminosas vienen. Las tendencias de la
narrativa moderna. La misión del escritor, la validez del mensaje, la moralina victoriana
y la inconsesividad actual. El neorrealismo, el boom latinoamericano, el boom
africano, como hacer para encontrar a los países del segundo mundo porque solo
parece haber primero donde muchos quieren estar y tercero donde nadie quiere
estar pero esta. A todo respondía con fluidez, inteligencia, señorío sin par,
que yo quería aplaudir pero me daba verguenza.
Finalmente, la joven periodista preguntó: -¿Su
trayectoria de escritor, maestro? - ¿Como
dice? - Le pregunto cuántos títulos ha
publicado.
Aquí vi a mi ídolo arrugarse un poco cuando contesto -
Uno, en 1977.-
Mario Halley Mora - MHM
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