Emilio no tuvo la culpa de que
teniendo cinco anos, sus padres decidieran divorciarse. Mucho más tarde diría
con cierta amargura que no le consultaran para casarse, ni para traerlo al
mundo, y mucho menos para divorciarse. Lo cierto es que se divorciaron después
de discutir agriamente sobre el reparto de todos los bienes, casa, muebles, el
jardín donde jugaba, el árbol donde padrino le había construido una casita,
todo, el sol amanecido en la ventana, el olor del café del desayuno, la vecindad
amable con él y ceñuda con sus padres peleones, todo se lo trago ese vampiro
succionador de alegría y de paz llamado divorcio.
No tuvo la culpa Emilio de que en la
escuela, en el nuevo barrio donde se mudo, le miraran de manera distinta,
porque ya era un chico distinto, el <hijo de la divorciada>, una especie
de mutilado sin muletas pero con un peso como de plomo en el corazón.
No tuvo la culpa Emilio de que su
papa consintiera demasiado pronto en que él, Emilio, fuera a vivir con su mamá,
y que su mamá, que tenía mucho trabajo con sub-gerente del Banco, decidiera que
Emilio viviría mejor con su abuela materna, que era una buena abuela, pero una suegra
terrible, que no perdonaba a su papa que fuera <ese bruto que destruyo su
hogar> y que cada vez que Emilio hacia algo indebido le dijera que era digno
hijo de su padre. Ni era culpa de Emilio que algunas veces viniera su papa y se
Io llevara de visita a su mama, la otra abuela, que le llenaba de mimos, de
caramelos y hasta de dinero para juegos electrónicos, y se maravillaba que un
niñito tan bueno y tan amable llevara la sangre de <esa descastada que en
vez de quedarse en su casa como buena esposa y madre, anda por ahí haciéndose
la ejecutiva>.
No tuvo la culpa Emilio de que
cuando cumplió doce años, su mama le regalara una bicicleta brasilera, pero no
pudo venir a la fiesta que le organizo la abuela, y tampoco apareció su padre,
que estaba de gira política, pero tres días después se entero del regalo
materno de la bicicleta y apareciera con otra mucho mejor, de carrera y con
diez cambios de marcha. Así Emilio festejo sus doce años con dos bicicletas pero
sin papa ni mama en la fiesta. Bien es cierto que la otra abuela vino un
ratito, dijo que el chocolate preparado por la abuela local era un asco y le
paso a escondidas a Emilio un sobre con dinero y se fue sin despedirse de su
colega en el abuelazgo.
No tuvo la culpa Emilio de que
después de los doce años empezara a gustarle ser el <hijo de la
divorciada>, porque de repente se convirtió en el premio de un torneo de
generosidades. Cuando su madre le enviaba un vaquero, su padre respondía con
una campera de cuero, a la máquina de video de su madre, respondió un video de
su padre, y al órgano Yamaha de su madre correspondió un rifle de caza de alto
poder de su padre. Para mayor alegría, cierta alegría ya diabólica, de Emilio, también
las abuelas competían. La abuela materna le proveía de ropa fina, zapatones
estilo Rambo, cinturones con tachuelas de bronce, anteojos de piloto,
espejados, y hasta le llevo a hacerse un recorte de pelo moderno, con colita.
La respuesta de la abuela paterna era muy unilateral, el consabido sobrecito
con dinero, que Emilio se acostumbro a gastar a manos llenas los sábados de
noche con sus amigos, que lo eligieron líder del grupo habida cuenta de su bien
provisto bolsillo, que hasta daba para una docena de cervecitas.
No tuvo la culpa Emilio que cuando cumplió
quince anos, su mama, que ya se había casado con otro, le obsequiara una moto. Y
que su padre, al enterarse, dijo que era una locura que el chico anduviera en una
maquina tan letal, y vino a llevarlo a casa y le enseño a manejar su Volvo, que
le prestaba cada sábado, hasta que cumplió 17 y le obsequio un VW Gol.
Desde luego, Emilio no tenía la
culpa de ser un pésimo alumno, acaso pensando que con tanto mana caído del
cielo no había razón de romperse el alma para recibirse de algo y ponerse a
trabajar como un alienado. De modo que fue expulsado sucesivamente de tres colegios,
ante el escándalo de la abuela materna que no comprendía el prejuicio de los
profesores sobre un muchachito tan correcto, de la abuela paterna que acusaba a
su coabuela de estar echando a perder a su querido nieto, la disculpa de su
papa que le decía que <son cosas de hombres recibir los golpes de la vida y
ya te sobrepondrás, hijo mío> y la desesperación de su mama que acusaba a su
papa de malcriarlo, se tiraba de los pelos y decía que no tenía fuerza de
ocuparse de dos familias y de la sub-gerencia del Banco al mismo tiempo.
Tampoco tuvo la culpa Emilio de que
teniendo todo, con su habitación llena de cosas que le entusiasmaban un momento
y luego las olvidaba, las vendía o las regalaba, de que le rodearan amigotes
vagos como él, que se aficionara a la cerveza, después al whisky y que un día probara
marihuana y le gusto, hasta que cayó preso en una fumata, y estallo el
escándalo. Su papa acuso a la mama y corto todos los regalos. La mama acuso al
papa y cesaron también todos los regalos. La abuela paterna lo pensó mejor y ya
no hubo más sobrecitos con dinero, mientras la abuela materna intento sin
resultado alguno ponerle horario de llegada nocturno a las 11 de la noche, pero
Emilio seguía llegando a las tres o cuatro de la mañana y como la puerta estaba
cerrada con llave, entraba saltando el muro del vecino.
Llego en la vida de Emilo una etapa
confusa en que él sabía que había sobrevolando sobre él una serie de culpas
obscuras, como buitres esperando alguna agonía moral. Pero no atinaba a
descubrir su origen, y en rigor, no se preocupaba mucho, porque entendía al fin,
que de la serie de culpas había brotado una alegre libertad de hacer lo que le
viniera en ganas, sin rendir cuentas a nadie, porque, ahí estaba lo chistoso
del asunto, no debía nada a nadie, sino se debía a si mismo todo, hasta la alegre
agonía de sobrevivir de cualquier manera. De manera que el fin, hoy, Emilio,
mire a través de los barrotes y se pregunte de quien es la culpa, o la serie de
culpas, de que hubiera ido a parar a tacumbu, después de haber sido hallado
culpable de asalto con fines de robo
Mario Halley Mora - MHM
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