Ña
Luciana había llegado a la edad en que debería sentirse feliz, con un poco más
de sesenta años, la casita propia y el marido, don Alejandro, tres años mayor
que ella, jubilado, razonablemente sano, aunque le solía doler la espalda, se
le hinchaba los pies y había decidido dejar de ir a la cancha porque se
fatigaba mucho y a escuchar los partidos por radio. Los hijos ya estaban
casados, los visitaban de vez en cuando y la pareja no tenía de que quejarse,
que en eso consiste la felicidad de la tercera edad.
Hasta
que empezó la yeta. De repente todo salió mal. La jubilación de don Alejandro empezó
a atrasarse y cayeron algunas penurias económicas. Un árbol caído por la
tormenta hizo un agujero en el techo y hubo de pedir dinero prestado para la reparación.
A Ña Rudecinda, la cocinera huésped (sin sueldo, por casa y comida) que vivía
en la casa hacia treinta años y empezó como niñera de una de las hijas y se
quedo para siempre, le tomo una diabetes galopante que se manifestó de golpe, una
infección en el pie no se curaba nunca, se interno en el hospital y tuvieron
que amputarla. La hinchazón de don Alejandro resulto ser un serio problema del riñón,
la aguja de la máquina de coser le atravesó las uñas a ña Luciana, y uno de los
hijos, el que mayor numero de prole tenia, perdió el empleo.
Ña
Luciana, rezadora, en paz con Dios, con su conciencia y con su familia, empezó
a alarmarse. Tanta mala suerte junta no era lógica. Para su mal, leyó un aviso
en el diario, Profesora Griselda, Tarot, Cartas Astrales, Conflictos del Corazón
y de Dinero. Consejera Espiritual. Sin consultar a su marido fue a visitar a la profetisa. Sin vuelta de hoja,
Griselda le dijo que una mala mujer, amante de su marido y recientemente despechada,
había rociado el frente de la casa con "sangre de espíritus malignos“que
se habían reproducido e invadido toda la casa. Que tenía que realizarse una
"limpieza a fondo", un “exorcismo
astral“, una “expulsión con escoba mística" de los malos espíritus, y que
ella le cobraría por el "trabajo" solamente un millón de guaraníes.
Ña
Luciana, pobrecita, entro en un gran conflicto interior. Para empezar, no tenía
el millón de guaraníes, A renglón
seguido no pudo concebir que al bueno de don Alejandro, que desde que se opero de
la próstata tenia el pájaro irremediablemente arrugado como una uva pasa,
anduviera de aventuras “pero por ahí nomas, capaz que el sinvergüenza . . .etc".
Su sentido común le decía que rechazara los cuentos de Griselda, pero la duda
se había instalado en ella. Ella estaba en paz con Dios y se sentía acorazada
contra la penetración de espíritus malignos, paro Alejandro traía una carga de pecados productos
de esas "cabezuderias que yo le perdoné por la tranquilidad da mi
familia" y "si no estaba
siendo cabezudo ahora, alguien le está haciendo pagar alguna porquería que le hizo
antes a alguna mala mujer vengativa, ella".
Y
ahora, el consternado don Alejandro ve cambiar su vida, para mal. Luciana se
niega de mala manera a friccionarle la espalda con alcohol alcanforado.
Abandono el cuadernito donde tenía escrupulosamente anotada al horario, la
frecuencia y la dosis de las cinco
pastillas y de las diversas gotas que debe tomar su marido. Cuando se baña, ya
no están preparados y modosamente doblados la camiseta y el calzoncillo limpios
y tiene que ir a buscarlos en el patio, colgados del alambre de secar. Ni
siquiera la buena señora protesta y le riñe cuando le pone atrevidamente sal a
su comida. Lo deja hacer como si no le importara que se muera. Y eso le duele
al bueno de don Alejandro.
Lo
malo es que la mala suerte sigue. La heladera hay que abrir y cerrar con un
palo de escoba, porque si la toca responde con una descarga. El televisor perdió
el color y se ve en la pantalla a la gente de color amarillo, como si todos tuvieran
ictericia. La cloaca se tranco dos veces en quince días y uno de los nietos se cayó
en la bicicleta y se fracturo la pierna.
Ahora
Ña Luciana está convencida que es víctima de perversidades pasadas y presentes
del marido, y don Alejandro no sabe a que atribuir el cambio de una esposa
querendona y servicial, a una gata vieja y malhumorada que le hace la vida imposible.
Mario
Halley Mora - MHM
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