Bazán era
taxista, aunque en la época en que él trabajaba no se llamaba "taxi"
sino "autochapablanca". Tenía su parada en la esquina de Chile y Tte.
Fariña, donde todavía están los que heredaron
esa esquina privilegiada, y Bazán era propietario, si mal no recuerdo,
de un Dodge 1938, de los primeros autos "aerodinámicos" que llegaran
al país.
Robusto,
coloradote, cordial siempre, viajar con Bazán era toda una experiencia, porque
conocía un poco de todo y hablaba mucho de la poco que conocía. Pero tenía una
virtud, cuando a su vez el interlocutor le informaba de algo que él no sabía,
disparaba una andanada de preguntas hasta agotar el último detalle del tema. Fue
también Bazán, el último ejemplar de trabajador del volante que usaba de una cortesía
antigua con sus clientes. Descendía a abrir la puerta a las damas, la cerraba cuidando
que quedara bien empotrada, y siempre preguntaba cortésmente si al pasajero le
gustaba los cristales bajas o alzados.
Sobre el
tablero de su coche había colocado sus dos grandes amores. Una estampa del Corazón
de Jesús ornado de florecitas artificiales, y el escudo del Cerro Porteño. Católico
practicante y fanático cerrista, al fin, Bazán, magnifico chofer que sabia deslizarse
como seda sobre las vías del tranvía sin caer de ellas ni en las curvas,
buenote, conversador, comilón y bebedor de cerveza, era un personaje más de la
ciudad de antaño, trabajando con saco y corbata, engordando con los pastelitos
y el chopp del “Polo Norte" (donde está el actual Excélsior) en sus
momentos de ocio, y sin dejar de ir jamás ningún domingo a ver jugar a su querido
Cerro Porteño. Solía envanecerse de ser el "servidor" preferido de
abogados ilustres, jueces con estatura de mármol y de procuradores astutos y
ladinos, de aquellos que decían al pobre campesino que "la articulo oi nde
favor pe pero la inciso nde jode te" y se quedaban con toda, que iban y venían
al Tribunal Guazú que es ahora el Ministerio del lnterior, o lo invitaban a un
cafecito con unas gotas de coñac Napoleón en los días de invierno, en el
"Polo Norte".
Un domingo
jugaban en el Estadio los equipos de Paraguay y Uruguay por las eliminatorias
de un no recuerdo que mundial. Ganamos
por goleada, y como diría del Puerto, el primer gol, de un Amarilla más tosco y
más rudo que el que luce en Olimpia, resulto un poema, si poema se le puede
llamar a un furibundo cañonazo. Fue el delirio porque necesitábamos ganar.
El partida
terminó, la gente se fue, y nosotros los "operadores" de Radio Teleco
(Ahora se hacen llamar lngeniero de sonidos) desmontamos los preamplificadores
grandes como roperos y salimos a esperar al vehículo que debia llevarnos. No apareció.
Fue cuando entonces, un compañero me llamo la atención sobre el solitario
"chapablanca" estacionado en le esquina. !Pero si era el Dodge de Bazán!.
Nos acercamos al vehículo que como una bestia fiel esperaba e su dueño, y
comprobamos que dentro del coche, un vigilante roncaba con el fusil entre lea
rodillas. Lo despertamos y preguntamos por el chofer del vehículo ."Se murió
de un ataque al corazón" dijo e! agente. Más tarde lo supimos. El primer
gol de Amarilla lo mato de alegría.
La imagen
se me grabo en la memoria. El Estadio silencioso, el entorno obscuro, y bajo un farol, un taxi servicial esperando
en vano a su dueño.
Mario
Halley Mora - MHM
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