Cirilo tenía
un aire ofendido y con razón. Había escuchado el noticioso radial y entero de
que en cualquier momento seria victima de la persecución y la represión. Desde
luego no le extraño la noticia, porque la esperaba desde el momento en que iba
cayendo en la cuenta de que esta sociedad se estaba volviendo cada vez mas
deshumanizada y metida en un consumismo alienante, perdía rápidamente la
capacidad de querer y de respetar. A el mismo, a Cirilo, lo habían arrojado inmisericordemente a la calle, y
justamente porque vivía su vagancia forzada le aplicarían una pena
increíblemente severa. Como me conocía como un amigo de su gremio y sabia que podía
confiar en mí, me hablo de sus sobresaltos, amarguras y temores.
- Ya estoy
viejo - me dijo - y no temo ni el encierro de la muerte, porque ya he vivido lo
mío. He dejado mi huella de luces y de sombras. Fui amigo fiel, pero también fui
ladrón. He salido de farra haciendo ruidos infernales que no dejaban dormir a
la gente, y lo confieso, he sido un gran fornicador que ha regado hijos
bastardos por el mundo. Pero no siempre fui malo. Los hombres me hicieron así.
A esta altura,
debo aclarar que Cirilo, el de las amargas reflexiones, es un perro callejero
del que me hice amigo. Grandote y flaco, de buena raza, pero totalmente
arruinado por la vida desarreglada que lleva, comiendo de la basura, durmiendo
en los portales o bajo los bancos de la plaza. Motivo de su rabiosa diatriba
era la noticia de que saldría la perrera a capturarlo y llevarlo a morir con
una inyección letal, como el más peligroso de los criminales.
-
No
es justo - decía Cirilo -, recuerdo que cuando era un cachorrito me querían, me
mimaban, me bañaban y hasta me perdonaban que hiciera pis por las patas del sillón
y caca sobre la alfombra. Mientras fui cachorro hasta consideraban una gracia
eso de ensuciar todo y mascar la zapatilla del amo. Pero la maldición de los
cachorros re galones es que crecen y dejan de ser cachorros, es decir, dejan de
ser juguetes primorosos. Entonces van dejando de queremos, nos sacan afuera, al
patio, al jardín y ya no dormimos con el amito-nene, se olvidan de darnos de
comer, y pronto descubren que somos sucios, que olemos mal, que somos muy
ruidosos persiguiendo gatos y ladramos durante la siesta, que "creció
demasiado", y de pronto, descubren que somos portadores de un rosario de
enfermedades, y nos echan a la calle. Por un tiempo nos arrojan de vez en
cuando un hueso, después nada. Pero como tenemos derecho a comer, nos volvemos los
corsarios de los basureros, incursores furtivos en las cocinas de los
vecindarios, pedigüeños por obligación, ladrones por necesidad y vagabundos por
compulsión de la vida.
Estoy marcado
para morir - continuo dramáticamente Cirilo - , rascándose una mancha de sarna
entra las flacas costillas. No me atemoriza, porque entre patadas y garrotazos,
entre días de hambre y noches de frio, ya tengo el cuero endurecido. Pero lo
lamento por mis amigos, inocentes como yo, aunque mucho mas honrados que yo. Me
duele especialmente por Pompona, una amiga mía que alguna vez tuvo sus grandes
orejas colgantes cubiertas de rulos perfumados, que se han vuelto estopa. Tuve
con ella aventuras ocasionales. Es una buena chica que tuvo la des gracia de
enamorarse de un callejero, y romántica ella, darle pruebas de su amor. No la
perdonaron semejante desliz y porque había mancillado la raza, según dijeron, y
la echaron, embarazada como estaba, la pobrecita. La acompañé en el patio,
debajo de un barco viejo y varado allá en los astilleros de la playa Montevideo.
Seis cachorritos divinos, pero ni su maternidad pudo ejercer la infeliz., porque
apareció una banda de chiquillos que riendo le arrebataron a los recién
nacidos. Y me apena esta condena a muerte por Rolo, un bóxer buenote, que se
hizo amigo del cuidador de una playa de estacionamiento y se convirtió en
guardián por puro espíritu de responsabilidad, por un pastelito al día.
Cerraron el estacionamiento y ahora está en la calle, trato de hacerse útil
en un taller mecánico, pero lo echaron
a pedradas. Y por Vicker, un doberman a quien respeto mucho por su carácter,
que se fue de la casa donde vivía, donde le enseñaron a morder y matar a
cualquier intruso, cosa que no le gusto. "Yo soy un perro, no un asesino profesional",
se dijo y escapo.
Me
espanta - continuo Cirilo - que capturen
y maten al pobre Rubí, un pequinés inofensivo y tímido que vivía de lo mejor en
su casa de Villa Morra, pero un día se aburrió de tanta molicie y decidió
conocer un poquito el mundo de afuera. Se dijo que iba a hacer una vuelta a la
manzana solamente y darse un atracón de orinadas ceremoniales en todos los
arboles de la cuadra.
En la calle lo
agarro un tipo que lo llevo y lo ato cerca de un gallinero maloliente,
esperando un aviso de recompensa que nunca apareció, y el tipo lo abandono en
la calle, lejos de su casa, tan sucio y cagado de gallinas que nadie lo quería.
Fido, Sultán, Robocop y Daysy la Insaciable, pagaran la culpa de los
"racionales” que los condenaron a la calle y a la vagancia. Ellos, como
Pifi, Tigre y Fabiola la Castrada, perra de gran corazón, brava en la pelea y
solidaria en compartir un basurero de restaurante, están en la calle, porque
sencillamente no hay donde ir, lo sé por experiencia.
- Es triste,
muy triste - finalizo Cirilo - esto que nos
pasa. Ver condenados a los buenos amigos, a los socios, a los compinches, a los
que compartimos la desgracia de una
libertad forzada y sin pan. A los que llevamos la nostalgia de un hogar perdido
o la amargura de una casa que abandonamos, porque se acabo el afecto y la
comida. En fin, lo siento por los débiles que sentirán el horror de la ejecución,
porque por mí no temo la humillación del lazo y la jaula ni la mordedura de la
inyección de la muerte, y sabré demostrarle a los humanos que un perro también
muere con dignidad.-
Mario Halley
Mora - MHM
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