Me
decía un amigo muy piadoso: “Cuando yo era niño, la primera manifestación que yo
tuve del amor divino, era la oración que me enseño mi madre, antes de irme a la
cama, a mi Ángel de la Guarda. Después, en las clases de catecismo, aprendí el
Padre Nuestro, al que hoy considero el más grande poema de amor, de caridad y
de humildad que ha producido el género humano, aunque su autoría se atribuye al mismo Jesucristo. Pero más
tarde, aprendí también que existen manifestaciones de la ira divina, como
cuando Jerusalén, la ciudad deicida se obscureció y tembló cuando Cristo murió
en la Cruz. Y también en la Biblia, está la ira de Dios (Jehová) acarreando
sobre Egipto plagas y calamidades, y también el castigo divino que cayera sobre,
las dos ciudades pecadoras, Sodoma y Gomorra. Pero en todos esos casos, el
castigo fulminado por la Divinidad cayó sobre pueblos pecadores, sobre ciudades
corrompidas donde el pecado y el mal estaban en la Sociedad misma, en el pueblo
olvidado de las normas morales, de la caridad, de la virtud. Nunca he leído en
ninguna parte, ni me han enseñado, ni me han predicado, ni me han ejemplificado,
que para castigar a los poderosos (si los poderosos merecían castigo) Dios echo
toda la fuerza del sufrimiento, la enfermedad, el hambre, la desesperación,
sobre gente inocente, sobre niños que enferman, madres que esperan con angustia
el pan del socorro solidario, hombres honestos que quedan sin trabajo, sin tierra
para sembrar, sin frutos que cosechar, sin techo bajo el cual abrigar a sus
familias. Si así fuera - prosigue mi amigo - Dios no sería el Dios iluminado
por el amor, sino enceguecido por la furia vengativa. Un Dios que da palos de ciego.
Dios no sería el Dios de la Justicia, porque sí derrama calamidades para
castigar "a los poderosos" los poderosos, abrigados en sus casas, con
abundancia de pan en las mesas, a cubierto del agua, del frío, de la necesidad,
serian los que menos sufren. Tampoco puedo aceptar que el desbordamiento de la
calamidad sobre los humildes sea una "señal de Dios", porque Dios
"señala” anticipa, avisa, con otros medios, como cuando dio a la Humanidad
la primicia de la llegada del Salvador encendiendo un faro en el cielo, sobre
el pesebre de Belén. Por todo eso que me enseñaron – concluye mi amigo – Dios
es Dios porque ama y protege al inocente. No llaga los pies de niño para
castigar la “maldad” del hombre. Y lo creo así. Como condición para seguir
siendo visceralmente cristiano”.
Mario
Halley Mora - MHM
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