Era
hace muchos años, sobre una calle que llevaba el lirico nombre de Colibrí, que
desembocaba en la calle Amambay, hoy Rodríguez de Francia, vivían Don Félix y
Ña Pascuala. Don Félix era sastre, y Ña Pascuala horneaba en un tatacua chipas,
pan sobado y pan cañón, que no salía a vender, sino los ponía sobre un blanco mantel
almidonado a la sombra de una parralera frente a su casa, y allí iba el
vecindario a surtirse del crujiente manjar. Don Félix - del que se decía
seminarista claudicante - contaba con una máquina de coser Singer que en días
de frio estaba en la habitación frontal y cuando hacia calor, a la sombra de la
parra.
Don
Félix era un increíble conversador, una especie de comunicador a la antigua que
ya entonces, allá por los principios de los años cuarenta había aprendido lo
que muchos comunicadores de hoy aun no aprendieron, que para comunicar hay que
estar comunicado, y leía mucho y de
todo. En plena adolescencia, goloso y sin problemas con los hidrates de carbono,
yo solía ir a esperar que el delicioso pan sobado saliera del horno de Ña
Pascuala, Don Félix encontraba en mí un objetivo para su artillería verbal y me
contaba cosas que, reconozco ahora, contribuyeron a enfermarme de la curiosidad
inagotable que padezco hasta ahora. De sus lecturas dispersas, don Félix había recogido
una inagotable serie de preguntas y descubrimientos. Qué pasó con Jesús entre los doce y los 33 años.
Don Félix había hecho suya la teoría de que estudió en Egipto con sabios
sacerdotes. En un pequeño estante, tenía libros de Mauricie Maeterlink que había
leído con pasión y con las palabras del poeta - naturalista me contaba de la organización
social de la colmena, del hormiguero o de las termitas, o de la inteligencia de
las flores, o de la misteriosa "cadena de la vida" que es la
naturaleza, en las investigaciones de aquel escritor que poetizaba todo, sin
pensar que más tarde, un científico como Isaac Asimov diría casi lo mismo:
"este planeta está programado por Alguien". Don Félix, que leía también
a Camile Flamarion, curiosamente también poeta y astrónomo a fines del siglo pasado,
me hablaba de la "pluralidad de los mundos habitados” esa teoría que hoy
llena de orejas electrónicas las montañas esperando oír mensajes de civilizaciones
galácticas. Una vez me dijo que una naranja que estaba sobre la mesa, era la
"fruta del sol" y me explico que sin la luz solar no habría naranjas,
ni manzanas, ni nada, que la energía solar estaba en el principio de todas las
formas de vida. Finalmente, cuando Ña Pascuala me traía la trincha de caliente
pan sobado, él ya me había dado en préstamo un folletín de Emilio Salgari, o de
Rafael Sabatini, o de Julio Verne, y a veces con el reproche de Ña Pascuala una
novelita feroz de Vargas Vila, diciéndome - don Félix - entonces, lo que oí
decir a Villagra Marsal hoy, que la formación intelectual empieza con lo más simple,
con lo más inocente y puro, como la vida empieza con la leche materna, y me
recomendaba la lectura de esas aventuras hermosas.
He
titulado "la pareja" esta remembranza de personajes reales, porque
suelo leer en innumerables publicaciones sesudos artículos sobre el tema, la
pareja, cuyo único soporte parece ser el sexo y sus infinitas complicaciones,
satisfacciones y frustraciones, con prolijos mapas de zonas erógenas que van
desde las glúteos hasta el dedo gordo del pie.
Nunca
me enteré de los entretelones sexuales de la vida de don Félix y ña Pascuala.
Pero de que era toda una pareja, la era, de una transparencia casi bíblica. La
mujer amasando pan y el hombre amasando conocimientos, y eran felices en su proletaria
pobreza. No creo que don Félix se haya preocupado mucho de explorar las zonas
erógenas de ña Pascuala y supongo que cuando posaba la mano donde no debía
recibiría un coscorrón por atrevido. No obstante, repito, los recuerdo como la
pareja más realizada que haya conocido.
Mario
Halley Mora – MHM
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