Octogenaria
pero vivaz como una chica de veinte, flaca, solterón y con una vitalidad
nerviosa infatigable, que si hubiera sido hombre le hubieren puesto el conocido
"marcante" de "sebo - i eléctrico", La tía Irene no es la
hermana de la mama de nadie, sino de la mama de todos, porque su
"tiazgo" es honorario y porque sin tener hijos, se venga
coleccionando sobrinos simbólicos. Hace de tía cuando se vuelve utilera o apuntadora
en un ensayo de obra teatral, en medio de las cuales se amaña para preparar un
cocido, friccionar con mentolatum una espalda dolorida, inventar un bálsamo de
miel para una garganta irritada. La suelo ver infatigable, viejo pajarillo
invicto, vendiendo rifas de beneficencia, organizando peñas, asistiendo a un
lanzamiento de libros, rezando en un velatorio, acomodando el vestido de novia
en un casamiento, inflando globos y
sirviendo el chocolate en un cumpleaños infantil, siempre tratando de ser útil,
de ser tía, regalando con prodigalidad de samaritana elogios, felicitaciones,
ayudas, halagando vanidades venidas a menos, poniéndoles tarabillas a
voluntades en quiebre, sea la del mal poeta que se atrevió a publicar, enfermo
desahuciado o viudo desconsolado, en todo
lugar donde hubiera pena , frustración o desilusión, que encuentran en
la tía Irene aliento, consuelo, confortamiento y reconciliación con la
mediocridad, la mala suerte o la desgracia. Y también donde hubiere alegría, la
mas alegre, la mas servicial. Siempre mas tía que una tía verdadera, de esas
que besan de compromiso a los sobrinos con un picotazo y no quieren que los
sobrinos "toquen nada“ en su casa.
Recientemente
la encontré. Sonrió feliz de verme con toda su dentadura postiza de teclado de
piano al viento, me aferro los brazos con las dos garritas de gorrión que son
sus manos, me beso en ambas mejillas y me felicito efusivamente. Le dije gracias sin saber porque me
felicitaba. Pensé que a lo mejor me felicitaba porque yo ere yo, lo que no deja
de ser un buen estimulante, y me invitó a su casa, a tomar "ese cocido con
leche que te gusta tanto" recordando una debilidad que ya tenía olvidada.
Fui un
domingo por la mañana y me encontré con una sorpresa, la misma que sentí cuando
miraba la televisión española y un señor hablaba de un estilo de pintura a la
que llamaba “Taberna“. De plástico no se absolutamente nada, pero tenía una vaga
idea de que la "Naturaleza Muerta" suele ser una representación pictórica
referida a la vida detenida, animal, floral o frutal. El que hablaba de "Taberna"
decía que no había que confundirlo con la "Naturaleza Muerte" porque
el estilo, o corriente o tendencia o como se llame, recogía en cuadros a cosas,
cafeteras, sartenes, jarras, elementos referidos a la vida diaria, la
domesticidad de la cocina o el comedor, y decía finalmente que un buen pintor
de "Tabernas" reflejaba "el alma de las cosas", por la composición,
el color o la luz y las sombras.
Pues bien,
la sorpresa que me tenía reservada la tía Irene fue que en un galpón de su
patio, donde hace mucho tiempo un soñador como ella, de apellido Basterreix se
quiso hacer empresario, puso una fábrica de botones y se fundió, o lo fundió el
contrabando, que es lo mismo, tenía un "museo" particular. Cuando entré
en el recinto, recordé aquello del "alma de las cosas", porque los objetos
que guardada la tía Irene respondían a la misma motivación de aquel desconocido
(para mí) género de pintura, que es amar las cosas por la identidad que
irradian.
El galpón
era solamente iluminado por la luz del día que penetraba por tragaluces de cristal
que enviaban haces de luz en el se percibían festivales de polvos flotantes. Y
entre otras cosas "con alma" detallo: Una pila (no una colección) de
revistas Caras y Caretas, otra del semanario El Enano, una maquina de café,
como una locomotora de pie que posiblemente funciono en el Felsina o el Polo
Norte, una cámara fotográfica de "cajón" Kodak, una de esas maquinas
inmisericordes de peluquería de las en el cuartel hacían el "acaperó N° Cero"
y que teóricamente cortaban el pelo pero en realidad lo arrancaba de cuajo, y también
de peluquería, un recipiente que pulverizaba agua apretando una vejiga de goma.
En un rincón, una de las primeras maquinas de hacer "ondulación
permanente" de los años cuarenta, que me trajeron el recuerdo de las
mujeres de mi familia que se hacían el enrulado químico y andaban una semana
oliendo a amoniaco. En las paredes afiches de cine, de cuando Asunción era más
amable y se elegía entre ir al Granados, el Municipal, el Splendid, el Roma, el
Municipal o el Victoria, y en esa penumbra nos miraban bellezas olvidadas como
Lucile Ball, Greer Garson, Greta Garbo 0 Maureen O´Sullivan. Errol Flyn
muriendo con las botas puestas, Gary Cooper esperando la hora señalada un
programa del Granados para Matinee, Familiar y Noche ,un boleto capicúa, del tranvía
2. Cientos de cosas múltiples, pero con alma, platos enlozados, espejitos de mano,
polveras decoradas y sus "cisnes", un collar de coral, una "caramagnola"
boliviana, cientos de "cosas" que no eran viejas ni antiguas ni
novedosas, pero si "con alma" evocadora de personas, de tiempos y de
vientos perdidos en el olvido y recuperadas para provocar por lo menos una
nostalgia, una memoria o un suspiro.
Así, descubrí
una faceta más de la tía lrene. A sus ochenta años, aparte de ser todo lo que es,
Embajadora del Mundo olvidado.
Mario
Halley Mora - MHM
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