domingo, 10 de febrero de 2019

CUENTO: CINTA GRABADA


Cinta grabada
-Yo no soy güeno para contar caso y sucedido, don...
-Y má toavía, cuando hablo castellano me parece que voy arrastrando la palabra, medio a remolque del guaraní que tengo en mi cabeza.
-...Sí, es cierto que hace mucho yo era maestro de Escuela, pero eso era ante, cuando para ser maestro no se necesitaba ser má leído, sino meno ignorante que el prójimo...
-...por lo demá, ese su aparatito me pone un poco nervioso don, porque parece cosa de payé.
-Sí, ya tengo sabido que vino por acá un gringo loco que andaba por el monte apuntando la cosa esa hacia el canto de lo pajarito. Y el canto se quedaba enrollado allí en esa cinta. Igualito que el verdadero. Me parece nomás, don, que lo gringo andan tan encimado por allá por su tierra, que ya no hay lugar para lo pájaro. Y entonce enlatan y llevan en esa cinta lo ruido del monte, como la leche que traía el gringo que te digo que era una cosa seca, pero le ponía agua y salía leche de vera, y le repartía a lo mita-í que venían de la Escuela...
-...medio me da miedo nomá que lo que sale de mi boca se quede enriedado allí, don. Parece una payesería, le digo. Se me hace que el buen Ñandeyara quiere que lo que el prójimo dice má bien se quede en el corazón ajeno, y si se queda ajuera un restito, que se lleve el viento. Pero en ese su carretel se queda todo, hasta un pedazo de yo mismo porque yo es cierto que soy un viejo ya bien arrugado, don, pero yo también soy mi recuerdo y mi ahora.
-...Soy del 904. Bastante viejo ya, o sea que vine cuando el Partido Colorado se cayó del poder. Allá por el 22, ya me peleaba en Ca-í Puente, con mi pañuelo por mi  cuello. Mucha gente se murió allí caraí. Me jui en el Chaco en el 32, con uniforme y sin pañuelo. No le quiero ni contar eso.
-Lo hombre moruno y bajito venían y se metían en el monte, a pelear con nosotro, pero era gente que venía de la montaña de pura piedra, y no conocía el monte que siempre es traicionero. Alguno de ellos se moría de sé, porque nosotro no aposicionábamo en lo pozo de agua y defendíamos tal como si era la teta de nuestra tierra. Suelo soñar que estoy otra vé allí, en la trinchera, haciendo centinela de retén, oyendo toda la noche la lamentación de algún boliviano perdido por el monte:
-«¡Agüita, paraguayito!» gritaba, pero no había nada que hacer y era mejor dejarle que se muera, y que no pase lo que le pasó al Cabo Lesme, que se puso cristiano y le dio agua a un boliviano que ya estaba seco como una raja, y el hombre tomó su agua y encima le metió una bala en la barriga a Lesme, en puro descuido nomá. Después, en la Revolución del 47 yo ya no estaba má para pelea, y sabía que en la guerra hay má sujrimiento que ventaja. Entonce dije que no nomá cuando vinieron para reclutarme. Me pegaron con arreador hasta que mi carne dijo basta, pero no era yo, sino mi carne, y me caí medio muerto y sin sentir má nada. Me jugaron mucho, pero igual no me jui. Sabía lo que era la Revolución, peor que con los bolivianos, porque uno le puede matar a su pariente sin saber nada, y cuando uno sabe eso, el corazón se descolorea, igualito que mi pañuelo viejo del 22. Y no me jui nomá...
-...qué quiere que le diga, caraí. Usted me paga para que diga casos y sucedidos. Yo soy un caso. Un caso largo. Y no tengo la culpa de que mi vida venga caminando por encima de pelea y sujrimiento. Uno vive asegún dispone Nuestro Señor o la política, y quién soy yo para ponerme a hacer un camión para mí solo. La cosa son como son y hay que aguantarse y acomodarse y andar como lo lo otro quieren, con la esperanza de salir vivo o con el miedo de quedarse muerto. Así es, señor...
-...me recuerdo de mucha cosa, pero me cuesta un poco sacar todo ajuera. Y encima, me parece un poco forzado andar diciendo lo que le sucedió a la gente que ya no está má. Es como usar la palabra para desenterrar a lo finado.
-...eso dice Usté, que viene de la Capital, y porque no tiene lo año que yo tengo. La muerte es el fin natural, dice Usté. Eso sé bien, pero acá es otra cosa. Mire un poco el valle, parece poca cosa. Mire, el camino de tierra, que viene de no sé de adónde, parece que quiere agarrarse un ratito a nuestro poblado, pero se va siguiendo hasta lejo, cortando monte que ya no me acuerdo y bañado que ya no sé má. Parece poca cosa el valle, don, pero tiene gente que no piensa como Usté, con el debido respeto. Nosotro sabemo aquí que la muerte no es el fin natural, sino que es parte de la vida. Así es. Se acuesta con las mujeres y anda escondida abajo de lo poncho de los arribeño. La muerte, como el camino, se aposenta de noche en el poblado, y de día sigue hacia adelante, para venir otra vé de noche. Se va y viene, y para que no se pierde puntea el borde del camino con la crucita de alguno que se descuidó demasiado, y se quedó finado allí mismo para su mal...
-...es como si la muerte vive con nosotro. Y de tanta costumbre se hace amiga, un poco que se le mira de reojo, pero amiga. Y si le digo que alguna vece se siente madre, no me va a creer. Sí, señor se siente madre y lleva un mita-í, liado en su rebozo negro. Un angelito para el cielo, don. Por eso en lo velorio de lo angelito la mujere lloran y lo hombre traen su arpa y su guitarra y aperitan toda la noche. Así es el valle, caraí guazú... Buscamo en nuestro sujrimiento un motivo de guitarra para lo hombre y de alegría para el cielo. Al meno...
-...y ya que hablamo de eso, caraí, ahora me recuerda de la Aparicia Peña, que era la má linda cuñataí  del valle. Era linda y decente hasta má no poder, y eso amerito yo mismo porque en aquel tiempo yo era mozo como ella, y me entreveraba un poco también con lo embobado que salían de siesta a buscar la huella de su pie en la arena, para recoger un puñadito y hacer un escapulario que mientra se tiene abajo de la camisa, le obliga a la moza a pensar por uno.
-Vivía con su mamá, solita, lado en un rancho que toavía se ve por allá por el borde de la Isla Guazú. De su papá no había noticia que se tenga que creer, aunque me recuerdo que la vieja del valle decían que el hombre era uno de eso de después de la Guerra grande recorrían la campaña sembrando hijo.
-...y no me ponga esa cara, don. Así era, de seguro te digo.
-La guerra terminó con lo hombre, y lo pueblo y poblado como éste eran todo de mujere. Entonce venía el hombre, venía de lejo y se iba lejo, pero se quedaba un día apena, dejaba un hijo y llevaba para su bastimento y ya se iba. De eso ahora no se habla mucho, tal como si el silencio puede borrar el pecado, pero a mí se me hace nomás que pecado por pecado, má grande pecado hacía la mujere que no encargaba, ma que sea para tener alguien para ponerle el nombre de tanto de la familia que se murió en la Guerra. Así nació la Aparicia Peña. Peña por parte de su mamá, y nada má...
-¿La cuñataí? Güeno, era cosa para no terminar de ponderar. Ya no me recuerdo cómo era su cara, pero cuando pienso por ella, todavía se me despereza aquí en mi corazón la brasita que todavía me queda de mi año de mitä-ruzú...
-Lo domingo, cuando se iba ella en la misa del pueblo, sabía llevar como nadie su rosario de coral y filigrana encima de su typoi almidonado, y su zarcillo de tre pendiete y su anillo de ramale como sólo la gente de ante sabía hacer allá por Luque. Ella mostraba con orgullo esa  su prenda, que hasta ahora no sé cómo su mamá salvó de lo cambá de don Pedro II, que padeciendo ha de estar en el Purgatorio como decía mi mamá, y se hacía la señal de la crú para sacarse la suciedá de la boca y de la cabeza.
-Ella ya andaba por la época de ayuntarse, y má toavía asegún lo linda que era. Y se puso de novio por ella el hijo de don Calaíto Florentín, o sea Celso, que era un muchacho guapo y trabajador, sin má vicio que su gallo de riña, que él sabía manejar para que siempre gane honradamente, o sea sin veneno en la espuela.
-...por aquel tiempo, llegó recién un curita italiano, pa-í Yobani, que por su propia mano arregló la Iglesia del pueblo que se caía y andaba loco procurando aprender un poco de guaraní, seguro que para entenderse con la gente, el pobrecito. Pa-í Yobani, aparte de ser pa-í, asegún se decía escribía libros. No tengo sabido de qué clase, pero preguntaba mucho de todo, y siempre estaba apuntando alguna cosa en su libretita que sabía tener siempre en la borsiquera de su sotana. Así andando el pa-í Yobani, le conoció a la mamá de Aparicia Peña, que según se sabía, era hija de una familia de categoría de Ybytimí, que se quedó sola y desamparada por la guerra, y el pa-í le visitaba y no terminaban de hablar y recordar y de apuntar en la libreta, sino cuando empezaba a ser de noche, y el pa-í Yobani se iba...
-Güeno. Así la cosa, la Aparicia que ya estaba anoviada del todo con Celso, empezó a tener barriga grande. Como usté oye, don, se le abultaba la barriga tal como si encargaba un mita-í. Celso, con el cuchillo en la cintura, andaba loco preguntando por el nombre del desgraciado que le hizo el hijo a su novia. Pero nadie sabía dar noticia, ni ella misma, que juraba por todo lo santo que era Mita-cuña toavía. Pero nadie podía creer eso, mirando su barriga. Ni su mamá, que le mandó salir de su casa, a la vista de todo el vecindario de nuestro poblado...
-Me recuerdo bien de ese día. Ella gritaba que era  inocente, y su mamá que le rempujaba ajuera, llorando ella también, seguro que de penar por su hija y también por su orgullo herido. La Aparicia agarró entonce el camino. Y la vecindá decía: «ahora que no tiene casa, de seguro tiene que ir a pedirle protección al hombre que le perjudicó», y le siguieron en bandada por el camino, como perro que siguen al güey que llevan a la carneada. Ella se jue derecho a la Iglesia. Y entonce la gente se miraba, se hacía la señal de la cruz y decía: «Había sido el pa-í Yobani». Y encima, todo empezaban a calcular la barbaridá de tiempo en tiempo que el pa-í sabía estar en la casa de la Aparicia.
-...no faltó el güey corneta que se jue corriendo para llevarle la noticia a Celso. Y cuando era ya tardecita, se le vio a Celso que se iba cruzando por la plazoleta de la Iglesia, arrastrando a su mamá vieja que se colgaba de su ropa y le lloraba que no haga eso que iba a hacer. Entonce él le rempujó a su mamá y siguió su camino. Y la vieja se quedó allí tirada y arrancando a puñado su cabello y gritando que el que le mata a un pa-í está condenado a siete eternidade en el infierno del Demonio. Celso llegó a la iglesia y llamó al pa-í, y con el cuchillo en la mano tal parecía a uno de su gallo tan mentado, todo temblando de gana de matar. Pa-í Yobani salió y caminó hacia Celso, con lo brazo abierto, no sé si para mostrar que estaba desarmado, o para ser una crú viva para apagar la maldá de Celso. Pero de nada le valió al pa-í Yobani su brazo abierto en crú a no ser para acomodar mejor su corazón para recibir la puñalada. El pa-í se cayó en el suelo, y Celso, gritando como loco que era ya, corrió y se metió por el monte. Le encontraron un mé despué. Pero nunca se ha de saber si se murió por su propia mano, o de arrepentido, porque cuando le encontraron estaba casi todo comido por la hormiga.
-Pa-í Yobani no se murió enseguida, y siete día pasó en agonía. Vino el Obispo de Villarrica para verle, y trajo  un doctor suizo que andaba por la Cordillera del Ybytu-ruzú apuntando lo nombre de la planta del monte. Pero pa-í Yobani se murió nomás del todo luego.
-La noche que se murió el pa-í Yobani, le encontraron a la Aparicia muerta por su propia mano colgada de la viga mayor de la sacristía.
-Mucho tiempo se quedó má el Obispo y el doctor. Le llamaba a la gente en la Iglesia y preguntaba y apuntaba todo. Siempre así, don, y despué, un domingo hizo misa, y le habló a la gente. El pa-í Yobani era inocente -dijo el Obispo-. Y lo mismo Aparicia, porque el doctor revisó su cuerpo que ya estaba finado y allí no encontró un mita-í, sino una enfermedá que yo no me recuerdo su nombre, y es un tumor con una bolsa de agua que crece en la barriga, y tal parece un cosa de mujer que está encargando...
-Como le digo, cara-í, la muerte y la vida son tan juntita que parece que camina sobre lo mismo pieces.
-Así es desde siempre. Usté dice que la muerte es el fin. Cierto es eso, pero también la muerte es el comienzo y el medio, todo junto de una vé. Nadie no quiere nacer para morirse, pero desde que uno es parido el ángel de la guarda ya viene de luto, por si acaso nomás. La muerte está en todo, don. En la espuela del gallo y en el corazón inocente que guarda su amor bajo el typoi. Galopea encima del pingo del caudillo y forma fila entre la gente en lo día de votación. Nunca se duerme, porque siempre está alerta y manotea y agarra apena la caña se sube en la cabeza, o el pie retobado pisa el fleco del poncho del semejante. La muerte siempre ronda cerquita de la gente, como perro que espera una sobra de la vianda de la vida, o sino como arribeño pendenciero que llega a un baile y pide para bailar una polka partidaria, que es la polka de la muerte, porque pone miedo en el corazón de lo músico y afila el cuchillo de lo contrario...
-Y así es, caraí. Yo sé otro sucedido de este valle, si me quiere oír.
-Pero si ya está bien nomás, me voy a mi rancho, y si usté es generoso como me dijo, me da lo que me corresponde, que me está haciendo falta un poco de yerba para el mate y alguna fariña para el pirón-kyrá...