sábado, 31 de agosto de 2013

Comentario i: El arte de la escritura

“Ibamos por el herradero de novillos. El patio empedrado, sombrío bajo el inmenso y ardiente cielo azul de la tardecita, vibraba sonoro del relinchar de los caballos pujantes, del reir fresco de las mujeres, de los afilados ladridos inquietos de los perros. Platero, en un rincón, se impacientaba". Este es un texto de Juan Ramón Jiménez, premio Nóbel de 1956, que encontramos reproducido en el libro "Idioma Español", de la profesora doña Aida Lezcano de Trigo Báez. Su reproducción, obedece a nuestra creencia de que el idioma existe como algo concreto, pero el "buen decir" es el producto de una elaboración excelsa, en el marco del idioma, claro está. Ratifica también nuestra opinión de que la buena prosa castellana tiene musicalidad, un ritmo cadencioso, atractivo, casi mágico, que precisamente están presentes en el breve trozo del autor de "Platero y yo" que invitamos al lector a volver a leer, cuidando la modulación, el acento y las pausas de la puntuación, para darse cuenta de que esta prosa "canta" en cierto sentido. Todo lo cual viene a cuento por gracia de una lección que allá en nuestra juventud, recibimos justamente del hermano de la autora del libro, el Profesor Gustavo Lezcano, a quien una vez nos atrevimos a preguntarle cuál era el camino para hacerse escritor. Recordamos que nos miró con el ceño severo de siempre, desde su inalcanzable altura física y mental, y por fin, condescendió a darnos una respuesta: "Leer mucho a los clásicos de la literatura castellana y leer en voz alta". Solo mucho tiempo después, descubrimos el motivo de la condición de leer en voz alta, que no es otra que fijar en la memoria la "música de la prosa" es decir, la cadencia armoniosa de las palabras bien usadas y gentilmente insertadas en el contexto de una frase o de un pensamiento. La cosa no es difícil, sino más bien elemental, porque la memoria sigue el mismo mecanismo que utiliza para saturamos de esas melodías musicales que tienen la cualidad de ser "pegadizas", como aquellas que casi inconscientemente silbamos o canturreamos mientras nos afeitamos o vamos manejando el automóvil. La prosa bien escrita, tiene también esa misma condición de alimentar a la memoria de cadencias que asoman sin que nos demos cuenta, cuando a nuestra vez, acometemos el difícil compromiso de escribir. Eso, en cuanto a lo de leer en voz alta, pues en cuanto a lo de simplemente “leer”, el propósito esta en enriquecer el vocabulario, condición insoslayable para el que ejercita el “arte de la escritura”
Mario Halley Mora - MHM

Comentario i: Culpa de una tal Ema . .

Era un paisano, uruguayo, que vino a la ciudad y fue atropellado por un automóvil. Desde su lecho de doliente, le escribe una poesía a su madre: "Según mis suposiciones - La causa de este problema - Fue el auto de una tal Ema - Borracha hasta los talones - Contando mis machucones - El "doctor" dijo Hema ... toma - Y si no lo dijo en broma - Y es cierto que Ema se llama - Culpa de Ema estoy en cama - Feliz de no estar en coma.” Esto, según los versos del poeta gaucho oriental Abel Soria. Y sirva también esto de "cálido" homenaje a la gentil dama que al volante de un todopoderoso BMW, acompañada de otras gráciles náyades de la noche, a la una de la mañana, por poco me pasa por encima, a mí y a mi modesto Isuzu, dejó un tremendo raspón (al Isuzu, no a mi)  se alejó dejando un rumor de risas de evidente contenido etílico. "¡Ñande yara, moo picó ya jhata ya pará!" como diría nuestro vibrante Poncho Pytá. Ahora, los fines de semana, ya no hay sólo patotas masculinas motorizadas, las hay también femeninas, lo que revela que en esto de la vida "moderna" y sin prejuicios, un gran sector de chicas jóvenes ya ha tirado la chancleta y se "organiza", como estas desinhibidas niñas que incluso, capitalizando sus propios recursos (y qué recursos, Señor!) se hacen de poderosos autos, gozan de total independencia, activan dentro de una forma "vida galante" sofisticada, generalmente disfrazada de otras profesiones "modernas" y nos alejan para siempre de nuestro nostálgico y arcaico modelo de las niñas de pudoroso mirar, airosos e inocentes bucles y que debían esperar tener los 18 años para optar al derecho de tener un "festejante" que jamás pasaría del zaguán sin haber hablado seriamente con papá y mamá, y sin haber traído la autorización expresa de sus padres. Claro, lo pasado es ya pisado. Y en buena hora, la joven mujer se independiza Y trabaja, y nos llenamos de admiración ante esas chicas que trabajan, dominan el inglés, son traductoras, programadoras de computadoras, perfectas secretarias, dactilógrafas veloces, impecables, ejecutivas eficientes y dinámicas, que ganan bien, incluso para tener y manejar un automóvil sin cargos de conciencia. El extremo opuesto de las otras que han descubierto la veta de la vida cortesana "elegante" y que, para alarma de ciertos padres, se inserta como cuña en el medio social, artístico, cultural, de alta costura, y en mil otras actividades de carátula de “respetable”     
Mario Halley Mora - MHM

jueves, 29 de agosto de 2013

Comentrario i: Hibernación de los muertos


Doscientos cincuenta mil dólares cuesta en Estados Unidos, un pasaje a la inmortalidad, o por lo menos, un pasaje a la POSIBILIDAD CIENTIFICA de la Inmortalidad. Y como hay muchas personas que no se contentan con haber vivido esta vida y quieren vivir otra, ha florecido el negocio de la "hibernación de los muertos", a cargo de empresas que reciben a quienes han fallecido, previo el pago de los U$A 250.000, los' introducen en un ataúd de acero inoxidable y allí, los mantienen a una temperatura que no permita la descomposición. El objetivo, es conservar el cuerpo intacto, por el tiempo que sea necesario, hasta que la ciencia del futuro descubra la enfermedad que mató al muerto (es un decir) y haya alcanzado la técnica para volverlo la vida. Todo se basa, en la creencia de que en el futuro, la ciencia avanzara tanto (ha avanzado más en los últimos 50 años que en los últimos 1930 años anteriores) que vencerá a la muerte. No dejamos tener nuestras dudas al respecto, y pensamos que la ciencia la vida tienen una misma frontera, la muerte,  dentro de este concepto es posible admitir que la ciencia ha logrado prolongar la vida, es decir, retardar la muerte, pero de ninguna manera, evitar su victoria final. Además, en el caso, tan milagroso y tan blasfemo al mismo tiempo de devolver a un cuerpo la vida, y desde luego secuestrar su alma del cielo, del infierno o de donde esté... ¿que pasaría con el muerto revivido?. Supongamos que ello ocurra en el año 2100 (si hay año año2100). El muerto abre los ojos. De ninguna manera es un acontecimiento, con todo el misterio de asomarse a la luz, sino apenas el despertar de un largo sueño, con todos los conocimientos alertas, con toda la memoria acumulada, con todos los afectos atesorados. ¿Resistirá este hombre el choque de encontrarse en un mundo extraño, sin amigos, sin hogar, sabiendo que sus hijos y sus nietos son cenizas, que sus intereses desaparecieron, que es un objeto de curiosidad más que una persona?. Se ha dicho tantas veces aquello que somos productos de nuestras circunstancias, y que ellas modelan nuestro carácter y nuestra personalidad y nuestra vida y nuestro destino. Pero ... ¿qué pasa con el muerto revivido que aterriza en un tiempo ajeno, en circunstancias que no le competen para nada, en un mundo donde no tiene lugar, entre gente que no le debe afecto, ni consideración, ni respeto, ni admiración, ni rechazo, ni nada? Ivaietene la porte chupé.-
Mario Halley Mora - MHM

martes, 27 de agosto de 2013

Comentario i: Al Maestro Dr. Gustavo Lezcano


Aunque tardío, queremos rendirle hoy un homenaje a un ilustre profesor de castellano, recientemente fallecido. El Dr. Gustavo Lezcano, cuya memoria resplandece, en la misma medida en que hoy, desde diversos sectores, se pone el acento sobre “lo mal que hablamos el castellano”, y cuando esta falencia se detecta hasta en los ámbitos universitarios, produce la justificada alarma. El Dr. Gustavo Lezcano, siguiendo una tradición familiar que se inicia con su ilustre padre y la siguen también sus hermanos, hizo un apostolado de la enseñanza del castellano. Adheridos - apasionadamente a las enseñanzas de Andrés Bello, tanto don J. Inocencio Lezcano como sus hijos, y entre ellos, Gustavo, lo dieron todo por la enseñanza del buen decir castellano en nuestro país, ilustrando a generaciones de estudiantes, tanto desde la cátedra donde hacían gala de la puntualidad y la austeridad de los auténticos maestros, hasta en los libros de texto que, a nuestro juicio, quizás hayan sido reemplazados, pero no superados hasta ahora. Al recordar especialmente al recientemente fallecido Dr. Gustavo Lezcano, esa frase que estampamos más arriba: “lo dieron todo”, no es la hueca fórmula de un cumplido al maestro que se ha marchado para siempre, sino el reflejo de una realidad admirable, reconocimiento de una conducta de “las que ya no se ven” o se ven muy poco en esta época materialista, concretada en la imagen del maestro de severo porte, de austera existencia, mas digno cuanto peor pagado, esclavo de un apretado horario que lo lleva siempre de prisa, siempre puntual, de clase en clase, de colegio en colegio, dando a su apostolado ese toque de humildad, casi de pobreza, que mas que amenguar, enriquece la personalidad del maestro, del auténtico maestro. De esa madera antigua y señorial era el Profesor Gustavo Lezcano. Un maestro completo, porque al señorío de su porte, unía la calidad de su enseñanza y la formalidad de su conducta profesional que lo hacía un maestro severo, hasta temido, pero esencialmente justo, con los méritos propios de quien dá a la cátedra un carácter misional que se cumplimenta hasta con el sacrificio de esperar de la enseñanza todas las satisfacciones, menos, la recompensa material que nunca se da al silencioso denuedo del apóstol. Que en paz descanse aquel profesor sin tacha, y que sirva de inspiración a quienes hoy, se sienten llamados a devolver el arte del bien pensar y del buen decir a nuestra juventud.
Mario Halley Mora - MHM (escrito el 2 de setiembre de 1983)

lunes, 26 de agosto de 2013

Comentario i: Muchos que rezan, el Padre Nuestro



En rueda de amigos, surgió de pronto uno de esos ejercicios – juegos que tienen más sentido y profundidad de lo que parece. Se trataba simplemente de que cada uno, nombrara a su peor enemigo, o por lo menos, al que en esta existencia ríspida, más daño le hiciera. Muchas fueron las respuestas. Uno de los amigos señaló sin vacilar como a su peor enemigo, al usurero que le remató la casa; otro salió con una variante: su peor enemigo fue el “amigo” aquel a quien le firmó una garantía, desapareció con el dinero del crédito y él tuvo que hipotecarse por años para pagar la deuda. Un tercero recordaba con rencor a su abogado que “transó” y le dejó poco menos que en la calle, a raíz de un pleito perdido. Un cuarto regresaba a la infancia, y decía que su recuerdo mas amargo era la “maestra del tercer grado”, negación viva del amor apostólico de las maestras, y de la ternura de vicemadre que cantan los poetas, porque ella no paró de atormentarlo hasta conseguir que le expulsaran de la Escuela. Y hubo otro más, que usaba bastones para caminar, que decía tener empeñada una maldición eterna para un hombre que le atropelló de noche, con su auto, “en la calle Manorá”, y se alejo velozmente, dejándole maltrecho y herido en aquel callejón solitario de antaño. Todos habían hecho el recuento de sus rencores, menos uno, que seguía callado. Se volvieron a él, un hombre ya de edad, prolífico abuelo y expresión pacífica, que tuvo que confesar hasta con cierta vergüenza: “no tuve ni tengo enemigos”. Se levanto un coro de protestas. Miente, posa de santo, esconde algo, fueron las primeras acusaciones. Pero el hombre persistió en su versión. No tenia enemigos. “¿Pero no estuviste en la guerra? le preguntaron. Si, dijo. “Y el boli que te disparaba?”. “Yo también le disparaba a él”. Pero es imposible que hayas pasado por cerca de setenta años de vida sin que nadie te haya hecho daño le decían. Miró al acusador y respondió; “Quien dijo que nadie me hizo daño?. Lo que dije es que no tengo enemigos!”. “Y el que te hizo daño? - “Le perdoné, y punto”. Al final, todos quedaron en silencio y sin argumentos. Con un silencio desconcertado, cayendo en la cuenta de lo raro que resulta a esta altura del siglo, un ejemplar humano que todavía practica el antañoso y polvoriento arte de perdonar, de cuyo ejercicio se olvidan todos, incluso, muchos que rezan todos los días, el Padre Nuestro.
Mario Halley Mora -  MHM