sábado, 27 de julio de 2013

TEATRO BREVE: EL SANTERO

EL SANTERO
El decorado: una santería cuya puerta da directamente a la calle, abierta sobre el fondo del escenario. El local comercial está atestado de cuadros y estatuillas de todos los santos conocidos y desconocidos. Queda sólo un reducido espacio donde los personajes puedan moverse. No hay mostrador, sino una rústica mesa de trabajo, a la izquierda de la puerta que recibe luz por una ventana abierta también sobre la calle. Frente a la mesa, una silla, y encima, utensilios de cincelado y pin tura. La puerta permanece abierta, pudiéndose ver un trozo triste de calle de barrio. Dentro del local, y en un rincón, entre crucifijos y san tos, resalta una imagen de San Esteban, atado a un tronco y con el cuerpo acribillado de flechas. También hay una puerta que da a lateral derecho, a una dependencia interior.
ACTO UNICO
Al levantarse el telón, son casi las 3 de la tarde. Sentado frente a la mesa de trabajo, don César, el santero, pinta cuidadosamente una pequeña estatuilla de cualquier imagen religiosa. Es un hombre viejo, gastado, enflaquecido y corto de vista. Pantalón oscuro, zapatillas y un viejo saco pijama. Usa anteojos para ver su trabajo, pero al hablar con las personas, las mira haciendo un leve movimiento con la cabeza, para que los anteojos, automáticamente, resbalen por la nariz.
De hacia la calle, entra el banquero, vestido con elegancia. No se saca el sombrero, contempla brevemente al hombre embebido en su trabajo. Este de repente se da cuenta de su presencia, y se levanta.
Don César: Perdone...
Banquero: Buenas tardes, don César. Lo estuve mirando. Ud. hacia una figura que ya no es de nuestro tiempo.
Don César: Alguien tiene que seguir pintando santos y coronas de espinas, crucifijos y lágrimas...
Banquero: Cosas que ya nada dicen a la gente de ahora. (Se sienta)
Don César: Oh, no... Siguen diciendo cosas. Solo que la gente ha quedado sorda.
Banquero: Pero don César... el mundo ha cambiado.
Don César: Pero el cielo no, ¿sabe...?
Banquero: ¡Cielo! Vaya... ¿Recuerda a Gagarin...?
Don César: ¡pobrecito!
Banquero: Fue el primero en subir al cielo en un cohete. Cuando volvió contó que no había visto a Dios por ningún lado.
Don César: Eso no quita que Dios no lo haya visto a él.
Banquero: Es usted incorregible. En fin... Ud. sabe a qué vengo, ¿no...?
Don César: Si. Sé. Lo sé. Lo he estado pensando, y la respuesta es no. No le vendo mi casa, señor.
Banquero: Pero todos sus vecinos ya me vendieron sus propiedades... ¡Se salvaron de pagar el asfalto y recibieron buen dinero!
Don César: ¡Conténtese con eso...! (Se levanta)
Banquero:  Es que Ud. sabe que quiero unirlas todas, y la suya queda en el medio. Y Ud. conoce mi proyecto...
Don César: Ya me lo dijo. ¡Un gran hotel de turismo!
Banquero: Que ya tengo financiado. Solo me falta su propiedad para empezar la obra...
Don César: ¡No vendo!
Banquero: Le ofrecí el doble. Los otros me costaron a 5.000 el metro cuadrado. Le pago su propiedad a 10.000.
Don César: No. No puedo. Yo no taso el valor de mi casa a tanto el metro cuadrado. La taso en recuerdos y en años vividos. Mire, Ud. quiere tirarla abajo. Pero alli está, por una pared de la sala, el retrato de mi hijo, que nació en esta casa y murió en el Chaco. Y el retrato de casamiento de mi hija, que se fue a vivir en Buenos Aires. ¿No comprende que no puedo desprenderme de todo eso...? ¿No sabe Ud. que también la gente echa raices...?
Banquero: ¿Es definitiva su decisión...? (Se levanta)
Don César: ¿Tiene que insistir tanto...?
Banquero: Don César. Dios sabe que me duele tener que decirle esto...
Don César: ¿Decirme qué...?
Banquero: Que soy cliente del Banco Belga.
Don César: ¿Y bien...?
Banquero: Ud. hizo alli un préstamo hipotecario. Dos millones de guaraníes, el año 80.
Don César: Si. Fue por mi hija. Vino de Buenos Aires, la pobrecita. El marido andaba en dificultades financieras. Era dinero o la cárcel. Hipotequé la casa y ella se llevó el dinero.
Banquero: Ud. sabe que la hipoteca vence la semana que viene.
Don César: Oh. No hay apuro. Ya venció dos veces. Me tratan bien en el Banco. Pago los intereses y me renuevan. _
Banquero: Este año no.
Don César: ¿Qué dice?
Banquero: (Un poco turbado) Que este año no. He adquirido los derechos sobre la hipoteca, don César. Ahora Ud. me debe a mi...
Don Cesar: Me exige el pago total...
Banquero: No encaremos asi...
Don Cesar:  ¿Hay otra forma de encarar...?
Banquero: Si. Mantengo mi oferta de compra, don César. Le pago como le dije: 10.000 guaraníes el metro cuadrado. Le entrego totalmente su dinero. Ud. se compra otra casita y transferimos la hipoteca. A mi también me bastará que me pague los intereses anuales. Y de paso, le va a sobrar algo para mover alguna actividad más provechosa que ésta...
Don Cesar:  No puedo negar que Ud. es un hombre justo, señor.
Banquero: Espero que Ud. también lo sea.
Don Cesar: Siempre traté de serlo...
Banquero: Entonces no se oponga al progreso...
Don Cesar: Yo respeto el progreso, señor. Pero no creo que exija el sacrificio de los pobres. Que cuando venga el asfalto, sea para comodidad de los humildes que viven en esa calle, no para ventaja de los especuladores que acechan las angustias del que no puede pagarse el lujo de vivir sobre asfalto.
Banquero: Bueno. Yo no hice al mundo, mi amigo. Solo trato de sacar provecho de él, tratando en lo posible de no herir a la gente. Y a propósito de asfalto... ¿Puede Ud. pagarlo...?
Don Cesar: Me parece que no, sinceramente, no...
Banquero: Entonces, su actitud no tiene sentido. Quiero creer que se funda solo en el capricho, en el resentimiento...
Don Cesar: El árbol echa raíces por necesidad, no por capricho.
Banquero: ¡Pero Ud. no es árbol...!
Don Cesar: Pero trato de serlo. Me aferro...
Banquero: ¡Se aferra a cosas inútiles, sin consistencia! Como a esta propiedad que ya no puede sostener, y este negocio idiota que abre sus puertas... no sobre la calle, sino sobre el pasado...
Don Cesar: Tiene razón, señor... ya nadie compra santos. La gente ya no reza a Santa Catalina, abogada de los desesperados, sino al Gerente de un banco, que siempre tiene un auxilio más inmediato. Hasta las casas han cambiado, señor. Los arquitectos ya no ponen hamaqueras en las paredes... A
Banquero: ¡Cualquiera tiene tiempo ahora de tenderse en una hamaca!
Don Cesar: Eso es lo triste...
Banquero: Es triste, si', pero no es malo.
Don Cesar: Yo no dije que fuera malo, señor. Solo que me duele el destierro de los santos. Las casas de antes tenían un nicho para el altarcito familiar. Ahora ya no, pues el único nicho que hacen es para el aparato de aire acondicionado...
Banquero: ¿Se da cuenta entonces de que su actitud no tiene base práctica?
Don Cesar: Sí, señor.
Banquero: ¿Y qué va a hacer...?
Don Cesar: Esperar.
Banquero: ¿Esperar qué...?
Don Cesar: Un milagro. Tengo un ayudante medio loco que dice que conversa con... (señalando la imagen) con San Esteban. A lo mejor el medio loco soy yo, porque no lo creo... Tantos santos reunidos aqui... pueden hacer un milagro en una semana que me queda. Si no le puedo pagar... la casa es suya, señor...
Banquero: Pero yo le ofrecí algo mejor. No le quiero arrebatar nada. Le ofrecí una solución práctica y generosa...
Don Cesar: Que agradezco, pero que no puedo aceptar...
Banquero: ¡Pero mire que es Ud. enrevesado, don César!
Don Cesar: Somos como nos hicimos, señor. Si yo me agarrara a su solución práctica... seria reconocer que mi trabajo de 40 años no valió para nada... que me pasé la vida modelando yeso y pintando monigotes.
Banquero: ¿Y espera que todos estos muñecos hagan un milagro ahora, para convencerse de que su vida y su trabajo tuvieron sentido? ¡Qué loco, con el perdón de la palabra!(Entrada silenciosa de Emilio, el ayudante. Viste muy humilde, medio a la manera de un sacristán. Saluda a los dos sólo con una fugaz mirada, y va a sentarse sobre una silleta en un rincón, de donde saca un pote de pintura, toma una imagen a medio terminar, y se pone a cubrir de color esa imagen.) ¿Es éste el que habla con San Esteban?
Don Cesar: (Sentándose de nuevo en su silla de trabajo, pero sin echar mano a su trabajo.) Sí, es él... y él tiene una bala de fusil en la cabeza, desde la Revolución del 47.
Banquero: (Acercándose a Emilio) Habla Ud. con San Esteban?
Emilio:       Si, señor, pero no siempre. A veces está de malhumor y no contesta.
Banquero: Pero Ud. puede hacerle una pregunta. Pregúntele qué piensa de la actitud de don César. ¡No quiere vender!
Emilio:       Ya le pregunté. San Esteban no quiere que se venda esta casa.
Banquero: ¡No me diga! (Un poco airado) ¿Pero no se puede hablar aquí como personas normales...? (Los dos le miran con aire curioso, silenciosos. El pobre banquero no sabe qué decir, se siente desubicado en ese clima antiguo y milagrero. Don César vuelve a su traba/o, silencioso, Emilio continúa con el suyo. El banquero mira alrededor, la dulce expresión de las imágenes. Ya no tiene qué decir y como huyendo de fantasmas, se va hacia la puerta de la calle. Recién alli, se vuelve a don César.) Ud. sabe que me duele, don César, pero la semana que viene...
Don César: (Sin levantar la vista de su trabajo. ) Si, señor. (Mutis del banquero) (Don César se levanta, agarra su viejo saco y se lo pone. Se encamina a Emilio.) Emilio... ¿Vos creés en los milagros...?
Emilio:       Yo soy un milagro, don César. Tengo una bala en la cabeza y vivo.
Don César: No te olvides lo que te dijo el médico. Tenés que tratar de recordar lo que eras y lo que hacias antes de esa bala. Recuperar la memoria es también cuestión de voluntad y de esfuerzo, eso dijo, ¿no?
Emilio:       Si, pero yo no quiero. Asi soy feliz... algunas veces procuro ver al otro lado de mi olvido... y siempre veo lo mismo... 20 ó 30 mita-í... un pizarrón... una bandera que se ve por la ventana... ¡A lo mejor fui maestro!
Don César: A lo mejor... Me voy al almacén de don Liborio...
Emilio:       También Ud. no se olvide de su médico. Solo una raya por dia, don César...
Don César: Si. Si. Atendé esto... (Se va yendo) ¡No tardo!
Emilio:       Y no se olvide también de la pastilla de menta. Porque si ña Ursula le huele esta noche... nos quedamos sin cena los dos. (Don César rie y mutis a exteriores. Emilio va a sentarse a la mesa de don César y continúa el trabajo de éste.) (Hacia exteriores, se ve a una dama que mira el frente y el número, identifica la casa y entra. Es vieja, pero terriblemente maquillada y vestida de colorinches, con una exageración casi circense, que revela una riqueza abundan te, pero malísimamente usufructuada. Entra como una reina propietaria.)
La clienta: Por fin encuentro esta covacha... ¡hace dos horas que busco! (A Emilio) ¿Ud. atiende aquí...?
Emilio:       (Poniéndose de pie) Si, señora.
La clienta: Trabaje nomá. (Empieza a recorrer con la vista la santaria, se detiene jubilosa ante el San Esteban.) ¡Aqui está! Esta es... ¡Habia sido cierto...!
Emilio:       (Un poco temeroso) ¿Cierto qué...?
La clienta: ¡Que tenian Uds. este santo! ¡Hace dos meses que le busco!
Emilio:       ¿Es Ud. devota de San Esteban?
La clienta: No. Soy coleccionista de antigüedades. ¿Ud. sabe la historia de este santo...?
Emilio:       Si, me contó don César... Dicen que fue de una familia que siguió a López cuando la guerra grande...
La clienta: ¿Cuánto vale este santo?
Emilio:       ¿Qué dijo Ud. que era...?
La Clienta: Coleccionista. Se puso de moda ahora eso entre la gente pudiente, mi hiio, para cuando llegue la visita Y para mostrarle que uno entiende de esta cosa de la cultura antigua. Ya tengo 17 santo que hicieron los indios por orden de lo jesuita de antes, y un púlpito que hice pintar de nuevo porque su color amarillo no estaba de acuerdo con el color de la paré de la sala. Con este San Esteban voy a tener 18 santo ya... (Abre la cartera y saca un talonarío de cheques.) ¿Cuánto vale, mi hijo . . .?
Emilio:       Y... tengo que consultar...
La Clienta: ¿Con el dueño...?
Emilio:       No. Con San Esteban.
La Clienta: (Sorprendida) ¿Con él, con San Estaba n?
Emilio:       Sí, me parece que él es el más interesado...
La Clienta: ¿Pero él te habla a vos...?
Emilio:       Solernos hablar de vez en cuando... (Ignorante el fin, la clienta no descarta del todo el milagro de que el santo hable. Adopta una actitud casi respetuosa hacía Emilio.)
La Clienta: ¿Y me puede hablar a mí...?
Emilio:       No sé...
La Clienta: Porque si me habla y oigo, le pago el doble. ¡Voy a ser la única en tener en la colección un santo con su milagro y todo! ¿Le podes preguntar si puedo comprarle para mi colección?
Emilio:       Ud. quiere que cuando le lleve a su casa él le hable?
La Clienta: ¿Y por qué no me va a hablar a mí que soy su propietaria...?
Emilio:       ¿Si te compra le vas a hablar, San Esteban? (Al Santo) (Parece que éste le contesta a Emilio.) Ahhh, si pue. (A la clienta) Dice que hablar, él habla. Lo que pasa es que cuando uno es coleccionista solamente, no oye. Dice que las palabras del santo son como la música. Si uno no tiene oído, nada.
La Clienta: Eso es lo que cree él. No hay que demeritar a la gente solo porque tiene dinero. Pregúntale si de una vez cuánto vale.
Emilio:       San Esteban... (Al Santo, y siempre de pie le pregunta) ¿Cuánto se puede pedir por vos?
S Esteban:  . . . . . . . . . . . . . .  .. . 
Emilio:       Pero en esta epoca nadie puede pagar eso por un santo, ni siquiera por vos, San Esteban... (Se vuelve a la clienta)
La Clienta: ¿Cuánto dijo...?
Emilio:       Diez millones de guaraníes...
La Clienta: ¡Pero ese santo está loco! Diez millones de guaraníes por un trozo de madera... ¡Es el precio de un auto con una docena de cilindro...! Dígale que recapacite...
Emilio:       (Al Santo) Dice la señora que recapacite...
S Esteban:  . . . . . . . . . . .
Emilio:       (A la clienta) Dice que es eso justamente lo que él vale...
La Clienta: No... Es demasiado. Yo pago tres millones.
Emilio:       (Al santo) Tres millones... iJusto lo que necesita don César!. . .
S Esteban:  . . . . .
Emilio:       Pero claro que te quiero, San Esteban... No quiero que te vayas... Pero también no quiero que don César se quede en la calle . . . Yo creo que vale la pena vender un santo para salvar una propiedad . . .
La Clienta: Bueno. ¿Acepta o no acepta el precio que yo pongo?
Emilio:       (Mirando al santo) ¡Dice que nó...l
La Clienta: Y bueno... que se quede ahi. Que se pudra, que le coma todo el cup¡í. Dié millón de guaraní... ¡Qué locura! ¡Por un millón yo edifico otra casa para renta! ¡Y me va a dar ganancial . . . (A Emilio) ¡Quédense con su pedazo de palo...l 10 millón de guaraní... Na chereyape! (Mutis hacia exteriores.)
Emilio:       (Al Santo) ¡Se fue enojada la vieja...l
S Esteban: Y vos también parece que estás enojado, Emilio.
Emilio:       ¿Yo...? No. No estoy enojado. Pero estoy triste...
S Esteban: Lo que pasa es que vos le querés más a don César...
Emilio:       No... no es que le quiera más a don César que a vos... ¡Pero de un santo uno espera siempre lo que tiene que hacer un santo!
S Esteban: Hay un algo que también los santos esperan de vosotros...
Emilio:       ¿Y qué esperan los santos de nosotros...?
S Esteban: Que tengan fe en un milagro más grande.
Emilio:       ¿Que tengamos te en un milagro más grande?
S Esteban: Ningún santo quiere ir a parar a la vitrina de un coleccionista.
Emilio:       Si. En eso te doy la razon. Ha de ser triste ir a pasar los años en una vitrina... sin que nadie te diga una oración, sin una vela que caliente tu herida... Y que no venga la gente a adorarte sino a mirarte como a un bicho raro... No pensé en eso... perdóname . . . San Esteban. . . Como siempre, tené razón. . . Y asi' es mejor. . . Porque. . . qué sería de la gente el día que los santos no tengan razón. . . (Se sienta en su mesa de trabajo)
Don Cesar: (Entrando por foro de hacia exterior, se despeja del saco, lo cuelga, y se sienta frente a su mesita de trabajo.) ¿Novedades...?
Emilio:       Vino una señora...
Don Cesar: ¿Compro algo?
Emilio:       No.
Don Cesar: ¿Qué quería...?
Emilio:       El San Esteban.
Don César: Ah... tu amigo. ¡Lo revisó, lo encontró todo apolillado y se marcho!
Emilio:       No. Quería comprar a toda costa. Era una coleccionista, dijo...
Don César:  (Con mayor interés ya) Y... ¿por qué no lo compró?
Emilio:       No le gusto el precio...
Don César: ¿Cuánto le pediste... 10... ó 12 mil guaraníes?
Emilio:       (Un poco mohíno) Le pedimos más...
Don César: ¿Cuánto...?
Emilio:       ¡Diez millones...!
Don César: ¿Diez millones...?
Emilio:       El precio lo puso él, San Esteban.
Don César: Ah, si... De modo que le preguntaste a tu amigo... Sos mal negociante, Emilio... El negociante no le pregunta los precios a los santos, sino a sus bolsillos... (Ríe) En fin... perder una venta de 10 ó 12 mil... no cambia la situación... aunque... ¿Tenes plata vos...?
Emilio:       No... Ni medio...
Don César: Entonces, no cenamos hoy. Si Úrsula no tiene en la heladera alguna sobra de ayer, entablamos, Emilio... Pero en fin... ¡podías haberle rebajado...l
Emilio:       (Después de dudar mucho y atendiendo a lo que le dice el santo. Se levanta de su silla y se acerca a don César) Don César...
Don César: ¿Si...? (Sigue pintando)
Emilio:       Tenemos que confesarle algo...
Don César: ¿Tenemos...?
Emilio:       Si. iEl... (señala al Santo) y yo!
Don César: (Concentrado en su trabajo) A ver...
Emilio:       La señora quiso pagar un buen precio por el santo... para llevarle...
Don César:  ¿Cuánto...?
Emilio:       Tres millones.
Don César: (Se detiene, de súbito y queda embobado mirando su trabajo, luego con un hilo de voz)  Y... ¿me querés decir que rechazaste la oferta...?
Emilio:       Yo... no. Fue él. (Por el Santo) ¡Pero tiene razón...l
Don César: (Se levanta de un salto. Airado) ¡Ninguno que rechaza 3 millones de guaraníes tiene razón!
Emilio:       ¡Pero él es un santo!
Don César: Está bien. Un santo que quiso hacer su milagro. ¡Y no le dejaste! ¿Anotaste la dirección de esa señora? ¿Sabes de donde vino...?
Emilio:       No... no sé nada. Pero él (Por San Esteban) dice que si tenemos Fe... ¡podemos esperar un milagro más grande...l
Don César: ¡Es difícil tener fe cuando las cosas salen tan al revés! Don César hace un gesto de resignación. Va a sentarse a su mesa de trabajo, un poco más alicaido que antes. Emilio se sienta y trabaja.)
Don Joel: (Asoma de hacía exteriores en foro un personaje muy elegante de aspecto próspero y aire de total suficiencia.) Buenas tardes... ¿Uds. trabajan en yeso o marmolina..,?
Don Cesar: Depende del gusto del cliente... y de lo que el cliente puede pagar, señor...
Don Joel:    Necesito un trabajo muy especial... ¡ejem...!
Don Cesar: ¿Qué santo quiere...?
Don Joel:    ¿Santo...? ¿Y quién demonios le dijo que yo quiero un santo?
Don Cesar: Si abre un poco los ojos, se dará cuenta de que esto es una santeria.
Don Joel:    ¡Es que yo no necesito ningún santo!
Don Cesar: Entonces... no veo en qué le puedo servir.
Don Joel:    Sé que Ud. es un buen modelista... ¡Necesito un busto...l
Don Cesar: ¿Suyo...?
Don Joel:     Oh, no...
Don Cesar: De cualquier manera... no lo puedo servir. Solo modelo santos.
Don Joel:    ¡A eso iba!
Don Cesar: ¡No le entiendo, señor!
Don Joel:    Vea Ud., el busto que necesito es del Dr. Apolinario Fuentes Ortiz! (Hace una reverencia al pronunciar el nombre.)
Don Cesar: ¡El candidato octubristal !
Don Joel:    El líder... ila fuerza, la energía salvadora, la luz del talento que iluminará el camino de la Patria hacia sus grandes destinos! ¿Lo va a hacer...?
Don Cesar: No... ¡No es mi trabajo...!
Emilio:       Pero don César... Su trabajo es modelar... ¿qué diferencia hay entre modelar la cabeza de un santo y la cabeza de un hombre?
Don Cesar: Emilio. No soy artista... pero he llegado cerca de serlo... hasta el punto de aprender que también los dedos deben decir una verdad...
Emilio:       ¿Y qué tiene eso que ver...?
Don Cesar: Cuando modelo a un Santo, o a un Cristo o a una Virgen... es fácil decir la verdad, porque esa verdad es única y se repite hasta el infinito: es la verdad de la bondad... y del amor. (A don Joel) ¿Qué verdad puedo poner en esa cara que me pide que modele...?
Don Joel:    ¡La verdad de su grandeza!
Don Cesar: ¡No la conozco!
Don Joel:    ¡La verdad del destino histórico que alumbra desde su frente límpida...!
Don cesar: ¡No creo en ella!
Don Joel:    ¡La verdad de su talento de llama, de su paso flamígero por las aulas universitarias...!
Don César: No me conmueven...
Don Joel:    (Bajando de tono) ¿Quiere que le haga una confesión...?
Don César: Diga...
Don Joel:    ¡A mi tampoco me conmueve...l Pero la política es la política y el candidato es el candidato, ¿no?
Don César: Puede que tenga razón. Pero eso no me obliga a aceptar el trabajo. Ya le dije, sólo modelo santos, crístos y vírgenes. . . .
Don Joel:    A eso iba, precisamente. (Se sienta)
Don César: ¡Otra vez...! ¿Qué quiere de mí?
Don Joel:    ¿Qué quiero yo que el pueblo vea en la cara del candidato? La esperanza, el fervor, la pasión octubrista que corre como reguero de pólvora y gana votantes hasta sacarle gente hasta a la mayoría.
Don César: ¿Y yo qué pito toco en eso...?
Don Joel:    iUd. entra con su trabajo!
Don César: Pero si le dije...
Don Joel:    Ya sé... (Se levanta) Ya sé. Sólo modela santos. magnífico! Mire, me hace el busto del Dr. Fuentes Ortiz, le pone la cabellera de Nuestro Señor, la mirada de San Francisco cuando da de comer al hermano lobo, y la sonrisa valiente de San Jorge cuando mata al dragón ¡Qué impacto sicológico formidable sobre las masas! ¡Qué impacto sicológico, amigo mío!
Don César: Pero si hago semejante cosa, el busto no va a parecer al original.
Don Joel:    ¿Y que importa eso..? ¡Basta que la gente crea que el original se parece al busto! ¡Qué poco entiende Ud. de política, mi amigo!
Don César: Realmente... entiendo poco, señor... Pero, lo lamento. ¡No le puedo satisfacer!
Emilio:       (Escandalizado) ¡Don César!
Don Cesar: ¿Qué...?
Emilio:       iUd. sabe cómo estamos...l ¡No tenemos ni para la cenal ¿Y cuánto hace que no vende un santo...? ¡Meses!... Y ahora viene este señor... trae trabajo y Ud. rechaza...
Don Cesar: Uno tiene que ser fiel a si mismo, Emilio. Y ser fiel a su trabajo...
Emilio:       Pero este trabajo ya no da. ¿No es como creer en nada...?
Don Cesar: Emilio... ¿Vos sos el mismo que te negaste a vender el San Esteban? No te conozco...
Emilio:       Es que no me gusta dormir con hambre, don César.
Don Joel: Y bien... terminemos este negocio. Si me hace el trabajo... le dejo acá una foto de frente y de perfil... (Saca del bolsillo dos cartulinas) y le dejo una seña de... digamos... 50 mil guaraníes... el saldo al terminar... Ni siquiera le pregunto el precio total. (Saca la cartera y le pasa el dinero con las fotos. Don César lo mira con ansia, pero pone las manos atrás.)
Emilio:       Agarre, don César... Calcule... una trincha de pan recién salida del horno... Medio kilo de mortadela... una botella de vino... y a lo mejor un pedazo de pollo... iAgarre, don Césarl ¡Por ña Ursula, aunque sea!... Jhe... ¿qué decís, San Esteban?
S Esteban:  . . . . . . . . . ..
Emilio:       ¡Es que los que no somos santos tenemos necesidades, mi amigo!
Don Joel:    ¿Habla con el santo...?
Emilio:       No le hablo. ¡Le discuto, señor!
Don Joel:    (A don César) En fín... ¿qué decide...? (Don César le niega con la cabeza) Bien... Lo lamento... aunque no lo comprendo. (Se guarda las fotos, pero no el dinero. Se vuelve a Emilio.) ¿De verdad habla con esa imagen...?
Emilio:       SÍ. De verdad.
Don Joel:    Debe ser lindo...
Emilio:       No tanto. No siempre estamos de acuerdo.
Don Joel:    (Separa un billete y le alcanza a Emilio) Tenga.
Emilio:       (No lo agarra) ¿Para qué...?
Don Joel:    Para el pan y la mortadela. No soy como Uds., llenos de sentimientos hondos. Pero a veces, me siento prójimo del prójimo. ¡Tome!...
Emilio:       (Se vuelve a San Esteban) ¿Agarro, San Esteban?
S Esteban:  . . . . . . . .
Emilio:       (A don Joel) Dice que si. (Toma el billete) Gracias...
Don Joel:    Y por tanto... Adiós, señores... (Se va marchando y en la puerta se detiene) Ah, me olvidaba... (Saca un papel del bolsillo, lo deja sobre la mesa de don César) Es el manifiesto del Comité Central Octubrista. Vale la pena leer. ¡Es una joya literaria! ¡La escribí yo mismo!... Escuche, si llega a hacer ese busto, puede ser su consagración. Y no olvide. La cabellera de Nuestro Señor, los ojos de San Francisco dando de comer al hermano Lobo, y la sonrisa valiente de San Jorge matando al dragon. (Mutis en foro hacia exteriores. ) (Emilio se va a marchar de trás de el)
Don Cesar: ¿Adonde vas...?
Emilio:       A comprar el pan y la mortadela. Antes de que me pida la plata para otro traguito... Ña Ursula se va a alegrar. (Mutis) (Don César vuelve a su trabajo... y de pronto, una voz que sale de todas partes y de ninguna, modula claramente. )
S Esteban: Bravo, don César...
Don cesar: (embebido en su trabajo) Gracias... ¿vos, San Esteban, hablaste? (De pronto se da cuenta de ia situación. Se levanta con aire asombrado. Mira con temor al Santo, al San Esteban. Se acerca a él. Lo observa. Se aleja de él, temeroso, sin darle la espalda. Se sienta, se palpa la mejilla a ver si tiene fiebre, vuelve a mirar al Santo, toma su pincel, se pone a trabajar y.  . . . . .

APAGON
Al encenderse la luz, es casi la misma escena del comienzo. Con la diferencia de que es ya de tardecita y Emilio está presente. Trabaja pintando su San Esteban, de pie cerca de él. Por su parte, don César, con un velador encendido sobre su mesa de trabajo, esta en su eterno trabajo de burilar una estatuilla religiosa.
De foro exteriores, entra el banquero. Se detiene en el centro de la habitación, mudo y esperando. Don César levanta la vista.) _
Don Cesar: (Lo ve...) ¿Hoy es el dia... ¿no?
Banquero: Si. He esperado casi hasta al anochecer.
Don Cesar: Hemos esperado en vano. Ud. y yo. No se produjo mi milagro. Ni Ud. tendrá hoy el dinero. La casa es suya, señor.
Banquero: Vale más que la hipoteca... desde luego. Estoy dispuesto a darte la diferencia en efectivo. A razón de 10.000 guaraníes el metro cuadrado, le sobra a Ud. algo así como 2.300.000 guaraníes.
Don Cesar: Gracias, señor. Es Ud. generoso. Pero no hay dinero capaz de cubrir el sentimiento de pérdida que ocasiona en el corazón abandonar la casa donde se fue joven, se soñó, se trajo hijos al mundo... se los vio partir...
Banquero: Don César. Soy hombre de negocios. Y a veces, en esa condición, tener en cuenta los sentimientos del prójimo es un lujo. Pero Dios sabe que me duele herir los suyos...
Emilio:       Entonces... venda todas las propiedades que compro... y edifique su hotel en otro sitio...
Banquero: ¿Creen que no lo pensé...? Pero perdería dinero.
Emilio:       ¿Mucho dinero...?
Banquero: La cantidad no importa. Puede ser mucho o poco. Pero jamás he perdido dinero... y... no empezare ahora. También en los negocios hay principios. (A don César) Mañana estará lista la escritura.
Don Cesar: Iré a firmarla.
Banquero: Es en la Escribanía Rosendia. Allí también encontrará un sobre con la diferencia.
Don Cesar: Otra vez gracias. (Se levanta)
Banquero: ¿Se mudará enseguida...?
Don César: Mañana mismo.
Banquero: Por Dios... no hay tanto apuro ni le estoy presionando... para...
Don César: Mañana mismo, señor.
Banquero: Como Ud. quiera... Buenas noches.
Don César: Buenas noches. (Mutis del banquero a exteriores Don César se levanta con la estatuilla en la mano. Llega hasta el centro del recinto, mirando el objeto que sostiene en la mano.) Emilio...
Emilio:       ¿Sí . .?
Don César: Veni un momento. (Emilio se acerca) Miralo... es un San Cayetano. (Emilio lo mira y curioso mira a don César) ¿Qué le falta...?
Emilio:       La cara...
Don César: ¿Y en la cara...?
Emilio:       Todo. Al meno... (Un poco confundido)
Don César: ¿Todo lo que debe llevar en la cara un santo...?
Emilio:       Sí. Sí. Eso.
Don César: Unos ojos, ojos que miren al mundo con infinita bondad, y también con mucha pena... ¿no?
Emilio:       Así son los santos desde el principio...
Don César: . . . . y una boca que luce una sonrisa mansa, consoladora, capaz de endulzar todos los dolores del mundo...
Emilio:       Si. Desde siempre los santos tienen la mirada así, y esa sonrisa...
Don César: ¿Y si fuera mentira, Emilio...?
Emilio:       Don César...
Don César: (Angustiado) ¿Y si fuera mentira, Emilio...?
Emilio:       Pero don César, ¿mentira qué...?
Don César: Mentira la existencia de los santos, la sonrisa de los santos, la mirada de los santos... ¡Mentira cuarenta años de mi vida...l
Emilio:       Su vida no puede ser mentira, don César...
Don César: ¿Y si lo fuera, Emilio...? ¿Sabes como me sentía modelando imágenes y vendiendolas a la gente, Emilio...? Un intermediario entre el cielo y la gente. Un padre sin sotana. Un hombre bueno que tenia en sus manos un soplo humilde de bondad y de amor. ¿Y si todo eso fuera mentira? ¿Si en cuarenta años no estuve solamente vendiendo unos pedacitos de yeso...?
Emilio:       Don César... Ud. habla asi porque perdió su casa. Yo le comprendo...
Don César: Perdi mucho más, Emilio. Creo que perdi la fe y la confianza en mi, en mi trabajo, en la misión humilde de mis manos...
Emilio:       Pero don César... él... (Por S. Esteban) me dijo que tengamos fe en un milagro más grande.
Don Cesar: Mi pobre Emilio... ¿Qué milagro puede hacer ese pobre pedazo de madera apolillada...? (Con sorna) ¡Esperemos el milagro...! ¡Ya está!, alli vuelve el banquero con el rostro iluminado por un soplo de bondad celestial... me perdona la hipoteca... me deja mi casa y mis recuerdos intactos... iMiralo! allí está... iMilagrol... no me hagas reir, mi pobre Emilio... ¡No existen los milagros, Emilìo... (Abarca todo el recinto con un gesto) ¡Todo esto es mentira...! ¡Y eso, madera, engaño, cuarenta años tirados a la basura...!
Emilio: (A S. Esteban) Perdonale... San Esteban; no sabe lo que dice.
Don Cesar: Y mentira vos también... Vos no tenés una bala en la cabeza. Vos tenés miedo... miedo para vivir y para recordar y ser algo más que la sombra idiota de una estatua tonta... Emilio.
Emilio:       ¡El no es una estatua tonta...i
Don Cesar: Es... es... No habla, sólo le habla a tu miedo... es un tronco viejo modelado... una cosa... ¡San Esteban?
Emilio:       Por el amor de Dios, respetale, don César...
Don Cesar: ¿Respetar...? ¿a eso...? ¿A eso que es parte de mi mentira y tu miedo? No. (Se acerca a la imagen) ¡Le escupo! (Le escupe) ¡Y le pego...! (La golpea con furia. Emilio trata de alejarlo)
Emilio:       ¡Don César, no haga eso...i
Don Cesar: Si, le pego, le pego, le pego... (Ambos forcejean y el Santo se viene abajo. Al caer se desprende la cabeza, que rueda.)
Emilio:       Mire lo que hizo, don César... (Se arrodilla reverente ante la cabeza. La toma con unción entre las dos manos. La levanta y al levantarla... algo se rompe, la cabeza se parte en dos y una catarata de monedas de oro caen del hueco de la madera... y Emilio sólo atina a decir... A media voz, mostrándole un puñado de monedas a don César, desde su posición arrodillada en el suelo.) Es oro... don César... oro... oro... Don César también cae de rodillas, levanta un puñado de monedas... y mientras los dos miran asombrados el tesoro... va cayendo lentamente el
TELON

FIN DEL ACTO UNICO
MARIO HALLEY MORA – MHM
(Del libro “Para el pequeño tinglado” – teatro breve – Imprenta Salesiana 1987)