domingo, 13 de octubre de 2013

Comentario i: Elegí, desgraciado, o ella o yo!

Generalmente, la esposa, cuando descubre que comparte el amor del marido con la “otra” reacciona en forma furibunda. Algunas no perdonan y se mandan mudar “a casa de mamá.” y desde allí inician el juicio por adulterio, separación de cuerpos y de bienes. Otras, de las que piensan dos veces antes de dar un paso irreversible, ofrecen una alternativa: "¡Elegí, desgraciado, o ella o yo!". En este caso, generalmente el marido opta por volver humildemente al redil de la normalidad conyugal, y olvidarse al menos por algún tiempo de devaneos extraconyugales. Esta situación suele tener una infinidad de variantes, pero la más insólita, es lo que le pasa a nuestro buen amigo Néstor, que en estos momentos está enfrentando la disyuntiva de hierro planteada por la esposa. Pero lo curioso, es que en la tercera punta del triangulo no existe ninguna rubia ampulosa, divorciada desinhibida o aspirante a modelo, sino. . . un caballo. Un caballo de carreras del cual Néstor es dueño. “¡Tu caballo o yo!", es el terminante ultimátum de la señora de Néstor. Y no es que la buena señora sufriera de alguna extraña equino-fobia, sino que realmente, Néstor “se pasa" a juicio de la esposa, en el cuidado y mimos al caballo de marras. Cuando ella despierta a las siete, haría ya dos horas que Néstor se había levantado sigilosamente y marchado al “Stud” a ver como había amanecido su amado caballo, si tenía buena provisión de alfalfa vitaminada, si el veterinario vendría a mirar aquella pata un poquito hinchada. De siesta se repite la historia, y hasta de noche, Néstor, que se niega a llevar a su esposa a visitar a mama para no "malgastar nafta", la malgasta igual yendo a ver si le habían puesto la manta contra el rocío a su adorado animal. Antes, los sábados por la tarde, iban ella y el al cine, y a la salida, cenaban en un restaurant de los buenos. Ahora Néstor se va a las dos de la tarde a ver su caballo, y no vuelve sino a las nueve de la noche, cansado, sucio y oliendo a establo, después de asegurarse que el bendito animal ha quedado bien cuidado, alimentado y arropado, y después, claro, de tomarle el tiempo para la carrera del día siguiente. El estallido inevitable, se produjo en estos días. y el pobre Néstor se enfrenta al curioso problema de elegir entre su mujer y su caballo, como uno de esos charros de opereta que nos cuentan los corridos mejicanos.
Mario Halley Mora. MHM

sábado, 12 de octubre de 2013

Comentario i: Media hora mas y . . . . . . .

Es muy conocido el cuento aquel del pastorcito mentiroso, que mientras cuidaba de sus ovejas y para divertirse, se ponía a dar gritos desesperados “¡Viene el lobo, viene el lobo!”, y los otros pastorcitos corrían a socorrerlo y lo encontraban  matándose de risa. Hasta que un día realmente vino el lobo, el grito y gritó pidiendo auxilio. Pero como todo el mundo creyó en otra broma mas, el lobo se comió sus ovejas. Este cuento, nos hace recordar el caso reciente de un amigo nuestro, que para no herirlo no diremos quién es. Digamos que se apellidaba Martínez, y no era pastor sino hipocondriaco, es decir, padecía de la manía de creerse victima de todas las enfermedades, virus, bacterias y parásitos habidos y por haber. Su propio hijo, nos solía contar con amarga ironía que se bañaba solo con jabón anti fungoso, que desinfectaba con alcohol el cepillo de dientes antes de usarlo, que al acostarse a dormir se ponía unas gotas en las narices, y al despertarse, más gotas, pero en los ojos. En la mesa, revisaba prolijamente los espacios entre los dientes de tenedores, limpiaba con la servilleta las cucharas y los cuchillos, y los bordes del vaso. Se hacía tomar la presión una vez al mes, un cardiograma cada sesenta días. También periódicamente, pedía a un médico amigo suyo ordenes para análisis de sangre, de urea, de ácido úrico, de orina y etc. para ver si no tenía “bichos”. En uno de los cajones de su oficina tenía un surtido de aspirinas, jarabe para la tos, mercuro cromo, curitas, vendas, magnesia, antialérgicos, alcohol, tintura de yodo y mentolathum, que era una síntesis en pequeño, del tesoro de medicamentos que tenía también en su casa, para cualquier emergencia. Como es de prever, siempre estaba enfermo, aunque no sabía de qué, pero describía los síntomas con lujo de detalles, dolores de cabeza, occipucio o nuca, dolores de espaldas, mareos, zumbidos en los oídos, taquicardia, acidez, flatulencia, temblores en las manos, hormigueos en los pies, punzadas en las rodillas, etc. Naturalmente, su señora e hijos se acostumbraron a oír sus síntomas y sus reclamos como quienes oyen llover. Y un día, ocurrió lo inevitable: enfermo de veras, sufrió de  veras un agónico dolor de veras, cayó en cama de veras, pedía socorro a su señora y la señora le decía “¡Salí...! hasta que por fin sospecharon que esta ves podía ser cierto y llamaron al médico. Que lo revisó y miró con reproche a la familia, diciendo: "¿Por qué esperaron tanto?, media hora más y se muere de peritonitis!". Y lo llevaron volando al sanatorio.
Mario Halley Mora -. MHM

martes, 1 de octubre de 2013

Comentario i: Recuerdos recurrentes

"Recuerdos recurrentes", los llamó alguna vez alguien con ínfulas de sicólogo. Se trata de esos recuerdos de cosas sucedidas hace muchísimo tiempo, en la infancia quizás, y que periódicamente vuelven a la memoria, tal vez por la fuerte impresión que haya causado el incidente recordado. Nuestra "historia anodina” de hoy domingo, se basa justamente en un “recuerdo recurrente” nuestro. Era el tiempo de la infancia. Estábamos en el Salesianito un domingo de mañana. Un pájaro, no sabemos por qué, fue a estrellarse contra los vidrios de las altas ventanales de la Iglesia, y cayó al suelo, atontado. Y allí estaba aquel muchachito, de quien solo recordamos el apellido: Aguilera, que capturó al ave. y tranquilamente, como quien destornilla el tapón de una medicina, le torció el pescuezo hasta matarlo. Tal es nuestro “recuerdo recurrente" que de vez en cuando vuelve a la memoria, con todos los detalles inusitadamente claros. La “historia anodina” hubiera terminado aquí, si durante la semana pasada no hubiéramos recibido la visita de una señora de edad, pobremente vestida, que traía para nosotros una carta. La carta comentaba: “a lo mejor no me recuerdas pero fuimos amigos cuando mita-i  yo vivía a la vuelta de tu casa. . . ”. Era de aquel Aguilera, protagonista de mis “recuerdos recurrentes". La mujer era su esposa, y la carta, pidiendo ayuda para su señora y su hija  . . .había sido escrita en la cárcel, donde Aguilera había ido a parar. Pregunte a la señora por cuantos años. y respondió que por 9 años. La causa: homicidio. Mato a puñaladas a un semejante. Dimos a aquella mujer la ayuda que podíamos darle, y ella se fué . . . .  dejándonos el argumento para la historia anodina de esta semana. El argumento, y desde luego. el protagonista que alguna vez fue niño. y nació despreciando la vida, o tal vez le enseñaron a despreciarla, no sé, pero aquel lejano, cruel, inhumano gesto de un niño que porque si asesina a un  pájaro era como la rúbrica de una predestinación a la desgracia y a la muerte.  No nos gusta moralizar, pero ahora, Aguilera está en la cárcel, pagando la culpa de haber matado a un hombre, culpa ésta, que tal vez tenga sus lejanas raíces en la otra  culpa de un niño capaz de estrangular un pájaro.  Lo que nos trae a la pregunta sobre el papel que juega los, acontecimientos de nuestra infancia, en el condicionamiento de nuestro destino, pregunta que nosotros no nos atrevemos a responder, y se la formulamos a los que saben.
Mario Halley Mora -  MHM