sábado, 12 de octubre de 2013

Comentario i: Media hora mas y . . . . . . .

Es muy conocido el cuento aquel del pastorcito mentiroso, que mientras cuidaba de sus ovejas y para divertirse, se ponía a dar gritos desesperados “¡Viene el lobo, viene el lobo!”, y los otros pastorcitos corrían a socorrerlo y lo encontraban  matándose de risa. Hasta que un día realmente vino el lobo, el grito y gritó pidiendo auxilio. Pero como todo el mundo creyó en otra broma mas, el lobo se comió sus ovejas. Este cuento, nos hace recordar el caso reciente de un amigo nuestro, que para no herirlo no diremos quién es. Digamos que se apellidaba Martínez, y no era pastor sino hipocondriaco, es decir, padecía de la manía de creerse victima de todas las enfermedades, virus, bacterias y parásitos habidos y por haber. Su propio hijo, nos solía contar con amarga ironía que se bañaba solo con jabón anti fungoso, que desinfectaba con alcohol el cepillo de dientes antes de usarlo, que al acostarse a dormir se ponía unas gotas en las narices, y al despertarse, más gotas, pero en los ojos. En la mesa, revisaba prolijamente los espacios entre los dientes de tenedores, limpiaba con la servilleta las cucharas y los cuchillos, y los bordes del vaso. Se hacía tomar la presión una vez al mes, un cardiograma cada sesenta días. También periódicamente, pedía a un médico amigo suyo ordenes para análisis de sangre, de urea, de ácido úrico, de orina y etc. para ver si no tenía “bichos”. En uno de los cajones de su oficina tenía un surtido de aspirinas, jarabe para la tos, mercuro cromo, curitas, vendas, magnesia, antialérgicos, alcohol, tintura de yodo y mentolathum, que era una síntesis en pequeño, del tesoro de medicamentos que tenía también en su casa, para cualquier emergencia. Como es de prever, siempre estaba enfermo, aunque no sabía de qué, pero describía los síntomas con lujo de detalles, dolores de cabeza, occipucio o nuca, dolores de espaldas, mareos, zumbidos en los oídos, taquicardia, acidez, flatulencia, temblores en las manos, hormigueos en los pies, punzadas en las rodillas, etc. Naturalmente, su señora e hijos se acostumbraron a oír sus síntomas y sus reclamos como quienes oyen llover. Y un día, ocurrió lo inevitable: enfermo de veras, sufrió de  veras un agónico dolor de veras, cayó en cama de veras, pedía socorro a su señora y la señora le decía “¡Salí...! hasta que por fin sospecharon que esta ves podía ser cierto y llamaron al médico. Que lo revisó y miró con reproche a la familia, diciendo: "¿Por qué esperaron tanto?, media hora más y se muere de peritonitis!". Y lo llevaron volando al sanatorio.
Mario Halley Mora -. MHM

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