sábado, 8 de febrero de 2014

Comentario i: La certidumbre de tener cáncer


Como todos los domingos, queremos recordar hoy lo que estamos dando en llamar una “Historia anodina”, es decir, nada más que un episodio en la vida de un hombre. En este caso, de un señor cuyo apellido no podemos dar, pero a quien llamaremos Eusebio, dueño de un próspero “corralón”, de materiales de construcción, casado felizmente, y padre de dos hijos varones, ya adultos, que le ayudan en el negocio. Todas las condiciones para un buen pasar y hasta para una modesta felicidad, se dan pues en la vida de don Eusebio, hombre muy trabajador, enérgico, y que solía blasonar de “que nunca estuvo enfermo”. Sin embargo, justamente por ahí, por la enfermedad,  empezó las angustias de don Eusebio. Empezó a sentir ciertas molestias a las que no dio importancia, pero aquellas se acentuaron y fue por fin al médico. Le descubrieron un principio de cáncer, el terrible mal, en estado no muy avanzado y como don Eusebio está  en buenas condiciones económicas, puede pagarse el tratamiento más adecuado para detener el mal con los medios más modernos con que cuenta la ciencia. Sin embargo, la sensación de llevar en su organismo el sello de una enfermedad mortal, le, ha producido a don Eusebio una profunda transformación sicológica. Hombre profundamente indiferente a lo religioso toda su vida, ahora se ha vuelto devotamente practicante. Concurre a la Iglesia todos los días, y sin que lo pidiera, le  acompaña su esposa, y a veces uno de sus hijos. No es nada raro que un hombre, al llegar a vivir un episodio límite, o al sufrir un “shock” como la certidumbre de tener cáncer, se acuerde de Dios, porque hasta para el indiferente, siempre llega el momento en que se convence de que Dios es  la última esperanza,  o por lo menos, el ultimo consuelo. De ahí el cambio operado en Don Eusebio, que mientras se enorgullecía de tener una “salud de hierro” no se preocupaba para nada de las cuestiones de la fe, pero ahora cuando se siente herido, y teme que la herida sea mortal, cambie así, tan fundamentalmente. No hace mucho, curiosos como somos de las motivaciones humanas, y un poco crueles, le preguntamos si su recurrencia a Dios tenia para él un valor de medicina, como la aplicación de rayos de cobalto y otros tratamientos, y que se trataba de esperar del Cielo, el milagro que la Ciencia no podía producir. Nos contestó que no. Que no negaba su esperanza de que Dios le curara, pero que lo principal de todo, era que Dios le ayudara a sobrellevar el peso de su desgracia, y, llegado el caso, a morir en paz.
Mario Halley Mora - MHM

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