martes, 20 de marzo de 2012

Comentario í: Las artes marciales


Un distinguido y respetado amigo, culto y sobre todo "capo" por la alta posición que ocupa, vino a charlar con nosotros, y en amable discusión, poner en duda nuestras convicciones sobre las llamadas "artes marciales". Hay que destacar, que el buen amigo es "cinturón - de - no - se -qué - color", especie de generalato en el ramo, lo cual no nos preocupaba en absoluto de terminar la discusión con una clavícula rota o algunas costillas lesionadas en serie, porque sabíamos que él sí era un hombre equilibrado, ponderado y prudente, aunque atribuimos eso más a su cultura universitaria que a su paso por el Gimnasio. Coincidimos en un punto: las artes marciales llevan (o deben llevar) al practicante al dominio de sus pasiones y de sus emociones, y a cierta categoría de paz interior. A partir de ahí, le hicimos la pregunta que consideramos clave: ¿Cómo se logra llegar a ese dulce estado de pasividad ... a través de la violencia? Nos miró genuinamente asombrado. "¿Violencia. qué violencia?", nos pregunto. Le respondimos: "Mira, las “artes marciales” son para la lucha de un hombre contra otro hombre. La esencia de la lucha es la finalidad de vencer. Vencer es hacer daño, o por lo menos, humillar al rival. Para vencer hay que tener más fuerza, más astucia, más habilidad,  imponer la superioridad física: no es eso violencia?" . Se enojó un poco, e irritado nos replicó: ”Presentas las artes marciales como un riña de gallos". " - No tanto - le dijimos - pero . . . ¿Para qué se enfrentan lo dos luchadores? ¿Para decirse lo mucho que se quieren dándose codazos, golpes en la nuca, puñetazos al corazón, patadas en el hígado?" Como no íbamos a ponemos de acuerdo, le contamos un episodio visto el domingo pasado en el Estadio. Un hombre y su hijo iban buscando su asiento, pasando entre apretadas filas de gente ya sentada. Sin querer, pisó los pies de un señor maduro, que tenía mucha estima al lustre de sus zapatos, o tenía callos dolorosos. Lo cierto es que se irritó y dio un empujón a quien lo había pisado, que perdió el equilibrio y cayó sobre la gente sentada en el escalón inferior. ¡Para que lo hizo!. De algún lado, le cayó un rayo sobre la cabeza, sintió un lacerante dolor que inundaba todo el cerebro, vio todo rojo, sintió náuseas y se desvaneció. ¿Qué había ocurrido? Muy sencillo, que el chico de 12 años, hijo del empujado, que venía detrás, aplicó al maduro e irascible señor un golpe de "artes marciales" con el canto de la mano, por encima de la oreja en defensa de su papá. Aquel chico había aprendido a hacer un terrible daño, quizás a ocasionar sin querer un paro cardiaco a un viejo, pero no había aprendido nada de la “templanza y serenidad” de que tanto se habla.-
Mario Halley Mora - MHM

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