miércoles, 5 de octubre de 2016

LA PALABRA Y LOS DIAS: DESCUBRIR ASUNCION

Hay una bella canción nativa cuyo título es “Paraguay-pe”, en Asunción, en el elegante idioma de señores que es nuestro castellano. La misma es original del vate de los cantos sentidos, Manuel Ortiz Guerrero, en música de Flores. En sus letras que se prenden a la cadenciosa y nostálgica melodía se arrastra una lenta y desvaída postal del pasado, una imagen de la ciudad, seguramente la que fue allá por el año 30, en que se incluyen la Escalinata, que por aquella época, cuentan los papás, mamas y abuelos, era el asombro de todos; la Plaza Uruguaya, el “mangrullo” o sea el actual Parque Carlos Antonio López y otros puntos de nuestra entonces un tanto mística urbe.
La canción, bonita y dulce, es como una antigua y un tanto borrosa evocación, porque, sin duda, la ciudad ha ido perdiendo sus tipos y costumbres, sus edificios de antaño al correr de la transformación que impone el tiempo.
Otra estampa típica y querida que se aleja son las burreras, cada día más escasas. Las vendedoras se han motorizado, sobre la base de los llamados camiones mixtos que las traen y llevan desde los pueblos vecinos hasta el mercado, y do regreso. Tampoco es ya muy común ver a la vendedora que lleva sobre su cabeza, en raro equilibrio, la canasta llena de frutos. Pero éstos son temas para otros comentarios.
Queremos mencionar mas bien, como decíamos, otros motivos dela ciudad que se van perdiendo a influjos de la evolución de las costumbres y hasta por fenómenos de transformación económica.
Por ejemplo, el almacén de barrio, ubicado estratégicamente en la esquina, con su variedad de sencillos artículos. Hoy lo reemplaza el “Supermercado” de luces fluorescentes y provisto de grandes refrigeradores. El clásico papel de estraza del envoltorio ha sido suplantado por los envases de polietileno. Y últimamente, el humilde y desnudo pan ha comenzado a vestirse con un atildado impermeable.
Sin embargo, el tradicional almacén subsiste en algunas esquinas con sus antiguos estantes, su vetusto mostrador y su viejo almacenero. Pero ira cediendo más y más posiciones.
Mientras tanto, en los viejos almacenes que subsisten se puede ver todavía la balanza antigua con sus platos abollados y, a lo mejor, una caja registradora de principios de siglo y cuyo funcionamiento es como el de nuestras provectas pero heroicas locomotoras, y hasta puede verse también ese letrerito que vaya a saber quién invento, y constituía como una burlona advertencia para los clientes morosos con aquello de “hoy no se fía... mañana sí”. Un mañana siempre postergado por la vigencia diaria del letrerito de marras.
Estas cosas y muchas más las ve el ciudadano que dejando de lado el apuro con que hoy se vive decide ir a pie hasta el centro o venir desde allí hasta la periferia urbana. Porque no hay nada más agradable ni más revelador y usted puede probarlo, que dejar en casa el automóvil, si lo tiene, o resolver no utilizar el vehículo colectivo, para ir caminando.
Usted se dará cuenta de que comienza a descubrir su ciudad, a pesar de que esté viviendo en ella desde hace tiempo. Notaré que por pasar a 60 kilómetros por hora, ignora prácticamente ese barrio nuevo, esa curiosa construcción, ese notable jardín, esa calle evocadora o ese hermoso edificio antiguo tan familiar pero que hace tiempo no ve...
Los asuncenos tienen mucho que redescubrir o mucho que ver otra vez para evocar amables momentos. Por eso, caminar, especialmente en los días soleados del invierno es pasatiempo favorito de quien quiere disfrutar un sencillo goce y permite percatarse andando a pie de lo realmente bella, dulce y cautivante que es esta nuestra Asunción, en donde discurrió nuestra infancia.
Haga usted la prueba, amiga, amigo lector. Camine y visite barrios o, en su propio barrio, vea las estampas del pasado como el viejo y cordial almacén que daba caramelos de “yapa” y agua fría gratis.
Gerardo Halley Mora

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