domingo, 8 de septiembre de 2013

Comentario i: Fe en la Providencia


En estos días, estamos pasando unos momentos tristes, porque de alguna manera, hemos perdido un amigo. No ocurre que murió, sino, dicho casi crípticamente, dejó de ser él, esto, para no decir que cayó en una especie de manía que raya en las fronteras de la pérdida del juicio. Hasta hace un mes, era un hombre normal, trabajador, feliz en su matrimonio, laborioso en su trabajo, orgulloso de su única hija, arquitecta, casada, que le ha dado un nieto, a quien el hombre adora como sólo saben querer los abuelos.  Sin apremios económicos, con un trabajo seguro y la promesa formal de una jubilación satisfactoria, no era lo que se dice un hombre angustiado, víctima propicia de alguna sicosis, o en un caso peor, de algún accidente vascular. Pero la desagradable sorpresa cayó sobre la familia una mañana, cuando después de afeitarse para ir al trabajo, se sentó en la mesa del desayuno, y anunció repentinamente a su esposa que ese día no iría a trabajar. La esposa le preguntó por qué, y recibió la sorprendente respuesta de que "perdí mi alma, y no vale la pena que un hombre sin alma vaya a trabajar, o vaya a ninguna parte". Al principio, la esposa creyó en una broma, pero más tarde, empezó a preocuparse cuando el marido se desvistió, volvió al dormitorio, lo cerró con llave y volvió a acostarse. La esposa llamó a la hija y le contó el extraño episodio. La hija se trasladó enseguida a la casa paterna, y con ruegos, logró que el hombre abriera la puerta del dormitorio. Conversó con toda normalidad con la hija, pero volvió a afirmar que su alma se le había escapado y estaba aposentado en una estrella, y que el problema era saber en cuál de ellas estaba, pues había tantas en el cielo. Los días siguientes persistió en su fantasía, y dejó de ir al trabajo. Sus patrones se preocuparon y le enviaron a un sanatorio donde un examen clínico completo no reveló nada. Tampoco un siquiatra pudo dar razón de aquella extraña, anuladora fantasía, ni su tratamiento dio resultado, porque cada vez con mayor fuerza, el hombre se aferraba a la inutilidad de vivir, trabajar y amar cuando no tenia alma. Un medico esbozo la teoría de que nuestro amigo habría sufrido algún minúsculo accidente cerebral, algún tipo de hemorragia interna imposible de detectar con los recursos existentes aquí, de modo que hace dos días, su hija lo traslado a San Pablo, donde lo vería un neurólogo de fama mundial. Y nuestro amigo se dejo llevar dócilmente, pedido de si mismo, naufrago en el mar brumoso de una mansa y anuladora de locura, acompañado por la fe de la hija en la ciencia, y por la fe de la esposa en la Providencia.
Mario Halley Mora - MHM

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