lunes, 17 de junio de 2013

Comentario í: Se vive solamente una vez

A veces, en el verdadero basural poético que conforma la letra de tangos, boleros y canciones, aparece como para redimir lo feo y lo mediocre, lo edulcorado y ramplón, una frase, una línea, cuya grandeza y profundidad quizás el mismo poeta no intuyó. Así, con esa distraída actitud del que maneja y escucha la radio del automóvil al mismo tiempo, escuchamos de pronto una frase inserta en una canción: "Se vive solamente una vez ... ". Frase que nos impactó, que nos hizo pensar, que nos llevó a la certidumbre de que todo momento en la vida, feliz o amargo, ocurre, pasa y se va rumbo al olvido insondable del tiempo, justamente porque "se vive solamente una vez”. Y pronto, demasiado pronto, el pasado se vuelve nostalgia, el presente se esfuma, y el futuro llega impensadamente, con su carga de sueños cumplidos algunas veces, de sueños postergados o renunciados casi siempre. Lo cierto es, en este orden de cosas, que por aquello de que "se vive solamente una vez", hemos probado la amargura de que la oportunidad que tuvimos no la supimos aprovechar, el amor que inducimos no lo pudimos conservar, la amistad que anudamos la dejamos esfumarse; como también hemos gustado de los frutos de aquel momento de inspiración, de suerte o de habilidad que nos, ofertó la vida, y consolidamos bienes que a lo largo del tiempo, fueron y son fuentes de alegría, de contento o de consuelo. Pero por encima de esos extremos de ventura y desdicha, de vida plena o soledad, queda vigente aquello de que "se vive solamente una vez", para decirnos que en términos generales, la vida es avara, nos da una sola niñez con su florescencia de inocencia y de alegría; nos da una sola, breve juventud con sus primaveras de amor, de ilusiones, de encuentros inolvidables a la sombra de los rosedales y de citas a la que íbamos con el paso tardo del tímido y el corazón galopante del apasionado; nos da una sola etapa de madurez en la que el fuego, de la pasión se apaga y la antorcha de la prudencia se enciende. Y por fin, nos conduce a una sola vejez, que a veces tiene la melancolía desgarrante de los viejos barcos varados de la playa, y a veces la templada alegría, el sosegado contento de quienes han tenido la sabiduría de envejecer, de aceptar la mieles y las hieles del tiempo que paso, y de mirar sin temor el gran misterio del tiempo por venir. En fin, todo al final, se reduce a que “se vive solamente una vez”, y que hay siempre, solo  una oportunidad para llenar de errores o de aciertos, esa única vez.
Mario Halley Mora - MHM

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