sábado, 14 de abril de 2012

Comentario i: El hombre moderno

El tema que relatamos ayer, nos trae a la memoria lo que puede ser, el tema para hoy. Una novela reciente que está en las librerías asuncenas, de autor francés, que se titula La Gran Muralla. Recordamos haberla comprado pensando que se trataba de la Gran Muralla China, la única obra humana, según dícen que puede ser observada desde Marte, tan grande es, y suponiendo que en Marte existan observadores con telescopio. Pero no se trataba de aquella frontera inmensa contra los mongoles que habían erigido los chinos, sino de una historia en cierto modo surrealista. Un joven, cuyo padrastro muere, recibe de él una herencia que, más que un caudal material, es una burla: un gran terreno pedregoso, mientras sus hermanastros, hijos verdaderos del difunto, reciben ricas tierras de labranza. Sin embargo, el joven no se amarga. Por primera vez en su vida es propietario de algo, aunque sea algo inservible. Un día, pasea por el árido paraje que ha heredado, la tierra reseca bajo enormes, innumerables piedras, sin una gota de humedad, sin una promesa de verde. Concibe de que allí está el desafío a su destino y la razón de su vida. Convertirá ese páramo en un vergel. Y empieza, solo, la penosa tarea, liberar la tierra de las piedras, y construir con estas una gran muralla alrededor de la heredad. Pasan los años y el aspecto del terreno ha cambiado un poco y la gran muralla se insinúa en el vasto perímetro. Empiezan a crecer retoños de árboles frutales, de sombra, de vides. Llega la primera guerra mundial, va a la guerra, regresa con condecorado por su valor, pero apenas se despoja del uniforme y guarda sus medallas, reinicia la tarea. En su ausencia, los arboles han crecido, las rosas han florecido, recoge ya algunos frutos. Sigue su tarea incansable de construir su muralla, y en la aldea le llaman loco, pero, ajeno a todo lo que no sea su objetivo, persiste en su esfuerzo, y mientras pasa el tiempo y él envejece, la heredad resplandece de vida nueva, y la muralla aun está sin terminar. Llega la segunda guerra mundial. El ya es un anciano, y ajeno a todo, sigue su infatigable tarea. En ese pedregal dejó su juventud, sus sueños, todo, y finalmente, entrega su propia vida, cuando muere mansa mente y feliz, después de haber colocado la última piedra de su muralla. Parece ser, esta novela, una en la que "no pasa nada". Sin embargo, a poco que se reflexione, allí pasa todo, porque allí está simbolizando el hombre moderno, cuya vida no es sino una permanente construcción de murallas, en un vasto sentido de la frase.
Mario Halley Mora - MHM

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