martes, 21 de mayo de 2013

Comentario i: La maquinita de afeitar

Nos enjabonamos la cara, concienzudamente, porque el buen Dios "tuvo a bien" proporcionamos una barba  más o menos resistente como el alambre, tomamos la maquinita de afeitar, hacemos la cuidadosa primera pasada y arrugamos la cara en un gesto de dolor: el filo esta perdido y la hojita, en vez de o cortar,  arranca. Tiramos la, maquinita de afeitar en el tachito de desperdicios y extraemos otra nueva del botiquín y esta sí que se desliza   placenteramente podando nuestro matorral piloso. Mientras nos afeitamos, reflexionamos sobre las novedades de este mundo moderno y consumista. Antes solo se tiraba la hojita y se ponía una nueva. Ahora se tira toda la máquina y se  usa una nueva. Porque está de moda la "maquinita desechable" que viene lista para ser  usada en un primoroso  estuche. Estamos pues, a sideral distancia de la época en que nuestro padre tenia como su más preciada posesión íntima, la poderosa "Navaja de afeitar Solíngen" que posiblemente, él había heredado de su padre y a lo mejor, éste, de su abuelo, porque aquella filosa herramienta de la coquetería masculina tenía la fama de no gastarse nunca, y de mejorar sus filo con el paso del tiempo. Recordamos que de niños, mirábamos fascinados la ceremonia de la afeitada paterna; el modo diestro con que empuñaba la navaja, su peligroso paso a milímetros de la oreja y el escalofriante momento en que nuestro progenitor se ponía al borde del degüello personal, cuando se cortaba los pelitos de la nuez de Adán. Estaba además, la ceremonia del “asentamiento", con el "asentador" 'que era una tira de cuero entre dos taquitos de madera sobre la que se pasaba una y otra vez la acerada hoja hasta que recuperara su “temple”. Pero esa viril costumbre de afeitarse con navaja, empezó a pasar a la historia, cuando un imaginativo Mr. Gillete inventó la hojita, de afeitar y de paso, dejo su nombre para la  posteridad cuando todo el mundo empezó a llamar “yilé" a todas las hojitas, aunque  fuera de otra marca. Y ahora tenemos el paso, siguiente, ya no la hojita desechable, sino la maquinita desechable. Una cosita inofensiva, que no provoca el santo respeto de las mujeres que sin consideración alguna por nuestra virilidad, al menor descuido, se afeitan las piernas con la bendita maquinita, cosa que jamás se hubiera atrevido a hacer nuestra abuela, con la letal, exclusiva y varonil “navaja Solingen” de nuestro abuelo.-
Mario Halley Mora - MHM

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