sábado, 25 de mayo de 2013

Comentario i: Me culpan de estar vivo. .

Pedimos al lector  que recuerde la lectura de nuestro comentario - i de ayer domingo un poco lúgubre. . . .  pero basado en un hecho real, la muerte en accidente de tránsito de un amigo nuestro, la mañana de un jueves, cuando se dirigía al trabajo. Lo que corresponde a la imaginación, es solamente la reconstrucción, tal vez fantasiosa, de los últimos minutos de un hombre sano y vital. La muerte es real. El ómnibus que lo llevó por delante real. Y el luto que basta hoy guarda su joven viuda, también es real, como real la orfandad de su hija, hoy estudiante del secundario. Pero lo inesperado, fue que el tema provocó un debate general entre los compañeros de redacción. Y el debate se inició cuando uno de ellos dijo: "Después de todo, ya que la muerte es inevitablemente, es mejor morir así, de repente y con poco sufrimiento". En seguida le surgió, un oponente: "Dios debe darnos el derecho y el tiempo para decir nuestro adiós a los que amamos” dijo. Y en seguida surgió un tercero, que se explayó así: “Lo quiso decir Fulano (por el primero) es lo razonable, porque debe ser triste pasar meses y meses acostado en una cama, robando tiempo, y sosiego a la familia, ocasionando gastos y angustias, desterrando la alegría de la casa". Inmediatamente le salió al paso nuestra combativa redactora de Sociales que le acusó de “Presuponer que en el cuidado que merece el enfermo, el egoísmo se sobrepone al amor. Y la gente no es así de cruel y de desalmada, para pensar solamente en el gasto y en la pérdida de tiempo. Conozco esposas, hijos, que han pasado meses, a veces años, a la cabecera de un padre enfermo, con ejemplar cariño y abnegación, con total generosidad”. A ésta, le respondió uno de nuestros redactores más veteranos, que nunca arriesga una opinión  sin pensarla mucho, que dijo: “Una vez fui a visitar a un querido amigo que se estaba muriendo y lo sabía. Me dijo algo que nunca olvide. Que al principio, estuvo rodeado del cariño de los suyos, sentimiento que se fue esfumando en el tiempo, y con los gastos, y con molestias. Ahora- le dijo el enfermo - siento flotar una callada hostilidad, de reproche. Y me espanto pensando que me culpan de estar vivo . . . de no irme de una vez por todas”. Fue impresionante el silencio que cayó sobre la ruidosa asamblea. Es que de repente, no hay palabras para hacer frente a las crudezas de la vida, que nos golpea en el momento menos esperado.

Mario Halley Mora - MHM

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