lunes, 13 de mayo de 2013

Personaje: DON CASIMIRO – prohibido prohibir



Siempre admire el empaque, la calma señorial de don Casimiro, sus ideas firmes y su apostura moral de hombre de principios. Hacía mucho que no le veía, aunque sabía que seguía siendo un hombre próspero, padre de familia, y con hijos que solía pensar que ya estarán crecidos. En efecto, lo estaban ya cuando encontré a don Casimiro en Nu Guazú, donde él fue a caminar y donde yo fui a mirar a mi esposa que caminaba por los dos. Estaba sentado en un banco cuando una persona sudorosa y agitada vino a sentarse a mi lado. Era mi viejo amigo don Casimiro. Conversamos, recordamos tiempos lejanos e inevitablemente la conversación se orientó hacia nuestras familias.
- Recuerdo que tenía tres chiquillos le dije.
- En efecto - me contestó - ya son adultos, y a esta altura de mi vida creo haber sido un buen padre.
- No podía ser de otra manera - pensé - en un hombre de tan sólida formación, y siempre inclinado a la concepción moderna de las relaciones humanas, y desde luego, a la crianza de los hijos.
- Siempre me he guiado por un principio de respeto a la condición humana de
mis hijos... ,
- Recuerdo que eran dos varones y una chica, don Casimiro.
- Sí . No creo que tenga un mal recuerdo de mí - prosiguió mi amigo - la gente
no me cree que jamás he usado con ellos la violencia. Nunca les he tocado un pelo de
la cabeza.
- ¿Ni algún cintarazo oportuno de vez en cuando, don Casimiro?
- ¡Jamás! Eso es medieval, bárbaro, mi querido amigo. La violencia física sobre los hijos siempre resulta degradante para ellos, y allí empieza la corrupción de
la siquis y aoran en los chicos y jóvenes las malas tendencias, sabe...
- Es casi increíble... ¿algún coscorrón de vez en cuando?
- ¡Nunca!, ni esas arbitrariedades como dejarles sin postre por alguna travesura mínima. No, nunca. Jamás confundí mi autoridad paterna con la arbitrariedad, mi amigo. He concebido desde el principio que el sentimiento de la libertad es innata en el ser humano, y un buen padre ha de dejar que ese sentimiento se desarrolle y
florezca.
- Lo dice con tanta convicción, don Casimiro.
- Es porque lo siento profundamente. Demasiado padres pierden la compostura y ejercen tiranías castrenses sobre sus hijos. Ponerle horarios de vuelta a casa, revisar sus deberes, intervenir en la libre elección de sus amigos. ¡Bah! una alienación constante, coerción, coacción, chantaje. Un feudalismo brutal reinando en la familia y exiliando de ella la alegría y las ganas de vivir.
- En realidad, don Casimiro, sus métodos parecen bien fundados...
- Claro que sí, mi amigo. ¿Sabes lo que los padres olvidan con demasiada frecuencia? El diálogo, mi amigo. El diálogo y la comunicación. Hay problemas de conducta, claro, que se debe corregir.
¿Pero cómo se corrigen? ¿Estableciendo una dictadura familiar? ¿Prohibiendo?
¿Castigando? ¿Humillando? Jamás. Dialogando, llamando a la razón, racionalizando todo y conversando a fondo sobre la cuestión, de igual a igual.
- ¿De igual a igual siempre? ¿Nunca una bofetadita necesaria para mostrar quien manda?
- Jamás! No soy de los que han dejado la comunicación uida y hace gala de un paternalismo autoritario y frustrante. ¿Me ha fallado Adelita, o Carlitos o Samuel? Lo invito a salir al jardín, asolas, Libres de oídos extraños no sea que la chica o el chico se sienta humillado, a conversar. No caigo en el reproche injusto. Averiguamos entre los dos las motivaciones ocultas del error cometido. Razonamos juntos y racionalizamos todo, y al final descubrimos que la falta nunca fue por maldad ni por perversidad ni por la extra- limitación de la libertad individual, sino por una mala orientación de la conducta, Corregible en la medida de la voluntad y de la buena educación.
- Le envidio, don Casimiro.
- ¿Por qué, se puede saber?
- Es que me suele pesar en la conciencia algunas rabietas contra mis hijos, unos buenos sopapos de vez en cuando, o un puntapié en el traste, y hasta otra que otra cintareada.
- ¿Y no le salieron unos antisociales con semejantes métodos, don Mario?
- Que yo sepa, no.
- Tiene suerte. La violencia engendra la violencia. Ese fue mi principio rector. Como le dije, diálogo, comunicación, no reconocer ninguna supuesta brecha generacional como excusa para anular la personalidad del joven con severidades, controles, no te juntes con fulano, deja esa pelota y ven a estudiar, no estés prendido al teléfono, etc. que son solamente actitudes alienantes que cortan el libre desarrollo del carácter y de la persona. Sabes don Mario, allá por el 68, viendo un noticiario, observé a unas jóvenes francesas que portaban un cartelón con una leyenda inolvidable, que fue norte de mi conducta paterna: “Prohibido prohibir” _ Genial.
- ¿De modo que no prohibió nunca nada en su casa?
- Nunca lo hice. Nada de prohibiciones. Libertad, mi amigo. Libertad para ser, creer y crear y crearse a sí mismo como personas. ¿Que programan una fiesta en la casa? A buena hora. Así ellos ratican su sentido de propiedad sobre las cosas y aanzan su sentido de seguridad. O llevarse el coche.
- ¿Llevarse el coche? ¿Y no permanecía despierto hasta que volvieran? A mi me pasaba mucho, don Casimiro.
- ¡Doble pecado, querido amigo!
- ¿Cómo?
- Permanece insomne esperando el regreso del hijo: falta de cont`1anza en Ud. mismo, y por añadidura, falta de fe en la responsabilidad de su hijo. Supongo que si venía de madrugada reaccionabas de mala manera.
- ¡Un gran plagueo y uno que otro akãpete!
- Brutalidad innecesaria, don Mario! ¿Nunca los llamó a dialogar sensatamente sobre el asunto?
- ¿A las tres de la mañana? ¡jamás!, como dice Ud. don Casimiro.
- Ahí está el error. Los padres inteligentes enfrentan las crisis en el momento mismo en que se producen. Dialogando, poniendo las cosas en su lugar, puntualizando el error del joven, y tratando sutilmente, sin violentar su dignidad, de despertar su capacidad de vergüenza.
- Ud. me está convenciendo que yo, como padre, fui más bien un cacique, don
 Yo creía que mi palabra era ley...
- En ese error caen muchos más padres de lo que Ud. cree, mi amigo. Ejercicio de un cacicazgo familiar, lleno de prejuicios y tabúes. Y limitado por temores, miedos, reservas mentales infundados... Así no se educa una familia, sino se crea un clan de descerebrados y de personalidades incompletas, en estado larval. ¿Cómo irián a enfrentar la vida esos pobres chicos sometidos a horarios, vigilancias, vetos y consignas? Ud., un padre-cacique, los estará convirtiendo en perdedores consuetudinarios, tímidos, irresolutos, con una concepción superlativa de la autoridad que hará que se arruguen ante cualquier capataz o comisario. ¡Nooo, así no, mi querido amigo!
- Admiro mucho la fortaleza de sus principios, don Casimiro. Y... dígame... ¿Se casaron, son padres de familia sus hijos?
- No, en realidad no, pero en el futuro puede ser, si Adelita vuelve de Buenos Aires donde creo que trabaja de copera, Samuelito cumple su condena por robacoches en Tacumbú y si a Carlos no le agarra el sida con ese maricón con quien vive . . .
Mario Halley Mora - MHM.

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