sábado, 4 de mayo de 2013

Personaje: EL PERRO EN EL BALCON

Por una razón muy personal, más bien dental, durante quince días debí concurrir a una misma casa a una misma hora, las seis de la tarde. Frente a la casa donde iba, se alzaba otra vivienda, viejísima, maltrecha, de paredes descascaradas, aunque por su arquitectura debió ser en algún tiempo una mansión de categoría. Pero en la actualidad no pasaba de ser una tapera superlativa, con los vidrios rotos  de la ventana, la gran puerta torcida y remendada con tablones y ya sin ningún esbozo de jardín.
El primer día que fui, observe en el balcón del segundo piso, dormitaba aburrido un perro, de buena raza, de los llamados Husky Siberiano, con el suave pelaje plateado bastante sucio y los hermosos ojos azules apagados. Cada vez que llegaba a mi destino, el perro estaba allí, como prisionero, porque las ventanas del balcón siempre estaban, y el quedándose del lado de afuera. Vivía lo que se llama una perra vida.-
No pude sino mensurar su sufrimiento. De una raza acostumbrada  a las aventuras en las heladas estepas, estaba recluido en una estrecha altura. Recordé mis lecturas juveniles de Jack London, que narraba episodios heroicos de héroes forrados en pieles empujando trineos a su vez tirados por los abuelos del cautivo, en un mítico, inmenso y frígido territorio llamado  Yukón, donde acechaban manadas de lobos y osos solitarios y feroces. Y la "personalidad" de aquellos Huskys, que se ganaban a  mordiscos el honor de encabezar la traílla de perros, convertidos en jefes, en guías, en e! mejor, el más fuerte y posiblemente el  mejor alimentado por el todo poderoso hombre que les conducía por infinitas soledades de hielo y nieve. Recordaba aquellas vividas narraciones de Landon,  sobre las tormentas de nieve, el hombre que se refugiaba al calor de una tela embreada y un fuego que le defendía de morir congelado, y la sabiduría de los perros, que conocían los secretos de aquella naturaleza hostil y para combatir el frio, cavaban en la nieve y se acostaban en posición fetal, viviendo del calor de su propio cuerpo, y de su descubrimiento ancestral de que para no morir helado, la nieve es cobijo seguro.
Sus comidas frugales, su fuerza increíble, su abnegación hasta la muerte, su fidelidad y su terrible espíritu de competencia, tanto, que tiraban del trineo dando mordiscos en el trasero al que iba delante, para que no aflojara,  no se cansara, siguiera adelante, en busca de! destino final de una cabaña donde hubiere tibieza y carne seca de oso o de ciervo de las nieves.
Y allí estaba, en un país tropical extraño a su gusto, confinado en el espacio de un balcón infinitamente más pequeño que las estepas heladas y los pasos estrechos de las montañas de hielo, sin competencia, sin aventuras, sin compañeros, en una terrible soledad, el Husky de mi episodio.
Y un día jueves, fui a mi cita de la casa frontal por última vez. El perro no estaba en el balcón. Murió de aburrimiento, me dije, de hambre o de soledad, o sencillamente  se dejo morir, como lo hacen los perros viejos de su estirpe ártica. Pero me equivoque. Allí estaba De alguna manera había escapado del balcón, y arañaba el portón de hierro queriendo salir a la calle. Me aproximé a él, y él me miro, meneo el rabo y sus ojos increíblemente azules brillaban de espectación. Me dije que si pudiera hablar, me diría algo así como "abrime na chera`a“ como me estaba diciendo con los ojos y con el rabo. Recordé que cuando niño, cometía la travesura de tocar los timbres y salir disparado, y sentí la misma picazón de la infancia, solo que no se trataba de tocar clandestinamente un timbre sin que nadie me viere sino abrir un portón. Mire a derecha e izquierda. Nadie a la vista. Abrí el portón y el perro salió disparado  como una flecha de plata,  por la larga avenida, hasta perderse de vista, rumbo a su destino de perro liberado, a unirse a una manada callejera, ganarse una perra a dentelladas, aprender a romper bolsas plásticas de basuras y a hacer la siesta a la sombra del banco de los amables choferes de taxis, que tienen una extraña debilidad especial por los perros callejeros, y al fin morir dignamente bajo las ruedas de un omnibus. Chau, Husky, murmure y entre a la sala de torturas del dentista.
Mario Halley Mora - MHM

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