lunes, 26 de agosto de 2013

Comentario i: Muchos que rezan, el Padre Nuestro



En rueda de amigos, surgió de pronto uno de esos ejercicios – juegos que tienen más sentido y profundidad de lo que parece. Se trataba simplemente de que cada uno, nombrara a su peor enemigo, o por lo menos, al que en esta existencia ríspida, más daño le hiciera. Muchas fueron las respuestas. Uno de los amigos señaló sin vacilar como a su peor enemigo, al usurero que le remató la casa; otro salió con una variante: su peor enemigo fue el “amigo” aquel a quien le firmó una garantía, desapareció con el dinero del crédito y él tuvo que hipotecarse por años para pagar la deuda. Un tercero recordaba con rencor a su abogado que “transó” y le dejó poco menos que en la calle, a raíz de un pleito perdido. Un cuarto regresaba a la infancia, y decía que su recuerdo mas amargo era la “maestra del tercer grado”, negación viva del amor apostólico de las maestras, y de la ternura de vicemadre que cantan los poetas, porque ella no paró de atormentarlo hasta conseguir que le expulsaran de la Escuela. Y hubo otro más, que usaba bastones para caminar, que decía tener empeñada una maldición eterna para un hombre que le atropelló de noche, con su auto, “en la calle Manorá”, y se alejo velozmente, dejándole maltrecho y herido en aquel callejón solitario de antaño. Todos habían hecho el recuento de sus rencores, menos uno, que seguía callado. Se volvieron a él, un hombre ya de edad, prolífico abuelo y expresión pacífica, que tuvo que confesar hasta con cierta vergüenza: “no tuve ni tengo enemigos”. Se levanto un coro de protestas. Miente, posa de santo, esconde algo, fueron las primeras acusaciones. Pero el hombre persistió en su versión. No tenia enemigos. “¿Pero no estuviste en la guerra? le preguntaron. Si, dijo. “Y el boli que te disparaba?”. “Yo también le disparaba a él”. Pero es imposible que hayas pasado por cerca de setenta años de vida sin que nadie te haya hecho daño le decían. Miró al acusador y respondió; “Quien dijo que nadie me hizo daño?. Lo que dije es que no tengo enemigos!”. “Y el que te hizo daño? - “Le perdoné, y punto”. Al final, todos quedaron en silencio y sin argumentos. Con un silencio desconcertado, cayendo en la cuenta de lo raro que resulta a esta altura del siglo, un ejemplar humano que todavía practica el antañoso y polvoriento arte de perdonar, de cuyo ejercicio se olvidan todos, incluso, muchos que rezan todos los días, el Padre Nuestro.
Mario Halley Mora -  MHM   

No hay comentarios:

Publicar un comentario